La cabeza comenzaba a darme vueltas. Levanté el tarro y
apuré la cerveza antes de que la primera náusea me indicara que tenía que
parar. A través del líquido claro volví a descubrir la figura del hombre, temblorosamente
distorsionado, que se había unido al grupo hacía unas cuatro rondas. Por
extraño que parezca, fue la distorsión de su imagen la que me hizo reconocerlo,
finalmente.
¾Ya sé quien es ese hijo de la chingada ¾susurré a Tanamazte, empeñado en romper
su quinto caballito tequilero.
¾Ya olvídate de él; nunca lo hemos visto
¾restó importancia
al hecho y soltó un grito de triunfo cuando el cristal quedó pulverizado entre
sus dedos¾. ¡Uno más, pinche
Cocús! ¡Uno más!
Levantamos nuestra copa, festejándolo.
Después del brindis me volví hacia
Osiris ¾que así se llamaba
el hombre de la imagen distorsionada¾. Fastidiarlo un rato sería un acto de
justicia.
¾Usted es músico, ¿verdad?
Osiris se
me quedó viendo con ojos vacunos. Los asiduos al Manolo’s lo conocía: el antro daba
servicio de bar durante el día y de centro nocturno por las noches. Por alguna
extraña razón, los médicos tenían cierta predilección por aquel lugar.
¾¿Y usted cómo lo sabe, joven?
¾Luego luego se le nota. Además, lo he oído
tocar, aunque en este momento no recuerdo dónde. A lo mejor fue en la televisión.
Osiris
movió la cabeza afirmativamente, satisfecho. Y para elevarse más sobre este
grupo de simples médicos mortales, desplegó su curriculum vitae mencionando
locales, tríos, bares, estaciones de radio y televisión.
¾Le faltó mencionan el Salón Bach —recordé
de pronto.
La sonrisa
de éxito que tenía se desvaneció de su rostro y sus ojos se hicieron más
inquisitivos, expectantes, como si quisieran penetrar las profundidades de mi
cerebro. A continuación hizo una disertación con la que trató de explicarme que
podía tocar en cualquier lado menos, por circunstancias que no venían al caso,
en el sitio dónde fue asesinado muchos años antes —y en otra ubicación— Guty
Cárdenas, el Ruiseñor Yucateco.
¾Tú debes comprender que eso de
asesinatos y cantantes baleados, pues no es muy agradable para alguien que vive
de la tocada, ¿no? ¾y apuró su copa, para limpiar su garganta de palabras.
¾A parte de ratero, es usted un pinche
puto miedoso ¾le espeté, levantándome y dispuesto a partirle la madre y
cobrarle todo lo que nos habían estafado él y los meseros, en una noche de
parranda. Además del susto
que nos dieron, pensé, recordando aquella noche, previa a un examen bimestral
de la universidad.
El
doctor S. M. no estaba muy contento.
¾Miren, chavitos. Mañana tienen un
examen. A esta hora deberían estar en sus casas durmiendo o dando una última
repasada al examen.
El
Rompecorazones Bazae soltó la carcajada.
¾Hoy tengo ganas de seguir la parranda
¿o qué? ¿Te agüitas?
S.
M. apuró su copa. A pesar de haber bebido a la par de todos parecía no
embriagarse nunca.
¾Perfecto, escuincles pendejos.
Seguiremos la parranda. Pero la van a seguir a mi ritmo. Vamos a ver que tan
cabroncitos son.
Y
a continuación pidió tres rondas más y la cuenta. Y nos dedicamos a visitar dos
o tres antros hasta terminar en el Salón Bach. Como buen cantante que era,
Bazae llamó a un músico que iba de mesa en mesa. Antes de media hora, Bazae,
Tanamazte y Podrosoa descansaban la cabeza sobre la mesa.
¾No aguantan nada. Tienen salida de
caballo y llegada de burro —comentó S. M.
Aproveché
un receso del músico para ir a orinar. Ya volvía, cuando, llevado por un
impulso cleptómano, tomé un par de chicles de una mesita que estaba allí. Al
terminar la última canción, los bellos durmientes despertaron; había llegado el
momento de hacer cuentas y pagar. Como era la costumbre S. M., recibió la nota.
La sorpresa al verla fue mayúscula: nos cobraban el doble de canciones que se
habían tocado y el doble de bebidas ingeridas. La discusión comenzó y nuestra
mesa fue rodeada por Osiris que instaba a los meseros a que nos partieran la
madre si no pagábamos. Ante tal injusticia, nosotros estábamos dispuestos a ir
a la batalla y arreglar las diferencias a puños. Pero el doctor S.M., que
siempre era quien pagaba, sacó la tarjeta de crédito y solucionó el asunto. Estábamos
por salir de allí cuando un mesero se acercó.
¾Ah... y los dos chicles de menta que
agarró este buey, son de gratis.
Osiris ya no contestó. En su cara se reflejaba el temor; en
la mía, el placer que da hacer justicia. Disfrutaba como nada aquel momento.
Seguramente —cinta café de karate como era—, el tipo no me duraría tres golpes.
¾Será mejor que te vayas, Osiris ¾lo instó el doctor X, Jefe de Urgencias—.
Y no te preocupes por la cuenta.
Imagen tomada de la red: Guty Cárdenas (1905-1932), trovero yucateco asesinado en la Ciudad de México en el antiguo Salón Bach.