Alex Red: "Enamorados", dibujo a lápices de colores.
viernes, 29 de noviembre de 2013
viernes, 22 de noviembre de 2013
La residencia: (VI) ... perros hambriados
Sábado. Apenas habían transcurrido 12 horas de guardia, de las 48 presupuestadas para el fin de semana; pasaba de las ocho de la noche y la puerta del comedor continuaba cerrada. En la larga fila, todos nos mirábamos entre sí, impacientes, sin alcanzar a comprender qué carajos sucedía. Quince minutos después, al fin se abrió la puerta y asomó la dietista. "Sírvanse lo que encuentren...", dijo entre dientes, con voz áspera y despectiva. Yo estaba el primero en la fila y entré al comedor. El lugar se veía desolado y deprimente, casi en penumbras y con las mesas y sillas vacías. Detrás de la barra no atendía nadie, solo había un par de bandejas con quesadillas de queso, jamón y una rebanada de jitomate; un galón de salsa de tomate y una olla de plástico, de unos veinte litros de agua de Jamaica descolorida, complementaban la cena. Estaba por servirme dos quesadillas, cuando la voz de la dietista me pateó en los riñones: "No más dos...". Pensé en contestarle que solo tomaría dos —aunque mi hambre y mi cansancio daban para zamparse una docena—, pero el rictus de su cara de gendarme me mandó callar y seguir mi camino hacia la mesa. Me pareció notar algo raro en el bote de la salsa cátsup, pero en ese momento no supe qué podría ser. No soy alguien antisocial —como afirmarían después algunos de los presentes, igual o más enfadados que yo por el retraso de la cena, lo jodida de ésta y las condiciones en que se estaba desarrollando—. Mi relación con el servicio de dietología de los hospitales en los que he estudiado deja mucho qué desear, lo sé, pero sin ponernos a ver de quién ha sido la culpa, hasta ese día conseguimos llevar las cosas por lo sano: tú me sirves de comer porquerías, yo hago como que no me doy cuenta y me lo como; después de todo, mi precaria economía —y el tiempo— no me permite salir a un restaurante, a una fonda o a los tacos y tortas de allá afuera. "¿Qué no estás oyendo...", tronó la mujer. “¿Y en qué quiere que me sirva el agua? ¿En la mano?”, bufé. "Ese es tu problema; no hay vasos; yo vine sola a la guardia". “Pues ese es su problema”, ladré, a punto de lanzarme a su yugular, pero me contuve. Ladee la cubeta del agua de Jamaica y vertí su contenido en la cuenca de mi mano izquierda. El silencio abismal que se hizo en el comedor, fue roto por la voz de la cocinera. "¿Qué haces...?". “Me sirvo el agua en lo que tengo”, respondí con voz no menos chillona. La carcajada ruidosa que soltó el bote de salsa cátsup fue la gota que derramó el inexistente vaso. No estaba para soportar sus burlas y lo estrellé contra la pared. "Y sí: somos perros hambriados, pero su trabajo es darnos de comer dignamente, vieja huevona". Me olvidé de la charola con las quesadillas y salí del comedor.
Aquella sería la primera vez que estuve a nada de ser expulsado de la residencia.
jueves, 21 de noviembre de 2013
Sick bat
Merodea entre los árboles del vecindario y la luz del sol lo obliga a regresar a su cueva. Él solamente vuela cuando cae el día. Algo le pasa, se distrae, siente que no es el mismo y eso le da rabia.
Afuera un niño juega desnudo en un chapoteadero. Escucha sus risotadas y su piel rosada despierta su apetito bermellón. Se lanza en picada desafiando al sol de la tarde.
Su vuelo torpe lo hace caer en la orilla del chapoteadero. El niño grita angustiado a la madre y ella, enardecida, lo toma del ala y lo arroja hacia la perrera.
-¿Qué hago aquí? ¿Qué me pasa? -se pregunta con chillidos.
Los mastines se pelean, lo muerden.
-¡Qué dolor! ¡Qué náusea!
Cuando lo despedazaron, ya había muerto de rabia…
viernes, 15 de noviembre de 2013
lunes, 4 de noviembre de 2013
La residencia: (V) La caballa del diablo
De ancas descomunales, el animal era poseedor de una
estupidez a toda prueba. La curvatura insultante de sus muslos materializaba la
expresión suprema del valemadrismo mexicano “me lo paso por el Arco del Triunfo”. Y efectivamente: bajo su curvatura bien templada podía pasar, sin contratiempos, una peregrinación
a la Basílica de Guadalupe.
—¡Putacaballadelachingada! —exclamé
al sentir bajo mis nalgas la pétrea y rasposa osamenta de su columna vertebral.
Con rencor rezagado, espoleé sus ijares
hasta hacerlos sangrar. Un jadeo gutural emanó de sus entrañas cavernarias, y un
hongo de espuma sulfurosa adornó sus belfos. Sus ojos, inyectados de sangre
oscura, parecían la calca exacta del mítico Caballo del diablo. Un sudor
pegajoso hirió con su humedad sádica mis genitales, mientras la espoleaba tratando de ganar la otra orilla de ese pinche primer año que, a pesar de haber vendido mi
alma al diablo, se negaba a terminar.
domingo, 20 de octubre de 2013
Sociedad
Rasgó el sobre y leyó el resultado: " El ochenta por
ciento del personal a su cargo, ha tenido una o más prácticas de
corrupción" .
