miércoles, 14 de agosto de 2013

La residencia: (I) En el principio


Todos llegamos con los mejores sentimientos y un espíritu amplio y fuerte retozando en el pecho. Somos la dulzura personificada: a nuestro paso, los ángeles blandes sus alas como grandes abanicos y una brisa fresca y acariciante antecede nuestra presencia. A cada murmullo nuestros blancos fantasmas se apresuran a recibir en recipientes de plata nuestras gotitas de Flügge, ¡como un preciado líquido de la verdad y la pureza! Nuestros sueños jamás son atormentados por terribles pesadillas, y los fragmentos de descanso que logramos arrancar a cada hora de guardia son lo suficientemente grandes para envolvernos.
¿Alguien ha visto alguna vez a la maldad dibujada en el rostro de un residente?
¿Alguien se ha percatado que sus cantarinas palabras lleven ocultos desquiciantes mensajes subliminales, dobles sentidos o típicos albures?
¿Alguien los ha descubierto alguna vez inmersos en la mentira?
Ni el más farsante emisario del Demonio puede jactarse de tomarnos en falta.
Entonces... dirá alguien por ahí perdido: ¿Qué ha sucedido? ¿Qué espíritu malvado confunde los ánimos tranquilos?
El ambiente se enerva; un vaho fétido se revuelve entre los miasmas y los moscos infectos y todos los animales ponzoñosos huyen, dejando tras de sí la desolación y la desesperanza.
Un ambiente convulso.
No es difícil encontrar explicación: el agua es clara en la tranquilidad; no hay ruido en el silencio. Y todo aquel que ha visto alguna vez en su vida a un médico interno encontrará de inmediato explicación a sus dudas: el interno es el causante de todos los males terrenales; es la piel que el demonio ha germinado, ocultando su maldad y su terrible presencia; es el centro de la oscuridad hasta donde la luz no tiene ojo, a donde la mano no llega, a donde el sonido no encuentra una oreja.
De creer en mitologías, todos los demonios del tiempo confluyen en el cuerpo del interno.
Porque, ¿quién no lo ha visto llegar, manso y apacible, con paso tembloroso y mucho camino por delante? En su rostro se refleja el desconcierto, sus ojos observan fijamente los alrededores, acecha...

Cuídense de los médicos internos de pregrado: ellos son el mal.