domingo, 27 de enero de 2013

Un 27 de enero

Hace 48 años, una desorientada panzocigüeña sobrevolaba los techos de teja roja de una pequeña población, enclavada en el sureste guanajuatense.


Abajo, al interior de una de las casas, después de algunos embarques extraviados, un matrimonio de campesinos había perdido toda esperanza de tener su segundo hijo. Más para tranquilidad propia, pidieron a un chiquillo de nueve años, morenito, pelo corto, cara traviesa, que saliera al patio y les avisara en cuanto viera llegar a la ansiada panzocigüeña. Visiblemente emocionado ante la posibilidad de un hermanito que le quitara los regaños, rezos y responsabilidades que lo agobiaban a su corta edad, el niño subió al techo de teja —aun a riesgo de su propia vida— e hizo señas a cuanto pajarraco pasaba por ahí.

Después de algunas horas de búsqueda infructuosa, la agotada panzocigüeña se disponía a devolver a los cuneros celestiales su incómoda carga. Pero un último y definitivo intento la llevó a descubrir al niño que agitaba los brazos y gritaba como loco. Pobrecito, seguramente no tiene con quien jugar y subir al tejado le parece divertido, se dijo, y soltó su carga sin más. Con la satisfacción del deber cumplido, el cuervo disfrazado de panzocigüeña se perdió a contraluz de un sol grisáceo y deslavado.

Al interior de una casa en la calle Hidalgo, después de unos minutos que parecían eternos, el atascado chillido del recién nacido devolvió a la vieja comadrona y a los asustados padres, la ilusión perdida. Pobres, no sabían que aquello apenas comenzaba.

miércoles, 9 de enero de 2013

Servicio social: (5) Carta a Tláloc




Mi muy apreciado, ponderado y respetado señor Tlaloc, Dios de las Aguas y las Lluvias, Director Honorario de la Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos:

Tengo a bien extenderle mis más sinceras felicitaciones por la efectividad y el buen rendimiento de la presente temporada de lluvias, aunque no por ello dejo escapar la ocasión para externar cierto reproche (respetuoso, desde luego), por el breve retraso con que se presentó esta temporada. Si bien sabemos y tenemos en cuenta que cada año el calendario pluvial se va alterando por motivos ajenos a usted, siempre queda entre nosotros un quisquilloso resquicio de amor propio ¾y una esperanza campesina¾ que nos impulsa a olvidarnos del pasado y esperar con anhelo y presteza cronométricos el inicio de la nueva temporada de lluvias. Ante esta debilidad extranjera (léase puntualidad inglesa) acepto de antemano el epíteto furioso de “malinchista”, que tanto deshonor ha provocado en nuestra historia. Así pues, olvidando esta interrupción insignificante, y haciendo acopio de nuestra propia filosofía nacional, no puedo más que exclamar: ¡Vientos, Tlaloc! ¡Más vale tarde que nunca! ¡No hay mal que por bien no venga! Y no lo digo yo nada más, pues los etíopes ya quisieran tener al menos por un rato a un dios de vuestras características, que no se deja amedrentar por explosiones atómicas ni tormentas prefabricadas por rancheros tejanos; a un dios a toda madre que nunca deja a sus súbditos desamparados.
¡Vientos Tlalocman! Mis más sinceras felicitaciones. Estoy seguro de que los campesinos de Anáhuac, de la Huasteca, etc. no tenemos de qué quejarnos, no tenemos más qué pedirte, nos sentimos seguros de ti y sabemos que no importa que año tras año se vacíen las presas, se sequen los ríos, se talen los bosques (¡o que se incendien, carajo, qué más da!), porque siempre dispondremos de tu fuerza progenitora omnipotente. Cuando la angustia de una sequía se cierna sobre nuestras cabezas, vendrán las nubes oscuras a atiborrar el cielo; los relámpagos cruzarán por las alturas como efectos especiales de guerra de las galaxias y los truenos se encargarán de quitar el sueño al cabrón más pintado. ¿Qué más da? Compa: siempre serás el mismo. Ni el mismísimo San Pedro se atrevería a tanto, por muy frecuentes que sea sus fiestas y guarapetas. Por ejemplo, esta lluvia de siete días seguidos, que aunque no es torrencial, no deja de estar jodiendo bien y bonito; llueve que llueve, se disipa, aparece el sol medio descolorido, pero un nubarrón oscuro se le cruza provocativamente, como diciendo qué me ves hijo de la chingada, no nada, yo sólo pasaba por aquí, y que siga la fiesta y yo mejor me marcho, dice el sol, amedrentado. ¡Y estamos al borde del éxtasis...!
Sin embargo, Viejo Tlaloc, aquí en confianza, quiero pedirte algo íntimo, algo muy particular, como lo que se pide a la oreja, en un susurro nocturno... como una confidencia que se dice al amigo a la amiga más cercano (a): me fascina la lluvia (¡soy tu fans!, ¡está de poca!), me gusta humedecerme bajo tu sombra (y mejor si es en compañía de una mujer), pero en este lugar no tan remoto de la civilización (?), solo y mi alma, con tendencias depresivas y suicidas, leyendo al buen Baudelaire en sus “Splin”, amoscado, esperando el momento en que la luz se vaya definitivamente... Y por si esto fuera poco (¡porque esto es soportable!, o sea romántico) está el techo de la clínica de salud que parece harnero: y ahí me tienes recorriendo la cama del cuarto del médico a la cocina, llevando el escritorio al baño, ocultando mi ropa bajo la mesa del comedor y luego sacándola porque la corriente amenaza con arrastrarla; amontonando mis preciados libros en una olla exprés, subiéndome a las sillas para que las pirañas no me devoren los pies, tiritando, contemplando peces que Eréndira jamás alucinó. Es más, en este instante he pedido prórroga a un cocodrilo que se hallaba ansioso por comerme un hueso. A pesar de todo el pesimismo que me envuelve, aún tengo esperanzas...
Querido Tláloc: ¿Sería mucho pedirte que intercedieras por mí ante otros dioses (sé que tu jurisdicción no es el Olimpo, pero…) para que me envíen un polivalente o un monovalente? Quizás te sorprenda mi súplica tardía, pero te equivocas: no soy como la cigarra, porque ésta cuando menos sabía cantar y yo tengo una voz desastrosa. El asunto es que quizás ha habido un malentendido ante los dioses y el informe de conservación de la clínica que mes a mes envío por allá (al Olimpo de San Juan del Río) nomás nunca llegó. Quizás sea asunto de burocracia o de enemigos poderosos. Sin embargo, para que veas que no soy tan egoísta, tan egocentrista, y que comprendo socialmente a la burocracia, ya no pido solución a todos mis problemas, pero espero que esta misiva sirva para que le eches una mano al pasante que vendrá en ocho meses; por mí, no te preocupes, no hay pedo: apenas me quedan las manos para terminar la redacción de esta carta...


P.D.: Si no es mucho el encaje, aprovecho para pedirte una recomendación ante la diosa Cloaticue. Avísale que llego antes de las siete p.m.


Imagen tomada de la red.