viernes, 27 de junio de 2014

La residencia (XVIII): Las tijeras están en el quirófano

Se armó la revolución: la obstetra frunció el ceño, hurgó intempestivamente debajo de los campos quirúrgicos y, al borde de la histeria, volvió a preguntar:
¿Seguro que no están entre el material?
La instrumentista, ojillos de ratón hechizado, repasó mentalmente la cuenta del instrumental a su cargo. No, las tijeras no aparecían por ninguna parte.
La obstetra metió la mano a la cavidad materna, estrujó el útero, pellizcó en su prisa una tripa despistada y miró con furioso rencor al residente que la ayudaba en la cirugía.
¿Dónde demonios las dejaste, Castro?
Yo ni siquiera las agarré, doctora...chilló el residente cual osezno asustado. 
A cada segundo transcurrido, la respiración de la obstetra se hacía más difícil al interior del quirófano. Su última esperanza, los benditos rayos x, demostraron que, efectivamente, las tijeras no se encontraban en la panza de la parturienta ni se las había tragado el neonato. Por lo que se procedió a cerrar a la madre, y a no abrir al recién nacido.
A ver dónde aparecen después.


Nota de un camillero metiche: Las tijeras sí estaban en el quirófano, o al menos ahí estuvieron un buen rato, después se supo que el residente de ginecoobstetricia, supersticioso y temeroso de las brujas (la señora por operar era de San Francisco del Rincón, Guanajuato), tomó de la crilera las tijeras y, sin que nadie lo viera, las colgó con tela adhesiva detrás de la puerta. Pero también se supo que la bruja, conocedora del antídoto para alejarla de ahí, entró por la puerta de la sala contigua, las descolgó y las arrojó a un bote de basura, rompiendo el hechizo. Después, tranquila y maligna como era, se dispuso a operar. De alguna manera, el bisturí y el resto del instrumental, pero sobre todo su pericia, realizarían el trabajo.

jueves, 19 de junio de 2014

La levedad de ser gris adentro en Jeremías Marquines

La levedad de ser gris adentro en Jeremías Marquines.  Por: Ricardo Aguirre Bahena


“Pero Asclepius no para de llorar; afuera las chitapías dan brinquitos en el jardín, alguien más observa al otro lado de la calle...” (Las formas de ser gris adentro. Pag. 24.)

     I.- La crítica literaria.  Entre los capitanes, la soldadesca y el clero que vino a la Conquista de América, hubo los que destinaron algo del peso que estaban autorizados a embarcar para traer consigo a sus escritores y poetas favoritos en compactados libros. Con lo que -se intuye- la crítica literaria antecedió a los literatos.

     En lo que respecta a la poesía, la crítica floreció en la Nueva España y en Santo Domingo gracias a dos hombres venidos de España. A la isla, vino a formarse, Juan de Castellanos (1522-1607) y, a las aulas universitarias novohispanas llegó, ya hecho, Francisco Cervantes de Salazar (1513-1579). Ellos, coincidieron en el  estudio y difusión de los poetas grecolatinos, la métrica de los mismos y, en creer que el endecasílabo italianizante fue su máxima expresión.

     Del poeta griego Asclepiades, Juan de Castellanos, escribió: “...casquiveleto poeta della  nívea asclepia, d´un spondeus, dos choriambus e un pirriquius.” Es decir, poeta de lo voluble, con nombre de blancas flores (asclepias) y creador del  asclepiadeo: Dos sílabas largas (espondeo), seguidas de una sílaba larga y una breve y, una sílaba breve y una larga (coriambo), otro coriambo y dos sílabas breves finales (pirriquio).  Tocó  al catedrático Francisco Cervantes de Salazar citar un asclepiadeo  en latín (?) del poeta griego: Scriptium  longa... Ídem litter usum ego... (Escribe largo... Idénticas letras uso yo).

