jueves, 26 de noviembre de 2015

La residencia (XXVII): Parte de guardia





Su andar deformado atraía la atención de inmediato. Las prominentes curvaturas de sus muslos, llanos y flacos, desataba la estruendosa hilaridad de cuanto curioso se cruzara en su camino. Hará cosa de tres años conocí a una mujer con grupa de caballa, pero sus furiosos relinchos llamaban a cautela. En cambio, con la anciana jefa de enseñanza el morbo y la curiosidad se externaban procazmente. No podía imaginarla desbocada por las desérticas estepas del la hospital, vociferando tras los residentes: sus elevados tacones, falsa y grotesca continuación de sus tobillos, se habrían dislocado al primer intento de galope, mientras su esquelética figura se iría desmoronando. Y eso sin tomar en cuenta los contratiempos que conllevan las fuertes corrientes de viento recorren los pasillos de este lugar.
La primera vez que la vi venir sobre sus zancos ancestrales no pude reprimir una carcajada y mi grito, abusivo y despiadado, fue a cloquearle sobre las arrugadas orejas, dándome tiempo apenas para buscar un escondite en la invisibilidad de mi ignorancia. Sin embargo, su miopía extrema me dio a entender —con una carcajada no menos burlona— que con la doctora X toda precaución tomada era innecesaria.
Ahora, también dueño de la situación, me apresté a darle el saludo.
—Buenos días —maldije con toda intención. Su mirada parda me buscó denodadamente en un radio de unos treinta centímetros, hasta que la sombra nebulosa de mi presencia se ancló en la maraña profunda de su retina desgajada.
—¿Qué vientos te traen por aquí, jovencito? —musitó, carraspeó, con su chillona y cacofónica voz.
—Los del sur —parodié a un viejo cantante español, sin comprender si ella tenía puta idea de mi sarcasmo barato.
— Ah... —y se puso a hurgar en su archivero, al que diariamente entraban revistas de propaganda médica, muestras de medicamentos y el polvo interminable que, a cada contoneo, desgranaba de su cuerpo, como si se tratara de la ofrenda que nuestros antepasados aztecas depositaban al interior de una tumba.
Seguramente, pensé, siente que el tiempo se le niega, que su vida, al igual que su jefatura, amenaza con infartarse de un momento a otro, dejando en paz a esta infeliz vida. Diariamente, al realizar esta rutina, quizá prepara su equipaje; el ritual de sus libros empolvados, las muestras médicas que jamás usará pues la práctica médica privada se encuentra lejos y en el olvido; y ya hace mucho tiempo que su útero se secó, quedando como una cáscara de naranja exprimida por el sol del trópico. Su pelambre decolorada por la senectud gobernante, en mechones ralos y ajados caía a momentos sobre su rostro, envolviéndola en un mayor silencio. Desde lejos, puede verse brillar su desierto casco y algunos cráteres dejados por el paso de los aerolitos accidentales. No se ve un solo piojo. Alguna vez, recuerdo, debieron venir hasta ella fantásticos excursionistas, los buscadores de animales prehistóricos, los buscadores del Lago Ness. Pero está jodida, pienso, de esa cabeza de piedra no nace ni un animalito de Walt Disney.
Me siento agotado, la guardia estuvo fatal y ya no puedo esperar a que venga un viento fuerte y la derrumbe: inflo los cachetes y soplo sobre el frágil cuerpo que no tarda en caer sin hacer nada de ruido. Al cabo mañana ya estaré en otro servicio.

sábado, 24 de octubre de 2015

El asilo en la montaña


En nuestro último viaje, acudimos a un templo religioso que se encontraba parcialmente en funciones, ya que en la actualidad era una atracción turística con visitas guiadas supervisadas por los propios monjes; mismos que nos dieron una breve lista con las recomendaciones de seguridad que debíamos de seguir durante el paseo: cómo sujetarnos del barandal, no separarnos del grupo, etc.
Lo que hace especial a este templo, es el hecho de que parte de su estructura se encuentra dentro de un sólido monolito, adaptado a un sistema de túneles misteriosamente excavados hace cientos de años. Descendimos por una escalera, esculpida de manera grotesca en la piedra, que nos llevó a un complejo laberinto que iba a desembocar en unas catacumbas subterráneas, frías y húmedas, saturadas del eco infinito de las gotas de agua trasminadas desde la superficie. Al término del oscuro recorrido, en lugar de dirigirme a la salida como todos los demás, mi atención se centró en una rampa que conducía a otro grupo de habitaciones de distribución caótica, propiamente en el monolito e iluminadas con luz natural, que en su interior contenían varias camas de piedra. Se trataba de un sitio de reposo para enfermos terminales abandonados.
Gracias a nuestro actual sistema de salud, quienes padecen una enfermedad terminal y no cuentan con suficientes recursos económicos, pueden ser egresados del hospital por máximo beneficio. Pero en la mayoría de las ocasiones, nadie acude buscarlos. A las familias les resulta más barato cambiar el número de teléfono, o incluso cambiarse de casa, que sostener a un enfermo crónico; es como si huyeran de un monstruo.
En este lugar del monasterio, los enfermos terminales reposan en sus últimos momentos de vida, están en paz, no hay ruido que los altere, sólo la voz de la naturaleza; tampoco hay pertenencias, todos cuentan con la misma cama de piedra, un colchón de paja y una manta de costal, recibiendo una grandísima muestra de caridad por parte de los monjes.
A punto de terminar el recorrido clandestino, mi atención se centró en un hombre que estaba aislado de los demás, sentado en la orilla de la cama y mirando hacia el exterior a través de una de las ventanas; para mí fue una gran sorpresa encontrar ahí a mi maestro de la facultad de medicina, el más brillante, el más admirado por todos. Víctima de demencia a sus 55 años, sin familia, ya que dedicó su vida a la enseñanza, rondaba por el lugar brindando apoyo a los enfermos en sus escasos momentos de lucidez, esperando a ser contagiado por la muerte que circundaba el asilo.

