viernes, 5 de febrero de 2021

Residencias médicas


 


 

Durante 24 años fui profesor titular del curso de postgrado en ortopedia, por la UNAM, y 15 años jefe de servicio en Pemex. En esos 15 años y con el apoyo de las instituciones, pudimos duplicar el número de residentes que pasó de una plantilla de 8, dos residentes por año, a una de 16. Con este número y, en conjunto con los servicios de Ortopedia del Central Norte y el regional de Cd Madero, pudimos cubrir las necesidades de Poza Rica, Minatitlán y Villahermosa. Pero además se pudo complementar la formación académica de los residentes, con rotaciones por otras instituciones para cubrir áreas específicas tales como, ortopedia pediátrica, tumores óseos y reconstrucción articular. El crecimiento fue gradual y siempre, con una vinculación y cooperación de la universidad y Pemex, particularmente pensando en la formación de los nuevos especialistas.

A los doctores que nos apoyaban en los regionales, los vinculamos también con la universidad, a mí me correspondía Villahermosa y traté siempre de que, la universidad, les hiciera llegar un reconocimiento como profesores colaboradores. Las deficiencias eran evidentes pero, soslayables. Era complicado a la distancia, apegarse al plan universitario del curso, se carecía de áreas definidas para el descanso médico durante la estancia, era complicado lograr que los médicos de base en su conjunto, participaran en el proceso formativo y académico, y era también complejo, mantener un control y sobre todo una disciplina de los jóvenes médicos, desde una jefatura a distancia. Tuvimos en más de una ocasión, serios conflictos y más de un dolor de cabeza.

Este es el antecedente. Un largo camino con el fin determinado de lograr que, la formación académica de los residentes fuera siempre, lo más completa posible. Si se logró o no, no está en mí decirlo.

En mayo del 2020, el anuncio mañanero de la milagrosa duplicación de los aspirantes a las residencias médicas, así como, convenios internacionales con instituciones de Estados Unidos, Canadá, Australia, Argentina y Cuba. 1,600 médicos al extranjero. Bombo y platillo con la duplicación de los panes y hoy, aterrizar la realidad.

De acuerdo con la convocatoria de Pemex, (ver foto), se asignan 165 jóvenes médicos, a hospitales regionales que carecen de instalaciones aprobadas, según reglamentos universitarios, para ser sedes. Hospitales que, como la mayoría en el país, pasan por severas crisis en materia de medicamentos e insumos quirúrgicos. Plantilla de profesores que a la vez cumplan con los requisitos pero, sobre todo, que tengan el compromiso de participar en el proceso académico. Sin vínculos con la universidad, ignoro si habrá participación de universidades estatales. Un programa que, de la noche a la mañana hace que un hospital y todos los que en él, están involucrados, se vean inundados por jóvenes en formación. Hoy son 165, siguiendo su lógica el próximo año serán 330, el siguiente serán 495 y al cerrar el ciclo de 4 años de la residencia serán más /menos 660 residentes. ¿Si lo pensaron?

Si esto pasa en un sistema médico, pequeño y controlado como lo es el de Pemex, no me quiero imaginar, lo de otras instituciones, con deficiencias aún mayores.

Para concluir este circo, de los mil seiscientos médicos al extranjero y, también según charlas y noticias cercanas, Conacyt y asociados. No hay ningún convenio con Estados Unidos, Canadá, Australia y Argentina. Sólo con Cuba, en donde según los datos, hay 300 plazas en rehabilitación física.

No hablaré de las condiciones actuales de las instalaciones hospitalarias en ese país, pero, son más o menos como las nuestras…

...en 1955

 

La historia de la residencia médica en México da inicio en 1941, bajo la tutela del Dr Gustavo Baz Prada en la secretaría de Salud y la disposición de médicos formados en Europa y Estados Unidos y que, encontraron en dicho programa, la manera de retribuir sus esfuerzos y enseñanzas a México. Las áreas fueron cirugía general, y urología. El hospital General, el hospital Infantil de México y el hospital Militar fueron los pioneros. Posteriormente la formalización con la Universidad Nacional Autónoma de México y el nombre de los precursores doctores Ortiz Monasterio, Chamlati, Aluja Deu, Ignacio Chávez, Zubiran, Velasco Suárez y una pléyade de maestros.

La visión de la medicina dio un giro en los años setentas, instituciones como el IMSS, ISSSTE, PEMEX y otras, crearon unidades médicas prácticamente en todas las capitales de la República, en algunos casos con hospitales de concentración regional, que fueron a la vez, centros de investigación y formación académica. Con la residencia médica, en el área de la salud, se le dio otro rostro a México. Se le borró el ceño rústico, rural y olvidado y se hizo moderno. La medicina mexicana logró posicionarse a la par de la de los países de primer mundo. En este proceso, y de la mano de los insufribles políticos, seguramente ha dado también bandazos, y ha sido presa, por supuesto de corrupción y malos manejos. Contubernio, cochupos, amiguismos, compadrazgos, de todo como en botica. El ciclo de formación académica en las residencias médicas, cerró un ciclo y se mordió la cola. Nació con el esfuerzo de unos pocos y la buena voluntad de un médico-político de mente abierta y brillante trayectoria y, culmina, con el oscurantismo de una política sin pies ni cabeza.