-Haga lo que crea
conveniente -le dijo el presidente.
Por la ventana salieron volando pedacitos de papel, huían como palomitas avergonzadas.
viernes, 18 de octubre de 2013
sábado, 5 de octubre de 2013
El sicario
El filo del machete reverberaba a la luz vieja del sol. Había diez en fila frente al ejecutor, brazos atrás y sujetados de las muñecas. La cabeza de los primeros ocho permaneció prendida al cuello. Al noveno lo cercenó cuando imploraba, mas seguía insistiendo, hasta que tocó su frente y la testa rodó, enrojeciendo el polvo del camino. Al décimo lo dejó ir para que pregonase.
viernes, 4 de octubre de 2013
La residencia: (IV) Historia de la misma vaca
Algunas fábulas hacen mención de la famosa piara de Epicuro, exaltándola como ejemplo al ocio y a la buena vida. Hace no muchos años, el escritor Augusto Monterroso tuvo
a bien llevar más lejos su historia: o sea, hasta la casi inmortalidad del
maldito puerco, que para desdicha de sus detractores, nunca fue sacrificado y
terminó sus días en una cama de hospital, víctima de un infarto al miocardio,
aterosclerótico e hipertenso —es más, hay quien afirma que también
era diabético.
Pero esta historia (la que yo cuento) no
sucedió en la piara de Epicuro (según Esopo o Monterroso), sino en los corrales
de un conocido hospital de la ciudad de León, Guanajuato, cuyo nombre no
pronuncio por recatado temor a represalias. La vaca , culta como todas las de su especie, no
teniendo en qué ocupar su tiempo libre, aprovechaba la sobremesa para repasar
lecturas grecolatinas. Pero su temor no era menos cada mañana al ver aparecer al
maestro de cocina (sonrisa pícara y descuidada, como todos los engendros
de su especie), que vertía en su comedero verde y fresca alfalfa, empapada de
rocío. “Llegará el día en que este maldito...” filosofaba la bestia, y veía como su cabeza (ojos
pelones, lengua de fuera) rodaba por el piso, inmersa en un mar de sangre. Pero
luego, pasado el susto, sumergida en la despreocupación y el valemadrismo
burocráticos, prendía el televisión, escuchaba música pop y visitaba con regularidad la alhacena: “Sólo como entremés, en lo que llega la hora de la comida...”.
En otras ocasiones —en el colmo de la pedantería o la familiaridad—, la vaca gustaba de asomarse al comedor a disfrutar del
espectáculo de médicos y enfermeras solazándose en un alimento más propio de sus
congéneres rumiantes que de la peor ralea humana.
—¿No es desagradable? —vociferaban,
rumiaban, eructaban, tragaban las papas, los chayotes, las calabazas, los
chiles, los ejotes, las cebollas, los ...
Finalmente, para no hacer más larga esta historia, considerando que la vaca había venido a formar parte del servicio
de dietología (como mascota intocable), ésta nunca fue sacrificada: falleció en un accidente automovilístico en la carretera León - Lagos de Moreno, un noche lluviosa, mientras se corría una parranda con sus cuates de Archivo Clínico.
Según los periódicos de la región, el automóvil en que viajaba el personal del ISSSTE perdió el control y volcó al alcanzar en un
cuadril a un buey que cruzaba la carretera en estado de ebriedad.
martes, 24 de septiembre de 2013
Gulliver
La sociedad lo excluía y respondió forjando un mundo de brevedades. En días de hastío, se acostaba al lado de los bonsái e imaginaba que de un mar de olas pequeñas llegaban cientos de hombrecitos y lo sujetaban. Entonces, sonreía el enano.
miércoles, 18 de septiembre de 2013
La residencia: (III) La presentación
Aquello no fue una coincidencia, como llegué a pensar entonces.
Porque uno — como cualquier Juan Preciado, ignorante
del terreno que pisa por primera vez, y
con la necesidad de asirse a un trozo de seguridad— cree
en presagios o en las buenas intenciones de lo desconocido. Por eso, nunca
estuve más cerca del misticismo que en ese instante en que, completo extraño, llegué
con mis cartas de presentación al hospital Regional del ISSSTE de León,
Guanajuato. No habían transcurrido cinco minutos de charla con el Jefe de Enseñanza,
cuando se puso de pie y salió gritando de la oficina como un desquiciado:
—¡Doctor
Coordinador de Pediatría! ¡Doctor Coordinador de Pediatría! —se oía su alarido detrás del doctor aquel que, sordo, se
alejaba por el pasillo.
Nunca sentí tanta angustia como en ese
instante en que los gritos del Jefe de Enseñanza llegaban a las orejas de mi futuro
jefe convertidos en marejadas de silencio. De alguna manera, justifiqué mi
nerviosismo, será con este tipo de gente con quien tendré que tratar de ahora en
adelante.
Mientras la voz del rústico vaquero Jefe
de Enseñanza tomaba un caballo imaginario y salía a todo galope en persecución
del fugitivo Coordinador de Pediatría, gritando: ¡Alto ahí o disparo, hijo de tu
puta madre! ¡Alto o disparo!, me puse a rezar, esperando un desenlace de película
de los hermanos Almada.