Lorena Noriega-Salas.

miércoles, 7 de octubre de 2015

In xochitl - In cuicatl


Pintura: In xochitl - In cuicatl (Flor y canto)
Pintura extraída de una visión representando cantos tan hermosos que se materializan en flores...

Mario César Guerra Figueroa. Pues soy un hombre sencillo de 30 años que desde niño quiso ser músico o médico, al final se lograron los dos objetivos en armonía. Siempre me llamó la atención plasmar ideas en papel; poco a poco se fueron adquiriendo y perfeccionando técnicas de dibujo y posteriormente acuarela. Hasta ahora continuo en ese camino de autoconocimiento y expresión a través del arte de la medicina, música, pintura, fotografía y el diario vivir.

viernes, 25 de septiembre de 2015

El viaje


La curiosidad me impulsó a interrogar a ese objeto, cuyo brillo rutilante llamaba poderosamente mi atención. No obtuve respuesta, así que me acerqué a él y lo tomé entre mis manos de mozalbete inquieto, limpié el polvo que lo cubría y lo empecé a explorar. Lo habitaba un conjunto de historias fantásticas que, confieso, me llevó algunos meses conocer. Mi nuevo amigo me condujo a través del tiempo y del mundo entero, y cada día que pasaba mi aprecio hacia él era mayor. Me presentó a otros amigos, distintos colores los vestían, y con ellos fui conociendo las entrañas del ser humano: sus alegrías, sus iras, sus tristezas, sus amores y desamores, pero sobre todo esa gran capacidad de crear.
En los inicios de mi atardecer, recorro con mi vista a todos esos grandes amigos que me han brindado momentos de dicha y gozo, y me considero afortunado; tomo a uno entre mis manos… me lleno de emoción por el nuevo viaje que emprenderé.. Tal vez me guíe cuando vaya con Caronte.


Nicolás Durán Martínez.

sábado, 19 de septiembre de 2015

19 de septiembre de 1985: Terremoto.


Hoy se cumplen 30 años del terremoto que cambió el rostro de la ciudad de México y los que la habitamos. Después de aquel jueves por la mañana, nada volvió a ser igual, y dudo que alguna vez lo sea, al menos para los que nos tocó vivir de cerca aquella experiencia. Retomo este relato-crónica publicado aquí hace cuatro años para que aquellos que no lo han leído se den una imagen de lo que sucedió en el Hospital General de México, donde se derrumbaron la residencia de médicos y la torre de Ginecología y Obstetricia.

A Orlando García RI de cirugía general, al Residente Rockero, R1 de patología; al recuerdo siempre olvidado de las "panteritas rosas", estudiantes de enfermería, que cada mañana tomaban clase en las aulas de ginecología; a la memoria de las más de sesenta mil personas fallecidas en el terremoto de 1985 (aunque las cifras oficiales dijeron otra cosa).