     II.- La inspiración.  Para el poeta Jeremías Marquines: “se debe escribir con fundamentos, con bases, no nada más por ganas, quien diga que necesita inspirarse para escribir, es un poeta mediocre” (El Pueblo; 27 nov 2001); en tanto, para Gabriel Zaid, “la inspiración es también tradición, una dependencia de los otros” (La poesía en la práctica, FCE, 1985). De hecho, Jeremías parece darle la razón, en la misma entrevista con el periódico chilpancingueño, dice: “...se tiene que conocer para escribir, y para conocer, lamentablemente hay que leer”.

     En la volición (deliberación, decisión y ejecución de un acto voluntario) desarrollada para escribir Las formas de ser gris adentro, el autor usó todos los elementos  de que disponía: Vivencias, visiones, gustos, disgustos, lecturas, relecturas...  La honestidad del poeta le lleva a citar (en el libro) a los escritores que lo “inspiraron”. Sin embargo, el papel del crítico es ir más allá, y tratar de vislumbrar otras “dependencias” del autor, implícitas o no en la obra en cuestión. O como decía José Augusto Trinidad Martínez Ruiz (años antes de ser conocido por Azorín) en su obra, La crítica literaria en España (Discurso): “No hay más que una crítica: examen, observación, asociación, disociación. Y el examen –laudatorio, condenatorio- puede revestir diversas tendencias.”

     Creo, que al Deliberar y Decidir cómo quería su obra, el autor tuvo presente sus lecturas sobre: La recreación de ciudades míticas, la invención de animales fantásticos, la evocación de personajes grecolatinos, la apropiación de figuras mitológicas o históricas, la construcción de “ambientes” y los recursos estilísticos  de varios poetas y escritores -además de los confesados- en los que el autor se “inspiró” o de los que fue “dependiente”. De igual modo, al asociar y disociar el crítico tendrá presente a “sus” escritores, por lo que en la lectura de Las formas... creo encontrar a: Garcilaso, Gorostiza, Calvino, Borges, Cortazar, Machado, Alberti, Efraín Huerta, Walt Whitman y  Novalis; pero -¿¡oh, falla!?- a diferencia de Novalis que se apropio de la figura histórica de un trovador alemán del siglo XII (Enrique de Ofterdingen) y lo recreó, en la Ejecución de Las formas..., no se recreó al personaje histórico de quien se tomó el nombre de Asclepius: El poeta griego Asclepiades; tampoco se usaron metáforas en las que se incluyeran sus flores representativas (asclepias) ni mucho menos se imitó, o se intentó  al menos, un asclepiadeo.

     III.- Yo, tú, él, nosotros...  En un poema de las características de Las Formas... sirve el abordaje que hizo Michael Burton en Sobre literatura, (Seix Barral, tomo II; 1967): “Cada vez que se da un relato novelesco, entran obligatoriamente en juego las tres personas del verbo: dos personas reales, el autor que cuenta la historia... el “yo”... el lector a quien se le cuenta, el “tú”, y una persona ficticia, el héroe, aquél de quien se cuenta la historia, el él...”. Alberto Paredes en su libro Las Voces del relato (Universidad Veracruzana, 1987), cita a Burton y complementa lo anterior al escribir: “...(es sabido que los plurales ocupan un lugar minoritario). Debe ser así puesto que todo relato es la enunciación de un discurso, y ese discurso lo emite por fuerza alguna de las personas del paradigma pronominal.”

     En las formas...  Jeremías es quien canta el poema (yo) de su acompañante Asclepius (él) al oído del lector (tú). Como poeta, Jeremías propone y va más allá, cuando deja de ser él quien describe su andar con Asclepius e introduce la figura del Narratorio o Narratario (un autor “dentro” de la obra), que en Las formas... se expresa en el plural nosotros. Para quienes digan: ¡Pero esto es poesía, no es  novela ni cuento! Valen los siguientes versos de Machado: “Canto y cuento es la poesía./ Se canta una viva historia,/ contando su melodía.”

     IV.- Había una vez... un como.   Al igual que el Quijote, Las formas... inicia con una precisa y larga frase:

     “Ya mucho se dijo de la tristeza, que el amor es una espesa humedad de madera en la estación lluviosa, la oscura membrana en el ojo de los ahogados incitando al naufragio.” (Las formas...; pag 1).