Media hora después, vi llegar al cowboy
de hospital platicando animosamente con el narigudo doctor de pediatría. Para
no caer en indiscreción alguna, discretamente me apreté las orejas como si
estuviera en el confesionario, y me sumí en la interpretación mental de la canción
“Los tres cochinitos” de Cri-cri. Acababa de llegar a aquel lugar y deseaba
permanecer imparcial a los acontecimientos que me rodeaban. ¡Ya llegaría el momento
de tomar partido o partir madres!
Luego vino la presentación de rigor.
—Mira, Fulanito, éste es zutano, tu nuevo residente, sería bueno
que de una vez estén en contacto (¡mientras no sea sexual!, me asusté), así que,
por qué mejor no lo llevas a dar una vuelta por el hospital para que lo
conozca, para que en una semana, cuando comience su residencia, no esté tan
norteado, ¿digo, no? Y hay nos vemos, pues yo voy a seguir rolándola por ahí...
Y teniendo como fondo la famosa obertura
Guillermo Tell de Rossini, el vaquero Jefe de Enseñanza desapareció delante de
una polvareda.
domingo, 15 de septiembre de 2013
Talluelos
Leve sonido al romper un tallo, a nadie ofende, sucede en los caminos; en mi interior también tengo talluelos que se fracturan: un amigo que engaña o un hijo que nos miente.
martes, 10 de septiembre de 2013
Terapia relativa
—Antes, todo era tan sencillo —decía
angustiado, paranoico, Don Tiempo.
Recostado en el diván, desordenado su largo y
glauco pelo, ante la mirada atenta del
psiquiatra.
—Ir del día a la noche, lunes a domingo, primavera a invierno, siempre adelante. Hasta
que apareció un tal Einstein…
Monólogo
Por Asia llegamos a Europa montados en ratas. Nuestro paso dejó huellas por el número de vidas que segamos. Qué grandes nos sentíamos al conducir a millones de roedores. La sangre de la rata era amarga y la del humano dulce. Por cada familia, sólo quedaba la mitad para contarlo. Si Atila fue el azote de Dios, nosotros lo fuimos de los hombres.
miércoles, 4 de septiembre de 2013
La residencia: (II) Carta de filiación
Querido Rey Herodes:
Nunca me pasó por la
cabeza que ser hijo de la chingada fuese una característica propia de tu
especie: decapitar a un sin número de niños bien pudo ser el primer acto de
control de la natalidad del que el hombre tenga memoria (sin contar la guerra),
o quizás la manera, no muy loable, de dejar un mundo más respetable a las generaciones
futuras. ¿Cuántas madres no agradecieron, en la intimidad, tu gesto de caridad?
¿Cuántas madres solteras no vieron renacer con tus acciones la esperanza de un matrimonio
feliz, y mantener intacta su doncellez? No me equivoco si digo que tu memoria
es invocada cada noche por algunas jóvenes, angustiadas ante la tardanza de la
mensual visita.
Por todo
lo anterior, la membrecía a tu gremio (contradictorio si se quiere) hizo
renacer en mí el instinto, profundo y primitivo, de los animales salvajes. ¡Cuántas
noches me soñé galopando a cuatro patas por las llanuras inhóspitas en pos de
una presa tierna! ¡Cuántas veces devoré salvajemente un cervato frágil y temeroso!
¡Cuántos litros de sangre espesa escurrieron por mis labios y humedecieron mi
cuello palpitante...! Porque siempre se me enseñaron que se debe ser y no
quedarse en el intento. Pero los sueños, por más que correspondan a la
manifestación profunda de nuestro subconsciente, no siempre se concretan al
despertar. Cierto: jamás tuve la fortuna de amanecer con un cuerpo destrozado
entre mis brazos, ni esperé la vuelta de la oscuridad para correr a la cajuela de
mi auto y sacar, al amparo de las sombras, los restos del banquete trasnochado.
Entonces, ¿con qué cara puedo presentarme ante tus súbditos representantes?
¿Con qué carta de presentación llegarme hasta tu sucursal más cercana para firmar
mi filiación a tu gremio maldito?
No
obstante mi pobreza curricular, tuve la fortuna de ser elegido miembro de vuestra
Sociedad de Pediatras en Formación. En poco tiempo podré contarme como miembro
activo —en el sentido literal que la palabra guarda— y cada noche, cada día, y aún
en cada sueño, podré ejecutar fielmente las normas y principios que nos rigen. ¡Me
comprometo que al despertar cada mañana, antes siquiera de observar el reloj y
disponerme al baño, ofrendaré a vuestro recuerdo infernal la sangre fresca de
no uno, sino diez recién nacidos! ¡Me comprometo a que su llanto será el canto
disarmónico más hermoso que hayan escuchado mis oídos! ¡Me comprometo a disfrutar
cada muestra tomada, cada mano oprimida, cada cuello extendido, cada extremidad
tensada, cada vez que una canalización se infiltre y el brazo se hinche como un
globo! ¡Y ni hablemos de la alegría que oprimirá mi corazón al introducir por
narinas o uretras el catéter que la enfermedad demande!
Por eso,
Gran Herodes, agradezco la oportunidad que tus súbditos y servidores me brindan
para que el próximo día primero de marzo me una al curso de Pediatría Médica, y
ser oficialmente un miembro más de vuestra Sociedad Desquiciante.