Con la apatía que lo caracterizaba, el doctor Zaldívar dio comienzo a la clase de nosología trascribiendo los apuntes de una libretita anaranjada al pizarrón, mientras los alumnos del grupo 1417 completábamos el proceso de enseñanza regresando a nuestro cuaderno los conocimientos recibidos.
Desde la última fila al fondo del salón, Alejandro Membrillo y yo disipábamos el aburrimiento arrojando bolitas de papel a Eric Hazan y a Jesús Takakashi, o sacudiendo la fila de asientos delante de nosotros para que Magda Enríquez y Verónica Alcalá se equivocaran en la toma de apuntes.
Cuando llegó la primera sacudida del temblor, creí que Alejandro había cambiado el objetivo de sus bromas. Al confrontarlo, él pensaba que era yo quien lo movía. «Está temblando, güey», le dije con la tranquilidad que se adquiere de vivir tantos años en el onceavo piso de un edificio de la Unidad Habitacional Nonoalco Tlatelolco.
―¡Está temblando! ―gritó Patricia.
―¡Está temblando! ―coreó el grupo entero, entre burlón y sorprendido.
            Alertado por el parloteo de los alumnos, el profesor Zaldívar recogió con celeridad sus apuntes y los metió en el portafolios. Luego salió corriendo del salón, relegando en cada uno de nosotros la responsabilidad de salir indemnes de aquel trance.
Ante la cobardía demostrada por el hombre de mayor jerarquía dentro del salón de clases, de pronto no sabíamos si seguir su ejemplo o esperar tranquilamente a que pasara el temblor. Fue la súbita oscuridad que pobló el salón la que terminó de atemorizarnos y nos hizo buscar la salida.
Para ese momento, la magnitud del movimiento telúrico se había incrementado a la par de nuestro miedo. El sonido retorcido que escapaba de entre las hondas entrañas de la tierra daba la sensación de que en cualquier instante ésta abriría sus fauces y nos tragaría. También estaba el ruido que producía la madeja de bancas, moviéndose desordenadamente y complicándonos más la salida.
Cuando al fin alcanzamos la puerta del aula, fue impresionante ver al doctor Zaldívar y al resto del grupo unidos en un rezo frío y desesperado. Aquella extraña y espontánea comunión no podía ser un buen presagio, me dije. Como tampoco lo era ver que, al otro lado del andador, a escasos treinta metros de nosotros, la torre de Ginecología y Obstetricia se debatía en un vaivén que por momentos contrariaba peligrosamente la fuerza de la gravedad. Los gritos de terror proferidos por la gente atrapada en el edificio, el sonido de los ventanales a punto de estallar, el crujir de la estructura al descuadrarse… eran cosas para las que no estábamos preparados.
―¡Se va caer! ―gritó de pronto Patricia, histérica, apenas controlada por los brazos tensos de Mario.
Como arrastrado por el vaticinio terrible de Patricia, en su balanceo el edificio se inclinó más todavía en dirección hacia nosotros, pero esta vez ya no hubo marcha atrás, y se desplomó. Quise huir, pero sólo fue un pensamiento vertiginoso que cruzó por mi cabeza. El estruendo y una nueva oscuridad se fundieron con la irrealidad. Si el tiempo antes parecía transcurrir en cámara lenta, la sensación de ahogo y sofoco que me envolvían me hicieron suponer lo peor: que la torre de Ginecología y Obstetricia había caído encima de nosotros, obstruyendo la puerta, y que de un momento a otro el aula también se vendría abajo, aplastándome. Tenía que salir de ahí inmediatamente si quería salvar mi vida. A tientas conseguí llegar hasta una pequeña ventana en el extremo opuesto del salón y rompí los cristales… No contaba con los barrotes de protección que impedían mi salida. Desesperado, comencé a patearlos.
―¿Estamos todos? ―reconocí la voz temblorosa del profesor Zaldívar.
―Falta Manuel, creo que  estaba detrás de mí ―advirtió Alejandro.
Una claridad ceniza asomaba por la puerta del aula. Afuera, cubiertos de polvo, mis compañeros parecían espectros. Algunos lloraban, otros rezaban, sin alcanzar a comprender lo sucedido. A todos nos embargaban emociones encontradas, de agradecimiento por sabernos vivos, de impotencia al contemplar que, a diez o veinte metros de nosotros, estaban las ruinas de lo que unos minutos antes fuera la torre de Ginecología y Obstetricia del Hospital General de México.

Entonces ignoraba que aquello era apenas una pequeña muestra del desastre, que a menos de cuarenta metros de ahí también se había derrumbado la residencia de médicos, que unas horas adelante al caminar de regreso a Tlatelolco, donde se cayó el edificio Nuevo León, asistiría al infierno en que se había convertido el centro de la Ciudad de México. No, aquello apenas era el principio… y comencé a llorar.

martes, 8 de septiembre de 2015

La cita


Lo he pensado detenidamente y me siento un poco mal por lo que le hice, pero no era mi intención dejarla inconsciente. No debí pegarle en la cabeza. Sólo quería hacerla entender lo importante que es ella para mí, y lo mucho que me duele que los demás vean lo hermosa que es. Ellos no la quieren como yo, no sabemos de lo que son capaces; mi única intención es de protegerla.
No he sabido nada de ella en meses, dejé de hacer guardia afuera de la casa de sus padres por miedo a una denuncia. Sin embargo, la madrugada que intenté buscarla, añorando ver la reconfortante luz de su cuarto a través de las cortinas color naranja, me encontré con la casa deshabitada. No tenía forma de localizarla. Sin pensarlo mucho, corrí al domicilio de uno de sus familiares, que alguna vez visitamos juntos. No fui recibido con buenos ojos. Yo les expliqué lo desesperado que me encontraba, y que daría lo que fuera por hablar con ella. Triangulamos una cita para el jueves a las 5 PM. Aunque tenía mis dudas, no podía hacer más que confiar en que el mensaje le fuera transmitido.
Llegué media hora antes a la plaza donde habíamos acordado encontrarnos. Yo estaba seguro que ella iba a llegar, pero no fue así. Volví a casa, me sentía incapaz de llorarla e idee un sistema para desahogarme: cortar mis muñecas. La sangre corría a través de mis manos, goteaba por mis dedos y se filtraba en la alfombra. Al cabo de un rato, había un olor dulce en la habitación, que apaciguaba mi dolor. Volví a cortar más profundo, pero la sangre dejo de manar al tiempo que me invadía un sueño al que no pude vencer. ¿Acaso sería aquella que venía por mí, a llevarse mi alma con todo y sus penas? Me recosté a esperarla. Al cabo de un rato abrí los ojos y me di cuenta que era de mañana. No entendía qué había hecho mal… Quizás era la señal de que debía seguir intentándolo mientras tuviera sangre. Acudí nuevamente al lugar de la cita, vendado desde las manos hasta los codos y cubierto con una chamarra larga y oscura, ya que cada vez que extendía los brazos volvía a brotar el líquido vinoso, a través de un chorro tan fino como el de una pequeña fuente para aves. Esta vez la distancia se duplico. Llegué jadeante al lugar, me senté en una banca y esperé, pero ella no apareció. Regresé a casa llorando y corté mi cuerpo en nuevos lugares. La sangre volvió a correr con la misma fuerza que antes, pero se detuvo. Así que corté más profundo. La mancha en la alfombra crecía, pero no era suficiente para liberarme de este dolor. Me fui a dormir esperando que esta noche fuera la última.
Cuando abrí los ojos y vi la luz del día, a pesar de sentirme muy cansado, supe que debía acudir a la cita. Me tardé mucho en llegar. Cada que me detenía a tomar aire veía el rastro de sangre que dejaba al caminar. Al llegar al lugar de siempre, miré mi reloj y empecé a contar el tiempo. Esta vez estaba decidido a esperar toda la noche si era necesario. Me senté en el borde de la banqueta y bajé la mirada para ver como goteaba el carmesí sobre mis botas; las vendas empapadas ya no contenían más. En ese momento se presentó una sombra frente a mí, y al levantar la cara, vi al ángel por el que había esperado.