Sin duda alguna que hace falta darle un giro a la salud en México, en este caso en el proceso académico para formar especialistas, pero este proceso no puede hacerse sin cambiar primero las condiciones de las sedes, sin vinculación con los médicos de base, sin programas universitarios bien definidos y sin una supervisión adecuada. La medida fue, y lo sabemos, totalmente política y tendrá consecuencias. No fue un proceso planeado, no fue un proceso consensuado y quizás lo peor de todo, ni siquiera los que lo están llevando a cabo, están convencidos.

 

©2021 by Oscar Mtz. Molina

lunes, 18 de enero de 2021

Las hojuelas de azúcar y canela


 


 

 

A las abues: Consuelito,

Julia y mamá Cuquita

 

I

Y de pronto se detuvo todo, como si hubiesen puesto en off el interruptor.

El escritorio de mi oficina se quedó con mi pluma y mis recetas dormidas. Enmudeció el teléfono.

Se apagaron las luces y cerré la puerta detrás de mí. Era la última semana de marzo.

Esa tarde llegué a casa y tomé un libro, y empecé a leer. Me serví un poco de café y dejé que corrieran las manecillas del reloj. Cerré los ojos.

La navidad está cerca, oí que dijo mi mujer.

Abrí los ojos y frente a mí, la mesa: pavo, papas y manzanas horneadas, pastel de frutas, ponche.

Luces de colores, el árbol a media sala.

-Cómo fue posible que pasara todo esto, dije a mi mujer.

-pasó, respondió ella.

Afuera, el silencio, roto tan sólo por las sirenas de las ambulancias que corrían de uno a otro lado.

-Parecen tiempos de guerra, dije y empecé a dar cortos sorbos de ponche.

-Así parece, dijo mi mujer.

Al filo de las doce fue cuando cayó la neblina y cuando vimos que, de la nada, se produjo un resplandor que nos cubrió de un sueño eterno.

II

-Abuela qué estás haciendo, pregunté.

-Hojuelas, dijo la abuela mientras siguió cortando la masa, -hacía pequeñas bolitas que enseguida, extendía y colgaba en las orillas de la mesa. Las dejaba secar unos minutos y luego las echaba en una sartén grande con manteca muy caliente.

-chisporrotean, dijo la abuela y volteó a verme sonriendo. Tú me ayudas con la canela y el azúcar, agregó.

La cocina se llenaba de reflejos del sol de la mañana, del humo de la estufa de leña. Se impregnaba con el aroma a café y a canela y a manteca.

Los grandes canastos de carrizo con servilletas bordadas.

-Pones una fila así, decía la abuela, y colocaba las hojuelas, después espolvoreaba azúcar y canela. -Y luego otra fila, y así lo iba yo haciendo. Ella discreta dejaba una para mí, junto a mi vaso de café.

A las siete y media de la mañana hasta ocho canastos repletos de hojuelas, a esa hora los nietos mayores habían hecho acto de presencia. La algarabía de la casa, todos desayunando. Cada uno salía de casa con su canasto a cuestas. Cada uno con su ruta definida. Volverían a más tardar en dos horas. Los vecinos, el pueblo entero esperaba con ansias y, eso garantizaba la venta.

Yo era el más pequeño, aún no podía cargar aquel peso. La abuela mesaba mis cabellos con aquellos dedos largos, delgados, y huesudos. Era justo el descanso. Se servía un poco de café bien cargado, me servía también a mí. Y fumaba tranquila. Fumaba cigarros sin filtro. -Alas extras- y echaba el humo al frente y tomaba su café.

-Algún día, cuando seas grande, saldrás con ellos hijito, agregó.

III

-¿vino la abuela? Pregunté a mi mujer, ella tomó mi pulso, checó mi temperatura.

-respira tranquilo, no te agites, dijo ella.

-¿La abuela? Insistí. Había un fuerte olor a tabaco y a café cargado. -Oí sus pasos por la cocina, dije.

Mi mujer se quitó los guantes de las manos, acomodó su mascarilla.

-Mamá Cuquita murió hace treinta años, dijo.

-Es ella, aseguré.

De nuevo ese silencio en casa, esa niebla densa.

-¡Mamá Cuquita! Escuché que alguien se dirigía a ella, -el cielo está de fiesta, agregó.

-Habrá que hacer hojuelas, oí que respondió la abuela.

-preparemos la masa, hay que poner a calentar la manteca, hay que moler azúcar y canela agregó y enseguida, se volteó hacia mí y dijo: -hijito, ya es hora de que cargues tu canasto.

 

©2020 by Oscar Mtz. Molina