¡Por que
el llanto de los niños reviva nuestros marchitos corazones!
Dr. Anónimo Mongole Hijo de Pu*
Aspirante a Residente de Pediatría
Médica
*Nota del editor: En realidad, el doctor Anónimo Mongole
nunca quiso ser pediatra, lo suyo eran otras ramas de la medicina, pero una
bruja buena metida a secretaria en las oficinas de la Secretaría de Salud lo
condenó en vida al eterno chillido de los niños berrinchudos, a oler pañales
con evacuaciones diarreicas y, en no pocas ocasiones, a ofrecer sus brazos y arrullar
a un chiquillo malcriado que, socarronamente, le ofrecía entre sueños alguna
sonrisa que él, oligofrénicamente, aceptaba complacido.
miércoles, 14 de agosto de 2013
La residencia: (I) En el principio
Todos llegamos con los mejores sentimientos y un espíritu
amplio y fuerte retozando en el pecho. Somos la dulzura personificada: a
nuestro paso, los ángeles blandes sus alas como grandes abanicos y una brisa
fresca y acariciante antecede nuestra presencia. A cada murmullo nuestros
blancos fantasmas se apresuran a recibir en recipientes de plata nuestras
gotitas de Flügge, ¡como un preciado líquido de la verdad y la pureza! Nuestros
sueños jamás son atormentados por terribles pesadillas, y los fragmentos de
descanso que logramos arrancar a cada hora de guardia son lo suficientemente
grandes para envolvernos.
¿Alguien ha visto alguna vez a la
maldad dibujada en el rostro de un residente?
¿Alguien se ha percatado que sus
cantarinas palabras lleven ocultos desquiciantes mensajes subliminales, dobles
sentidos o típicos albures?
¿Alguien los ha descubierto alguna vez inmersos
en la mentira?
Ni el más farsante emisario del Demonio
puede jactarse de tomarnos en falta.
Entonces... dirá alguien por ahí
perdido: ¿Qué ha sucedido? ¿Qué espíritu malvado confunde los ánimos
tranquilos?
El ambiente se enerva; un vaho fétido
se revuelve entre los miasmas y los moscos infectos —y
todos los animales ponzoñosos— huyen, dejando tras de sí la
desolación y la desesperanza.
Un ambiente convulso.
No es difícil encontrar explicación: el
agua es clara en la tranquilidad; no hay ruido en el silencio. Y todo aquel que
ha visto alguna vez en su vida a un médico interno encontrará de inmediato
explicación a sus dudas: el interno es el causante de todos los males
terrenales; es la piel que el demonio ha germinado, ocultando su maldad y su
terrible presencia; es el centro de la oscuridad hasta donde la luz no tiene
ojo, a donde la mano no llega, a donde el sonido no encuentra una oreja.
De creer en mitologías, todos los
demonios del tiempo confluyen en el cuerpo del interno.
Porque, ¿quién no lo ha visto llegar,
manso y apacible, con paso tembloroso y mucho camino por delante? En su rostro
se refleja el desconcierto, sus ojos observan fijamente los alrededores, acecha...
Cuídense de los médicos internos de pregrado: ellos son el mal.
martes, 6 de agosto de 2013
viernes, 26 de julio de 2013
Servicio social (12): Helena
Llueve intensamente. Atraído por el rítmico golpeteo del
agua contra las ventanas de la clínica, atravieso la sala de espera y contemplo
a través del cristal la presa de Santiago Mexquititlán. La envuelve una bruma
grisácea, meditabunda. Me tranquiliza saber que no dejará de llover hasta
entrada la noche y, en tales condiciones, difícilmente alguien se atreverá a acercarse
hasta la clínica, si no es porque trae a la muerte pisándole los talones. Las
cervezas han hecho el viaje de su escondite bajo mi cama hasta el refrigerador
de biológicos. Quizás en media hora ya estén en condiciones de poder beberse y
embriagarme. Pero ¿quién carajos se empeda con cuatro caguamas… cuando apenas
son las cuatro de la tarde?, pienso un poco decepcionado, sin saber qué haré
con tanto tiempo. Estoy aburrido y no sé qué escribir; como único estímulo
creativo me queda un cigarrillo de marihuana. El humo espeso asciende
culebreando ante mí y rápidamente impregna la habitación de su aroma a petate
quemado, luego el consultorio, el pasillo, la cocina... Afuera arrecia la
lluvia, ahogando por momentos la voz rasposa de Mark knopfler.
El cigarro se consume antes de que las
cervezas terminen de enfriarse. Debo pensar en algo interesante o terminaré por
salir desnudo a correr bajo la lluvia. ¿Por qué no acordarme de Helena? ¿Por
qué no traerla hasta acá y tenderme junto a ella en la cama? ¿Por qué no buscar
bajo mis sábanas el último residuo que dejó su cuerpo desnudo? No sé por qué siempre
emerge su presencia de la lluvia. Si pongo un poco de atención escucho su
nombre rebotando contra los cristales. Como aquel lunes lluvioso que Helena abordó
el autobús mientras yo dormía. Al despertar, estaba sentada a mi lado y leía un
libro cuyo título no recuerdo. Abrió su bolso y extrajo un cigarro mentolado.
—¿Puedo fumar? —sonrió: ya lo hacía.