Lorena Noriega-Salas. Nací en el seno de una familia nómada,  atesoramos  historias sobrenaturales acerca de los múltiples lugares que habitamos. Estudié medicina con el deseo de dedicarme a la investigación, y en el camino la cirugía me cautivo; inicialmente viví maravillada por el poder que confiere la cirugía de trauma,  pero con el tiempo, recordando por qué había llegado hasta ahí, decidí regresar al camino de la complejidad, y ahora me dedico a la cirugía de trasplantes, en donde comencé a escribir textos científicos, pero también me di cuenta que por medio de relatos, podía desahogar mi cabeza de toda la realidad que se nos revela constantemente.

viernes, 4 de septiembre de 2015

Sin escuchar tu silencio


Sin escuchar tu silencio
estás a mi lado
ya no sé mirarte
la lluvia vespertina se va

No sé abrazarte
me duele tener miedo
(es en serio)

De pronto estás muy lejos
muy lejos
¿dónde me extravié de ti?
¿es que debo quedarme quieto?

¿Dónde están tus palabras?
¿acaso abrazadas a mi dolor?

Cansancio
miradas secas
zozobra...

Hoy quiero besarte
ganarme una sonrisa
meter mis dedos en el bolsillo
para encontrar
esta sencilla soledad


Jonathan de la Cruz Pacheco

viernes, 7 de agosto de 2015

Taquiza


Los tacos estaban muy buenos, como siempre, pero al saborear el tercero comenzó a llorar desconsolado, aparentemente sin razón. 
Nunca pudo ubicar el sabor de su mascota perdida dos días antes.

Juan Carlos González Miranda, Ingeniero en Sistemas Computasionales por el IPN; maestro de Matemáticas y Física.

jueves, 9 de julio de 2015

Pinturas y dibujos de Dalia Gómez García


Mi nombre es Dalia Gómez García, soy una mujer de 22 años, nací en la mixteca baja poblana. Actualmente curso mis estudios de medicina en la Escuela Nacional de Medicina y Homeopatía en la Ciudad de México. Mi pasión por pintar y dibujar surgió desde que tengo memoria, el plasmar mis estados de ánimo y el cómo veo a través del pincel o carbón han hecho que mi vida tenga un enfoque diferente, regularmente mis pequeñas obras no tienen título pues deseo que cada persona le dé el título que prefiera al verlas, ya que cada una tiene  perspectiva y visión diferente de las cosas u objetos,  esto hace que la imaginación devore su mente. Amo lo que hago y saboreo cada momento como una buena copa de vino.



viernes, 3 de julio de 2015

Alejado de mí


Alejado de mí
no nací solo
crecí vacío sin brazos rotos 
con las piernas llenas de humo
con las piedras como almohadas
y la lluvia por cobija
Tengo un beso colgado
en la pared que es mi boca
¿Por qué mendigo amor?
me pregunto
Sólo necesité carne húmeda
sonrisas de piedad
dolor de hambre 
pertenecer a una generación perdida
para obtener una memoria
y comprar un corazón sin alma
un reloj de  sal
Sueño monstruos las noches en que lloro
pero no despierto (¿para qué?)
tres lustros hace que conozco mi tristeza-parásito 
sin ser capaz de atar las hebras que soy 
me doy cuenta que no me gusta estar aquí
para sentirme solo 
prefiero salir a la calle
Me gusta estar sentado 
esperándote Muerte mía

J. Jonathan de la Cruz Pacheco

lunes, 15 de junio de 2015

Cómo voy a soportar tu silencio atado a tu lejanía


Cómo voy a soportar tu silencio atado a tu lejanía
Cómo voy a acariciar tu cuerpo oculto por tu ausencia
A pesar del mar que eres
A pesar del calor de tu vientre
Del olor de tu cuerpo
De mi lengua atrapada en tu espalda
Del dolor y la debilidad de tus muslos
Cómo voy a sonreírle a una pared con la puerta cerrada
Cómo voy a mirarte sólo en las imágenes que llenan mi cabeza
Dónde voy a encontrar esa mirada de ojos oscuros
Cómo voy a llenar esta inquietud huérfana de ti
A pesar de tu sonrisa eterna
A pesar de la libertad de tu cuello
Del brillo de tus dedos
Del placer de tus dientes en mi hombro
Del deseo y la necesidad de ti

