lunes, 14 de abril de 2014

La residencia (XIII): Marathonissste

A Florencio Ibarra, que no se cansaba de traer a las parturientas caminando

El gineco-obstetra Florencio Ibarra observó con ojos rojos a las diez competidoras grávidas que, entre retortijones cada vez más fuertes, cambiaban continuamente de pie, a la espera del disparo de salida. Cuando la última contendiente cambió su ropa de calle por la bata de algodón reglamentaria, con tono enérgico, pronunció el discurso obligatorio en este tipo de eventos:
El de hoy, es para ustedes un gran día; día en que se demostrarán a sí mismas las potencialidades existentes en sus mentes triunfalistas. No permitan que la desesperación las haga presa ni las venza...
Sí”, pensaban las mujeres, moviendo la cabeza al mismo tiempo y volviendo a repasar el recorrido de la competencia: salir por la puerta de urgencias, dar dos vueltas a las instalaciones hospitalarias, continuar por Pradera hasta Bocanegra. Ahí dar vuelta a la derecha en el Bulevar Adolfo López Mateos y continuar por la autopista a la ciudad de Querétaro. Llegando al poblado de Silao, a la altura de las vías del tren, dar media vuelta.
El regreso al hospital es más corto: autopista, López Mateos y Pradera Tampoco necesitarán realizar trámite alguno. Entren por la puerta de urgencias y sigan hasta el servicio de tococirugía, donde las tres primeras serán atendidas por orden de aparición. Pero las perdedoras no deben desanimarse: podrán participar en la carrera de mañana. ¿Entendido?
Un fuerte aplauso por parte del personal de guardia de tococirugía, acompañó el disparo de salida.

jueves, 3 de abril de 2014

La residencia (XII): El nacimiento de mi hija Ireri Alejandra

No sé en qué momento abandonaste el vientre materno, pero cuando abrí los ojos pendías de una viga del trecho, al interior de una crisálida gigante. Tras la tela, tu cuerpo diminuto, enjuto, enroscado, parecía ajeno a su nuevo medio ambiente. Me crucé de brazos y me dispuse a esperar con ansia tu primer movimiento: una patadita o un guiño. Nada. Tras tu piel una película casi transparentese podía entrever la red vascular, y en su interior el interminable ir y venir de la sangre. Un circuito de sangre roja, por acá; un circuito de sangre azul, por allá. Y tu cuerpo flotaba inmóvil en el aire de la bolsa que pendía del techo: del antiguo mar en que antes nadabas, no había ni una gota de agua. ¡Eso no es posible!, me dije. Entonces descubrí en la pared detrás de ti, un cazo de cobre que contenía el líquido amniótico que, en algún momento, debió escapar de la crisálida. Sin embargo, podía apreciarse su ascenso vaporoso hasta las medianías de tu cuerpo. No cabe duda, pensé, que asistimos a una nueva forma de creación. Y el sueño se fue haciendo más y más profundo, diluyéndose de la memoria.


13-14 vii 91, León, Gto.