Su voz de contralto era suave y con
aroma a violetas y jacarandas, a pesar del tabaco. Rechacé cortésmente el
cigarro que me ofrecía, pero no perdí la oportunidad de aferrarme a su
conversación, indagando acerca de su lectura; mientras observaba el movimiento
de sus labios delgados. Le gustaba la literatura mexicana: Gustavo Sainz, José
Agustín, Jorge Ibargüengoitia…
¾A mi me gusta la poesía... en especial
los simbolistas franceses.
Y para demostrarle que no se trataba de
una pose enuncié a Baudelaire, Rimbaud, Verlaine y Malarmé.
Luego saltamos de la literatura a la
música, a la pintura y el cine. Cuando las palabras amenazaban con terminarse, no
tuve más opción que preguntarle lo que desde hacía rato deseaba:
¾¿Cómo te llamas? ¾escuché mi voz súbita, temblorosa,
emocionada.
¾Me llamo V. Pero puedes llamarme
como quieras.
—Helena con H. Como la Helena de Troya.
—Me parece bien, porque soy casada; pero L jamás iniciará una guerra.
Se me hizo un vacío en el estómago,
pero saboree sus letras: Helena.
¾Yo me llamo X ¾le sonreí, le regalé mi nombre, le
mentí¾. Para que sepas con
quién estuviste hablando, soy soltero y estoy enamorado de ti.
¾Siempre es bueno saberlo ¾repuso y amenazó con volver a su libro
de cuentos mexicanos.
¾¿Me regalas un cigarro?
¾Pensé que no fumabas.
¾No fumo, pero por ti soy capaz de echarme
al vicio.
Sonrisas. Bromas.
Cuando las palabras se acabaron, volvió
la lluvia. El autobús disminuyó la velocidad y las ventanas se empañaron.
¾Me gusta la lluvia ¾me confió con una seriedad
incomprensible y comenzamos una disertación sobre la vida, la lluvia y el amor
compartido; sobre los cinco años que había de diferencia entre nosotros, sobre las
cartas, los dos libros de poemas y la obra de teatro que le escribiría…
A mí me gustas tú y te amaré diez años, pienso ahora, mientras destapo la primera cerveza.
domingo, 14 de julio de 2013
Servicio social (11): El último autobús a la ciudad
Esperé a Eva en el paradero hasta que pasó el camión de las seis y media de la tarde, el último. Cuando
vi que no se encontraba entre los pasajeros que descendieron, decidí volver a
la clínica a comer y tomarme una cerveza para tranquilizar el mal momento; mañana a primera hora abordaría
el autobús que me llevara a la ciudad.
Aunque
no hayamos tenido una disputa en los siete meses que llevamos de novios, las
cosas entre Eva y yo no están del todo bien, y un fin de semana juntos nos
habría permitido orientar de nueva cuenta nuestros sentimientos y responder a
nuestras dudas. Quizá nada hubiéramos resuelto, pero esa habría sido otra
historia. Lo intentamos, en fin….
Mientras
tomo el camino de regreso al centro de salud, trato de imaginar qué pudo haber sucedido
para que Eva, tan cuadrada en su forma de pensar y de ser, de última hora —y
sin avisarme— haya cambiado el plan que teníamos para el fin de semana juntos.
No encuentro ninguna razón, válida o no, que satisfaga mi curiosidad y mi malestar.
He tenido de pareja a mujeres de una inestabilidad emocional tal que nada de lo
que hagan me sorprende, por más descabellado que parezca. Pero no Eva, precisa
de sentimientos y buen control sobre sus emociones, negada a los divagues del
pensamiento o el alma. No pocas veces me he preguntado qué necesito hacer para
romper ese equilibrio y, al menos una vez en la vida, verla estallar. Su
carácter, dulce y terso, le permite sonreír y espantar de su cabeza cualquier sombra
que pretenda inquietarla y, simplemente, no pasa nada. Quizás sea eso lo que me
mantenga junto a ella —sin olvidar su cuerpo bien delineado, su cintura breve y
cadera llamativa, pero sin exageraciones—. Además, no olvido que siempre estuvo
ahí en los estira y afloja con Judith, su amiga. Por todo eso, si esta tarde Eva
no estaba conmigo era sin duda porque algo de suma importancia interfirió con
nuestros planes: quizá un parto o un herido de última hora, quizá algún inconveniente
con sus padres en la ciudad de México, quizá cualquier cosa que yo no puedo
imaginar en este momento, pero que no ayuda a tranquilizarme en este viernes
por la tarde, varado en la pequeña comunidad de Donicá. A la gente del lugar le
debe pasar lo mismo que a mí, porque pasan a mi lado sin mirarme, como si yo
fuera un fantasma que por decreto no debía estar ahí. Tienen razón, no los
culpo: desde que llegué hace cuatro meses, es la primera vez que en viernes a esta
hora no estoy llegando a la ciudad de México o visitando a mi familia en el
estado vecino.