Jonathan de la Cruz Pacheco

viernes, 5 de junio de 2015

La literatura en la medicina


LA LITERATURA EN LA MEDICINA


En la literatura universal los literatos han utilizado un sinfín de enfermedades como argumentos de sus obras. A la vez los médicos, desde Rabelais (1494? - 1553) hasta Maugham (1874-1965), han utilizado sus conocimientos clínicos quirúrgicos como fuente de inspiración de sus obras literarias. En cierta ocasión Hipócrates comparó el ejercicio de la medicina con un drama en el que intervienen tres actores: el paciente, el médico y la enfermedad. He aquí porque la literatura y la medicina han marchado de la mano a través del tiempo, interesada ambas en la vida y tribulaciones del ser humano. Los autores han empleado a la enfermedad de acuerdo a su experiencia en dicha dolencia, como símbolo de la cultura de la época, o por la eclosión de una epidemia o moda. Se han escrito grandes obras poéticas sobre enfermedades como la tuberculosis, lepra, enfermedades venéreas, etc, y en la literatura épica han demostrado profundos conocimientos de la traumatología.
Homero (siglo IX a.c.) reflejó las ideas médicas de los antiguos griegos, demostrando en pasajes de La Iliada gran precisión en las heridas causadas por flechas, espadas, lanzas y piedras, incluyendo una dramática descripción de una lanza que atraviesa los glúteos, “pasa por debajo del hueso" y perfora la vejiga, ocasionando la muerte de la víctima. Uno de los primeros poemas de Europa es un himno a Apolo (padre de Esculapio), dios de la poesía y de la medicina, dos artes que en la mente de los antiguos griegos aparecían como íntimamente ligados entre sí. Desde tiempos remotos el hombre atribuyó poderes mágicos a la poesía y al arte de curar. En las tablillas de barro cocido de la Mesopotamia y en los papiros de Egipto, llevan escritos versos específicamente consagrados como remedios e instrumentos, para preparar al enfermo para el tratamiento y ayudar al médico en su labor curativa. A medida que evolucionó el lenguaje, el hombre aprende a invocar este poder mediante gritos y encantaciones para dominar las fuerzas ocultas; la magia de la expresión poética se convirtió en aliado natural del arte de curar lesiones y enfermedades. En la Grecia antigua la poesía conservó su magia medicinal. Orfeo, según la leyenda era, además de músico un aedo, adivino y médico, cuyos encantamientos y mágicas fórmulas apaciguaban a los dioses y libraban al paciente de impurezas que causaban las enfermedades. El centauro Quirón, hijo de Cronos y de la oceánida Filira, fue el fundador de la medicina griega y maestro de Esculapio; educó a los héroes griegos más ilustres (Aquiles, Asclepio, Jasón, Dionisos) en la caza y el arte de curar. En Roma la clase médica cultivó oralmente la poesía en Latín, la cual desde tiempo remotos había servido para educar la memoria; así se mantuvieron vivos a través de siglos y recién en el Renacimiento fueron publicados los tratados en versos sobre manjares envenenados (Theriaca) y mordeduras ponzoñosas (Pdexipharmaca), de los que fue autor el médico y poeta jónico Nicandro De Colofón (siglo II a.c.).
En el oscurantismo de la Edad Media, desde la destrucción de Roma (476 d.c.) hasta la caída de Constantinopla (1453 d.c.), la clase religiosa era la única culta; la jerarquía política y militar estaba para gobernar y combatir entre los pequeños estados feudales o llevar las batallas a través de los Cruzados para conquistar los sitios sagrados del cristianismo. Las guerras de la religión proporcionaron infinidad de ocasiones para intervenir a los cirujanos militares. El más famoso de los poemas didácticos medioevales es el Regimen Sanitatis Salernitanum, escrito por la escuela de Salerno entre los siglos XI y XIII. Se publicaron unas 300 ediciones con una variación de 352 a 3520 estrofas y apareció en muchos idiomas; hasta que existieron los libros de texto impresos, se transmitió) oralmente a través de miles de médicos. Sin pretensiones en cuanto a su valor literario, contiene sin embargo, frecuentes ejemplos de versificación fácil y agradable. En los últimos siglos de ésta época, comienza un renacer cultural impulsada por el invento de la imprenta (1440). En el siglo XIII la Universidad comienza a ser el eje de la actividad cultural. Durante la Edad Media, se produjeron verdaderas epidemias. Una de ella, la peste en Florencia, sirvió de telón de fondo para que Boccaccio (1313 - 1375) escribiera EL DECAMERÓN.
La Edad Moderna se inicia con la caída de Constantinopla el año 1453. Durante la Edad Media los personajes capitales en la escena del mundo habían sido Dios y el alma. En esta nueva era el protagonista es el Hombre, el conjunto humano, extraña mezcla de Espíritu y Materia. William Harvey (1578 - 1657), alumno de Acquapendente, se doctoró en Padua en 1602. Escribió su libro Motu Cordis (Movimiento del corazón) impreso en 1628; fue duramente criticado, pero Moliere y Boileau lo defendieron y lo vindicaron. Daniel Defoe (1669 - 1731) con una asombrosa habilidad periodística escribió cien años después de la peste que afectara Londres, The Journal of de Plague, consiguiendo que la novela se leyera como si fuera un auténtico reportaje de los hechos. Las enfermedades venéreas también ocuparon un lugar preponderante en la literatura durante siglos.
Francisco López de Villalobos (1473? -1549 , de origen judío), médico de la Corte Real Española, escribió en 1498 el Sumario de la Medicina en coplas de arte mayor y como el dice “romance trovado ", sobre las pestíferas bubas de la sífilis, en el cual se combinan la elegancia del estilo literario y la claridad del concepto médico Girolamo Fracastore (1478 - 1553) médico veronés , escribe un poema sobre la sífilis: Syphilis sive morbus gallicus, que in­cluye la descripción médica y el tratamiento del morbo gálico o "mal fran­cés", encuadrado en un mito griego.
Rabelais apostrofó a los que utilizaban el mercurio para el tratamiento de la sífilis, a pesar que el mismo la utilizó en el ejercicio de su profesión. La obra cum­bre de la literatura castellana El QUIJOTE (Miguel de Cervantes Saavedra 1547 - 1616) daba por cierto como requisito principal para un paladín, ser un experto en medicina y especialmente en botánica, a fin de conocer los elementos necesarios para curar heridas. Don Quijote soñaba con encontrar el Bálsamo de Fierabrás, con poderes mágicos para curar sus males. Tomás Sydenham ( 1624 - 1689) recomendaba el Quijote para aprender medicina.
La enfermedad de "la languidez", tisis o tuberculosis, la sufrieron muchos personajes de la literatura. Uno de los personajes más conocidos es Marguerite Gauthier la bella cortesana de La Dama de las Camelias, novela escrita por Alejandro Dumas (hijo :1824 -1895). Thomas Mann (1875 - 1955) en la Montaña Mágica, hace un meticuloso estudio clínico psicológico de un paciente internado en una clínica afectado por la tuberculosis. La llamada peste blanca también afectó a muchos escritores, entre estos a: Chejov, Schiller, Whitman, Walter Scott, Stevenson y muchos más. Dostoyevski describe su propia enfermedad la epilepsia, en su obra El Idiota cuyos ataques están magistralmente descritos en el personaje el príncipe Myshkin. Charles Dickens (1812 - 1870) describe con asombroso realismo la afasia, la demencia senil, el traumatismo encefalocraneano (Grandes esperanzas) y la narcolepsia endocrina que padece el chico obeso de Los papeles del club Pickwich (Síndrome de Pickwich).