No
sé en qué estaba pensando cuando acordé con Eva encontrarnos aquí y no Amealco
o San Juan del Río, como hemos hecho en otras ocasiones. Tal vez porque ella aún
no conoce mi comunidad y yo sí conozco la suya; tal vez porque somos novios
desde hace siete meses y a veces parece que llevamos juntos menos de un mes. Cierto: desde que vinimos al
servicio social nos hemos visto cuatro o cinco veces, no más. Aunque Eva no me
ha dicho nada, tengo la sensación de que sospecha que veo a otra mujer, que
sabe que las constantes cancelaciones para vernos los fines de semana solo son
pretextos. Y tiene razón. Por eso es que hoy estaba dispuesto a contarle todo, a
decirle que desde hace tres meses me veo con Helena, que no sé si debo llamarla
novia o amante, porque está casada y es algunos años mayor que yo; que es médico
pasante como nosotros, pero es tal su cultura que las horas a su lado pasan de
prisa, aunque, dice con sencillez, que su único defecto es que le gusta la
música de Los Bukis; que Helena es alguien de quien te enamoras no más la ves. Y
eso fue lo que pasó… No sé cómo habría tomado Eva mi confesión, posiblemente
con la serenidad que acostumbra me habría dicho que entonces no hay nada más de
qué hablar, Manuel, que sean felices, con o sin mi bendición. Sí, no hay mucho
qué puedas hacer cuando ves a una desconocida que te salta de inmediato al
corazón.
sábado, 6 de julio de 2013
El sol
Minutos antes de que
abra la noche hay un catálogo de sepias. Las nubes obesas y lentas procuran
inminencia. El sol aún hierve, tiembla y deja en el aire una respiración
comatosa. A los lados del río hay un mantel de piedras. El perfil de los montes
se oculta y es que el añil de la tierra se amontona cubriendo sus ramas.
El río corre dando
golpes y revuelca remolinos. Bajo el chapoteo del agua, anima el canto
intermitente de las ranas. La noche se da por instantes al silencio y al sopor
le crecen olores de flores trituradas. Nada perturba, los gusanos dejan de roer
y el sopor, el silencio y las sepias se tensan cuando el monte pare el silbido
profundo de la serpiente. El sol ha muerto.
domingo, 23 de junio de 2013
domingo, 9 de junio de 2013
martes, 4 de junio de 2013
Servicio social (10): Paráfrasis del ausentismo en los Centros de Salud...
Paráfrasis acerca del ausentismo en
los Centros de Salud de Primer Nivel de Atención Médica en el municipio de
Amealco, Qro.
(Primera de tres o cuatro partes)
Por Juan Juan Antonio José, enviado especial.
Otra semana que se
diluye entre el tedio, la soledad y el pesaroso aroma de la provincia a medio
comprender. La mano ¾rígida¾ se vuelve torpe, con
una pesadez de anciano decrépito y oxidado. El estetoscopio ¾incómodo¾ arroja sobre las
membranas timpánicas un tun¾tun
seco, sordo, distante. El reloj Citizen, amodorrado sobre la muñeca de la mano izquierda,
bosteza contagiosamente, mientras duerme como quien lleva horas interminables
abandonado a una sola espera: “Diez
minutos para las dos de la tarde”. La hora de la comida. El médico pasante
en servicio social maldice en silencio la lentitud desafiante del tiempo y
vuelve su atención al hombre de mediana edad sentado ante el escritorio, en el
banquillo de los enfermos.
¾¿Qué es lo que le
pasa, señor? ¾repite
la pregunta, la misma pregunta que repica en sus orejas esta semana, la semana
pasada, todo el mes... la misma pregunta que formuló desde el primer día de
servicio social al primer ser humano que cruzó esa puerta, provocando en él desconcierto
y angustia. Y que ahora, al paso de cinco meses, se ha convertido en algo
monótonamente familiar—. ¿Qué le pasa? ¾Suaviza la voz al darse cuenta que ha puesto el énfasis acostumbrado
para las broncas de metro o riñas de cantina.
¾Pues fíjese doctor
que tengo comezón en las narices.
“Pues rásquese”, quiere gritarle a la mujer gorda que lo observa detrás de dos ojos fofos, y cursa por su mente la idea de considerar el tratamiento y anotarlo en la receta al final de la entrevista, como segunda elección ante la carencia de antipruriginosos.
“Pues rásquese”, quiere gritarle a la mujer gorda que lo observa detrás de dos ojos fofos, y cursa por su mente la idea de considerar el tratamiento y anotarlo en la receta al final de la entrevista, como segunda elección ante la carencia de antipruriginosos.
¾Yo creo que tiene amibas
¾se apresura
a decir la madre, sabia e impaciente, del chamaco que no para de correr sobre
los muebles del consultorio.
¾¡¿Qué?! ¾se oye a sí mismo, se
pone rojo, contiene la respiración, los ojos a punto de estallar, la mirada
extraviada, las manos sudorosas, a punto de cometer un asesinato más en su vida
imaginaria. Explota...
Pero
antes de que ocurra algún desastre, preferimos cortar la escena...