Las enfermedades mentales en el pensamiento médico de la edad media, era la de un castigo divino al pecado o la posesión diabólica. En 1538 Juan Luis Vives (1492 - 1540), filósofo y humanista español, advirtió claramente la importancia de las asociaciones psicológicas y reconoció su contenido emocional. Trescientos años antes que Freud ( 1856 - 1939 ), en su libro : De anima et vita mencionó el proceso de formación de ideas del subconsciente y como, más tarde, podían descubrirse por asociación; asimismo llevó a cabo profundos estudios sobre diversas clases de temperamentos y rasgos de carácter, anticipándose al concepto prevaleciente en el siglo XIX de las relaciones entre psicopatías y personalidades. La influencia de las escuelas sicoanalíticas en el siglo XX han sido determinantes en la literatura, en especial en escritores como Marcel Proust ( 1871 - 1922 ) , James Joyce ( 1882 - 1941 ), Thomas Mann (1875 - 1955), Tennessee Williams ( 1911 - 1983) . Durante el apogeo del psicoanálisis freudiano, el Dr. Wilhelm Stekel en su obra Poesía y Neurosis (1923), conceptuó que el poeta no era un sicótico sino un neurótico que a través de la poesía va liberando sus inhibiciones. Según él, las cartas y autobiografías de muchos poetas románticos, revelan el odio que sentían hacia el padre y amor hacia la madre. Destacó, además, la homosexualidad de muchos poetas, sobre todo entre los clásicos griegos, amén de los que tratan de incesto, de amor y odio entre hermanos y de las alucinaciones. El Dr. Nicolás Espiro opina que Freud no dice que el poeta viva de espaldas a la realidad, sino que a veces se aleja de ella debido a su carácter frustrante y se refugia en la fantasía de los sueños diurnos, pero sin abandonar el juicio de la realidad. Si ello ocurriera no sería poeta sino sicótico, lo que a veces se ha dado conjuntamente, si bien en muy pocas ocasiones. En general si el poeta se sicotiza, deja de crear poemas. El juicio de realidad reconduce a la actividad placentera de la fantasía de manera que los deseos inconscientes del poeta, que se expresan en dichos sueños, se subliman y se transforman en producto de valor social. Mediante este rodeo, el poeta logra reconocimiento Y la satisfacción que la realidad le negaba antes.
Dentro de la literatura, la poesía tiene un gran valor terapéutico pues en ella reside el poder de estimular y descargar la fuerza emocional de una manera segura, a través de pasiones como el miedo, la piedad o el fervor religioso, con menos posibilidades de un desequilibrio de la razón. Algunos psiquiatras recomiendan a sus pacientes la lectura de las tragedias de Shakespeare o de los clásicos griegos para que, a través de sus obras, comprendan sus propios problemas emocionales.
Las tendencias en el pensamiento médico influyó en la literatura en las diversas etapas de la civilización. De las teorías mágico religiosas reflejadas mayormente en las obras de Dante Alighieri (1265 - 1321), siglos después surge el positivismo de Claude Bernard (1813 -1878) quien en 1865 escribió que en el método experimental, como en cualquier otro, la razón constituye el único criterio real, y que todos los hechos deben tener una causa o, por lo menos, estar relacionado con otros hechos. Bernard influyó mucho sobre Emile Zola (1840-1902) cuyos personajes muestran de una manera despiadada y realista, la influencia que sobre los seres humanos ejercen el medio am­biente y la herencia. Su obra, L, assommoir retrata los estragos del alcoholismo. La descripción del delirium tremens que mata a Coupeau al final de la novela, constituye una verdadera historia clínica.
Los médicos en la literatura fueron enfocados de diferentes maneras coincidiendo con la evolución científica de la medicina. Así por ejemplo Moliere (Jean Baptiste, alias Poquelin: 1622 - 1673) critica en sus comedias a la sociedad de su tiempo, basándose en el simple jui­cio y buen sentido, con grandes efectos cómicos en los que pone de relieve sus vastos conocimientos de la técnica teatral. Dirigiéndose a los médicos los satiriza en las comedias El médico a palos - El enfermo imaginario. En el siglo XIX cuando la medicina florece cien­tíficamente, ésta tendencia cambia. Los médicos de Balzac (Honoré de: 1799 -1850 ) en La Comedia Humana, serie de 96 novelas sobre la sociedad francesa de la mitad del siglo XIX, son, con escasa excepciones , hombres rectos y concientes modelos de devoción y generosidad En una de sus obras el Dr. Bianchon es ese tipo de médico; tanto le impresionó su creación, que hallándose Balzac al borde de la muerte lo llamó gritando: iSólo Bianchon me puede salvar!" Stevenson (Robert Louis Balfour: 1850 - 1894 ) escribió El extraño caso del Dr Jekill y de Mr Hyde; Jekiil es un médico, probablemente esquizofrénico, que no puede resistir la tentación de explorar lo más recónditos abismos del alma humana, valiéndose de la química para dar rienda suelta al lado perverso de su propio carácter. Aunque Hyde es un personaje aborrecible, no consigue destruir la buena impresión que causa el honora­ble Dr. Jekill. Dickens trató muy bien a los médicos en sus novelas; los quince médico y siete cirujanos que desfilaron en sus obras están bien tratados, en comparación con las duras críticas que hace de otras profesiones. George Bernard Shaw (1856 - 1950) ataca a ciertos médicos en The Doctors Dilema (1906), pero en general los escritores del siglo XX han creado una mística de lucha contra la ignorancia, las tentaciones del dinero y de la carne. Sinclair Lewis ( 1885 - 1951) en su obra Arrowsmíth (1925), el personaje, que representa a un abnegado médico investigador, abandona a su rica esposa que trata de convertirlo en médico de la alta sociedad. Archibald Cronin, médico literato (1896 - 1981), en su novela La ciudadela, su protagonista es un médico de la alta sociedad de Londres que cansado de ese tipo de vida, abandona el ejercicio del consultorio para volver al idealismo científico de su juventud. Caso parecido, el del abnegado médico que ejerce durante cuarenta años la medicina general en un barrio pobre, indignado por la injusticia social y eco­nómica, se niega a trasladar su atención profesional a una zona de mejor condición social. Esta novela, El Último Rebelde (1957), obra de Gerald Green glorifica al médico que apuesta por una medicina social.
El acierto literario en los médicos reside en su especial aptitud para estudiar la naturaleza humana, ya que la práctica de la medicina fomenta el espíritu de observación. En la literatura mundial tenemos notables creaciones médico -literarias. Pero también numerosos mé­dicos, algunos de renombre mundial, se han consagrado como verdaderos valores de la literatura universal. Como colofón de esta disquisición sobre la influencia de la medicina en la literatura, diremos:

Con William Osler (1849 - 1919):

"ESTUDIAR El FENÓMENO DE LA EN­FERMEDAD SIN LIBROS ES COMO NAVEGAR POR UN MAR DESCONOCIDO, MIENTRAS QUE ESTUDIAR LIBROS SIN PACIENTES EQUIVALE A NI SIQUIERA HACERSE ALAMAR".

Con Gregorio Marañón (1887-1960):

"SI LOS MÉDICOS FUÉRAMOS NO YA AFICIONADOS A LA LITERATURA, SINO VIRTUOSOS DE SU TÉCNICA, GRANDES POETAS, EN SUMA, ES EVIDENTE QUE ESTAMOS MUCHO MÁS CERCA DE QUE NOS ENTENDIESEN TODOS, Y, POR LO TANTO, DE QUE CURÁSEMOS TODOS AQUELLOS TRANSTORNOS DEL ORGANISMO QUE SE CURAN ANTE TODO, CON CLARIDAD".

Y con el poeta Robert Graves (1895 - 1985):

"UNA BIEN SELECCIONADA ANTOLO­GÍA ES UN DISPENSARIO COMPLETO DE MEDICINA CONTRA LOS TRANSTORNOS MENTALES MÁS COMUNES, PUDIENDO EMPLEARSE LO MISMO PARA PREVENIR­LOS QUE PARA CURARLOS ".