Sin
embargo, tan pronto su reloj se halle próximo a dar las dos de la tarde, el
médico pasante correrá a la habitación de al lado y tomará de un closet
improvisado dos, tres cambios de ropa que arrojará en el interior de su mochila
y saldrá corriendo. En la sala de espera encontrará a la enfermera de mirada
suplicante y la encantará con un principesco beso en la mejilla y un “nos vemos
el lunes, Marce”. Pero la huida nunca es fácil: antes de alcanzar la primera
puerta de la clínica tendrá que golpear a una anciana empecinada en detenerlo a
como dé lugar; en el jardín luchará a brazo¾mano¾pie¾rodilla¾cabeza—huevos
partidos contra una hueste de perros rabiosos que, sin saber qué está pasando, se
unen a la trifulca. Antes de salvar la puerta exterior tendrá que saltar sobre
una manada de escuincles tosferínicos que, haciendo gala de una puntería
fenomenal, arrojan hacia él sus accesos de tos. Quizás en el camino ¾dependiendo del
número de metros o kilómetros que deba recorrer¾ pateará a dos pacientes que insisten en detener su marcha
y obligarlo a volver al Centro de Salud, sin que les valga madre que de 14 a 16 es hora de sus sagrados
alimentos.
¾¡Carajo, pinche
gente! ¿Quién les dijo que me voy de fin de semana a la ciudad de México? Sólo
voy a comer y regreso. ¿La mochila? Esa es solo por lo que pueda pasar. ¡Uno
nunca sabe!
sábado, 4 de mayo de 2013
Servicio social (9): Reporte de brucelosis*
Al interior del
ascensor, las vacas fumaban gruesos puros, satisfechas. Entre charlas y miradas
furtivas al joven ascensorista, que les parecía terriblemente guapo, enfatizaban
los comentarios que estallaban en carcajadas sonoras. De vez en vez alguna
rumiaba recuerdos verdes y los ojos se le hinchaban como pelotas de tenis.
¾¡Bendito sea Dios! ¾musita alguna y
entrega una moneda a un niño pordiosero en el entrepiso; el chamaco,
groseramente la arranca de la mano y echa a correr sin dar las gracias.
¾Yo pienso que la
humanidad no tiene futuro. ¡Ya ha reinado mucho tiempo! La historia nos ha
enseñado que todo lo que llega a la cumbre después declinar lastimeramente. Es
la ley. ¾Y sacude
la cabeza tratando de expulsar de su oreja izquierda una panzona garrapata que,
glotona, insiste en permanecer adherida a su tímpano.
¾Sí: esa es la ley. No
hay duda ¾confirma
otra, dando grandes chupadas a su habano.
El mozo
elevadorista ¾oligofrénico
como el mejor de la especie houxlyniana¾, a pesar del cuarto de siglo que lleva en el puesto y el
desconocimiento del lenguaje vacuno, detuvo el ascensor en el piso dieciocho,
advertido por la descarga eléctrica que dictaba cada uno de sus actos.
¾¡Buenos días! ¾dice al entrar al
ascensor una vaquilla, quizás hermosa, con un par de cuernos diminutos bien
barnizados, grandes orejas acartonadas y una cola de dos metros que no deja de
mover provocativamente de izquierda a derecha ¾. ¡Buenos días! ¾vuelve a saludar melódicamente, mientras sirve un
humeante té de alfalfa tierna a cada uno de los ocupantes del ascensor—. No
tienen por qué preocuparse, ¡es un servicio de la Secretaría! ¾explica con voz chillona
y melosa.
¾Si estuviera un poco
más panzona sería la ternera perfecta ¾piensa una vieja vaca productora de cine, mientras contempla
a la joven enfundada en el disfraz de edecán.
¾Sin embargo, en el
campo de las artes, la decadencia parece inspirar las grandes obras ¾opina un becerro
estudiante de Filosofía y Letras, que no deja de sonreír a la joven ternera¾. Ahí tenemos el boom
de la novela latinoamericana, su mejor ejemplo.
¾Eso está más que claro
y no tiene caso discernir al respecto ¾interviene la cineasta, y a continuación suelta un
discurso acerca de los grandes momentos de la humanidad, pasando por la
decadente Roma, saltando sobre el Renacimiento, mordiendo al Romanticismo,
apapachando el Realismo, mordiendo el Naturalismo y deteniéndose por un
instante en los “Ismos” de las primeras décadas de este siglo.
¾Bueno ¾acota una vaca de
cara burocrática¾ solo
esperemos que nuestro reinado no llegue tan pronto a la decadencia. No al menos
hasta dentro de otros dos mil años.
El
elevador se detuvo en el piso cincuenta y nueve y el rebaño de vacunos entró en
las oficinas de la
Secretaría para la Prevención de la Brucelosis.
jueves, 25 de abril de 2013
Bajos mundos
"Bajos mundos"
Dibujo al carbón y luces con borrador
Del taller de dibujo de figura humana
Xalapa, Veracruz (2002)
Viviendo con los tíos
Hacía largas caminatas para disminuir el aburrimiento. Caminaba a medio sol por el impulso de caminar. Zigzagueante, toreando los carros por instinto. Ver los objetos pálidos sin contornos: mirar, sin mirar y en mi interior construía un circo de varias pistas que en cada una de ellas transcurría la vivencia de un sueño. Todos los actos se ejecutaban al unísono, con flashes, focos intermitentes y un sol artificial; qué absurdo caminar a la deriva sin ser, ni tampoco ser de los demás.
El departamento donde vivía era lo más cercano a un quirófano, todos los muebles estaban donde deberían de estar. Dos veces al día llegaba una franela impecable a quitarles el polvo acumulado y a dejarlos en el mismo lugar. Tallar, tallar, hasta que el brillo le musitaba a la señora “hasta aquí”.
Me sentaba en la cama con temor, rogando a Dios no manchar o arrugar la sábana que pudiese despertar el enfado de la señora. Había una atmósfera que apretaba de los hombros hasta meterte el cuello dentro del tórax. Respiraba como ratón y el reloj parecía soldado, que en vez de campanadas tocaba una marcha. El espejo simulaba un tercer ojo, las lámparas en las esquinas parecían torres. En la noche, para ir a mear, tenía que hacer un rito. En el silencio, me levantaba en dos tiempos, y antes de salir de mi cuarto revisaba uno a uno todos los botones de la pijama. Caminaba con tiento y cerraba la puerta del baño con seguro. Cuando el chorro grueso y enérgico caía en el agua de la taza haciendo un ruido mayúsculo, entonces musitaba con los incisos “Me vale madre”. Pero, disfrutaba más al presionar la palanca del retrete; era entonces cuando la tasa se tragaba toda el agua con remolinos ruidosos y concluía con hipos violentos.
Ir a la calle era otra sensación, buscaba sitios transitados y me perdía en el gentío identificando a las mujeres que prodigasen sensualidad, las veía con emoción; que regodeo hacían mis ojos cuando parecían escuchar ese tam-tam que hacen dos glúteos al caminar. Una noche me encontraba en una glorieta. En ese semicírculo la vi. Me adelanté para mirar de reojo la cara. Su cuerpo me había dejado con un suspiro entrecortado. Tenía ojos pícaros que parecían invitarme. Ese instante en el que deseas abordar a una mujer es terrible y prefieres el silencio a un desprecio, sin embargo te cuestionas y después justificas: ¿Le digo un piropo? ¿La saludo? ¿Qué hago?, ¿qué hago? Sí le hago plática y me contesta, sí deja que la acompañe y con suerte acepta un ligue, después con qué dinero podría invitarle unos tacos, un café. Y sí… de dónde sacaría para el hotel. ¡Eso sería tener buena suerte!, o bien te manda a la chingada, o sale con que le has caído bien y te va a cobrar barato.
Harto de calle, llegaba al departamento y metía la llave con delicadeza, como si fuera a desvirgar una prostituta; para no despertar a la familia, no prendía la luz y a tientas llegaba a mi dormitorio.
Me quitaba las ropas, y me enfundaba la pijama. Prenda que detesto, pero hay que calzarla, para no contradecir la decencia. Me acostaba en línea recta, para no arrugar las sábanas y en el silencio total, me sucedía una inesperada erección a la cual tenía que cumplir, de manera ordenada y metódica, con suspiros profundos, casi espirituales. Esa satisfacción era como una unción que me limpiaba de las porquerías acumuladas durante el día y me daba fuerzas para sostenerme en los días por venir.
viernes, 12 de abril de 2013
Servicio social (8): El buen anfitrión
Al Dr. Miguel Gómez Díaz
Supervisor Médico, Amealco, Qro.
El pequeño refrigerador entreabrió su hocico rectangular y
dejó escapar un vaho gélido que, por un instante, convirtió a la clínica en un
inmenso frigorífico de carnes argentinas.
¾¡Buenos días! ¾bostezó, sonrió, saludó al supervisor
médico que horrorizado veía cómo una manita de cerdo a la vinagreta salía desde
el fondo y lo estrechaba, palmeándolo amigablemente¾. ¡Su presencia en el centro de salud es
un honor, señor doctor! ¡Esto hay que festejarlo!
Y yendo de las palabras a los hechos, el
refrigerador extrajo un par de botellas de vino blanco, las que descorchó magistralmente
y ofreció al pasante y al supervisor médico. Cuando las botellas fueron
vaciadas, el refrigerador dispuso fuera de sí (en una práctica moderna y
versátil que lo convertía de guardián de productos biológicos a frigobar-mesa
de centro) un kilo de carne para asar, un cuarto de tocino ahumado, tres
chuletas de cerdo frescas, 300
gramos de chorizo casero, kilo y medio de tortillas de
harina Mamá Alejandra, 250 g
de crema el Sauz, 150 g
de queso ranchero, 500 g
de queso manchego (ambos San Juan), un litro de leche Alpura 2000, cuatro
sidrales Mundet, siete cervezas Modelo de lata y tres XX Lager, dos mangos (uno
a medio mordisquear), medio racimo de uvas sin semilla, seis limones, dos
jitomates, un racimo de cilantro, cuatro chiles jalapeños, una cabeza de ajo,
un frasco de salsa para spaghetti, un vaso de mole Doña María... que el excelente
cocinero que era el médico pasante agradeció, listo a preparar una
abundante comida.
¾Espero que disculpes lo frugal de mi
despensa ¾dijo sentidamente
el refrigerador, ruborizando su blanca-gris-escarapelada superficie¾. Tú sabes, Miguel, que ya es media
semana... y que, con el sueldo miserable que se paga a los pasantes, uno se
tiene que apretar el cinturón.
Rendido ante tan amable cordialidad, el
supervisor médico fue incapaz de rechazar el almuerzo.
Y amablemente, con la cordialidad
característica del buen anfitrión homérico, se invitó al supervisor médico a
degustar la apetitosa comida, que el médico pasante había servido. ..
El supervisor Miguel Gómez, ante tanta
amabilidad desbordada a su persona, fue incapaz de rechazarlo.
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