Artículo tomado de la revista Enfermedades del Tórax.   Vol. 44 • Nº 3 •  Diciembre 2001.
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*Médico Neumólogo. Director - Editor de la Revista de la Sociedad Peruana de Neumología.

miércoles, 13 de mayo de 2015

Estoy cansado de mover estos pies sin rumbo...


Estoy cansado de mover estos pies sin rumbo,
mirar a lo lejos y observar sólo mis ruinas,
sólo tengo unas ligeras ganas de ti
saber dónde estás,
suponer qué haces,
pero no sé el objeto,
no recuerdo mi edad
ni desde cuándo soy tan viejo,
en mi memoria sólo existe un nombre
con el significado triste y desconocido
duermo con el cansancio
detenido en tu partida
pero no sueño ya contigo,
sonrío tímidamente a mi rostro,
lágrimas secas me pongo para fingir mi felicidad velada,
me vuelvo a levantar para seguir hacía atrás
pero mi olvido es el Señor de este tiempo.

J. Jonathan de la Cruz Pacheco

miércoles, 29 de abril de 2015

La residencia (XXVI) : La pinche araña


La Araña amaneció con el pelo estropajoso y un humor de los mil demonios. Antes de siquiera de mirarse en el espejo, lo estrelló con el tacón de su zapato favorito. Luego, con amañado desdén, arrojó el zapato por la ventana.
Para la Araña, éste era un día común y corriente (un poco más de lo uno, un poco más de lo otro, en realidad tampoco le importaba) y la agresión a dos de sus objetos preciados no era más que la secuencia de una cadena de fingido aprecio. La hipocresía era su mejor arma. Asesina en potencia, todas las mañanas, olvidando los placeres de la víspera, no tenía reparo en partirle su madre a cada objeto a su alcance. A lo largo de su vida, hombres y mujeres habían huido de su lado no por su fealdad, sino por el peligro que representaba en momentos como aquellos. Quienes la conocían, al verla venir por la acera no dudaban en dejar de lado su valor y bajarse de la banqueta, aun exponiéndose al riesgo que conlleva caminar entre los automóviles. Siempre será mejor una prudente distancia de por medio, aseguraban. No obstante, sé de un intrépido que invocó al demonio, que después de beberse el octavo caballito de tequila dijo que él sí había dejado el miedo atrás, se había armado de güevos y una noche la abordó en la esquina de su casa, cuando la Araña regresaba de su trabajo. Para su sorpresa, la Araña lo invitó a entrar a su casa. El lugar era por demás lúgubre; el largo pasillo de cantera despedía un olor a humedad y tierra añeja, como de camposanto, y un sonido profundo los acompañó hasta llegar a la sala. Cuando las primeras luces de un candelabro se prendieron, no fueron capaces de disipar las sombras en su totalidad, pero la mezquina luz fue suficiente para que él, el atrevido hombre valiente, se percatara de cada misterio encerrado en esa vieja casona. Los millares de cristales esparcidos por todas las orillas de la sala le permitieron entrever que esa mujer odiaba los espejos, pero que al mismo tiempo había algo en su interior que la llevaba a, después de destruirlos, proveerse de nuevos espejos. Del techo descendían gruesa y viscosas crines, formando una red sin orden, entrecruzándose, enlazándose. Luego como la impaciencia ya nos agobiaba—, nuestro camarada el valiente nos contó la historia de amor más fantástica:
¿Que cómo logré escaparme? Cabrones: yo iba preparado mentalmente para todo, y jamás  cerré los ojos, ni aún cuando me la estaba mamando. Siempre los tuve bien abiertos. Y cuando estaba terminando por décima vez, los tentáculos ya descendían del techo, para envolvernos. Traté de separarme de ella bruscamente, pero su cuerpo viscoso, sus pies cruzados sobre mi espalda, sus brazos aferrados a mi cuello parecían no querer separarse de mí... ¡Entonces sí que sufrí!, pues veía esas hebras gigantescas caer sobre nosotros. Pensé que quedaría atrapado como una mosca entre la telaraña, y todo por cusco. Pero logré huir, dejándola sumida en su orgasmo...
Por supuesto que no le creímos, pero nos hicimos los apantallados.
Luego, con el tiempo, hubo otros intrépidos que aseguraban haber logrado huir de la viuda negra, hablaban de osamentas abandonadas en los rincones más distantes de la casa, aún con un rictus de placer grabado en los huesos de la cara, de olores nauseabundos, de putrefacción que indicaba la cercana presencia de una carne en descomposición. Es más, hubo quien dijo ver al través de un ojo de una cerradura un cementerio en el que un mundo de arañas violaban las cuencas de los ojos de incontables calaveras.

Por eso, cada mañana, cuando la Araña aparecía entre nosotros, nos guardábamos mucho de acercarnos a ella. Cuando por alguna indicación éramos llevados a su presencia, manteníamos el más solemne de los silencios, asintiendo a cada expresión suya, procurando no contrariarla, porque sabíamos que una opinión encontrada liberaría su cólera. Siempre le dijimos que sí a todo lo que nos propuso, y vivimos muy felices bajo su mandato.