     El empleo de frases largas en Las formas..., es un acierto, sobre todo en aquellas en la que es manejado con maestría el adverbio “como” al unir dos metáforas, en la que la segunda metáfora tiene función explicativa.  En Las formas... escrito está: “...su horizonte arqueado como un camaleón dormido en la osamenta de la niebla...”  Al encontrar el anterior buen ejemplo del uso del “como” en la primera página de un libro de poesía, se espera encontrarla a lo largo del mismo. Los altibajos en la lectura de este libro son consecuencia (entre otras cosas) del cómo utiliza el autor el “como”.

     V.- Placervezaratrústico.  Al analizar el primero de los cinco conceptos vertidos en Seis propuestas para el nuevo milenio (Siruela, 1990), Italo Calvino dice: “La levedad es una manera de ver el mundo fundada en la filosofía y la ciencia... es algo que se crean en la escritura, con los medios lingüísticos propios del poeta, independientemente de la doctrina del filósofo que el poeta declara profesar.” La Ejecución de toda obra requiere del uso de una técnica, y la técnica, según decir de  Sartre: “implica una filosofía”.

     La técnica seguida por  autor para escribir Las formas... fue rigurosa, y así lo confiesa en la mencionada entrevista: “todos los días escribía muy temprano, de madrugada, era una tarea que tenía que cumplir como escritor...” Rigurosa, pero no despojada de una filosofía, que en el caso, es la de un poeta hedonista, pitagórico, zoroástrico y bukowskiano, que deja sentir su explosión lingüística (otro de sus aciertos) en la construcción de frases o “nuevas” palabras (tristuras tristes; atmosferocéfalos; trisnostalgía;  apesumblandamiento...) al estilo de Joyce, Twain y José Agustín, o del Chavo del 8 (De arriba caían...); y en concordancia con  Octavio Paz, que  dijo: “No es poeta aquel  que no ha sentido la tentación de destruir o crear otro lenguaje”.

     VI.- ¿Pesadez o levedad? En el mencionado libro, Italo Calvino se declara a favor de la Levedad en la poesía, de la que dice:  “Para mí se asocia con la precisión y la determinación, no con la vaguedad y el abandonarse al azar... la levedad en por lo menos tres puntos: 1) Un aligeramiento del lenguaje mediante en cual los significados son canalizados por un tejido verbal como sin peso, hasta adquirir la misma consistencia enrarecida... 2)El relato de un razonamiento o de un proceso psicológico en el que obran elementos sutiles e imperceptibles, o una descripción cualquiera que comporte un alto grado de abstracción... 3) Una imagen figurada de levedad que asuma un valor emblemático... Hay invenciones literarias que se imponen a la memoria más por sugestión verbal que por las palabras”.

     Por el contrario, Milan Kundera en su libro: La insoportable levedad del ser (Tusquets, 1984) considera que: “...el peso, la necesidad y el valor son tres conceptos internamente unidos: sólo aquello que es necesario, tiene peso; sólo aquello que tiene peso, vale...”

     Independientemente del tratamiento que el poeta pretenda dar a sus metáforas (Levedad o Pesadez), deberá ser preciso, sutil y de una abstracción tan sugestiva que no permita que sus metáforas  sean de una levedad tal, que se eleven y no las logre “aterrizar” el lector, o por el contrario, que el peso de las metáforas termine por derrumbarlas. Para ello, el adjetivo a emplear, deberá ser el necesario y preciso, para que al darle peso o levedad a la metáfora, está  adquiera su verdadero valor poético.

    Ya lo dijo – y bien- Vicente Huidobro en su “Arte poética: El poeta es un pequeño Dios ...Que el verso sea como una llave que abra mil puertas ...Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra;/ el adjetivo, cuando no da vida, mata.

   VII.- En el reino de la salamandra.   
     -Ya mucho se dijo de la metáfora y de los hombres que ven pasar trenes,  pero, quiero decir lo mío: “El camaleón es la metáfora limitada y supeditada al árbol en el que se posa.”
     -Tienes razón, Valaquius- le dije y repliqué: -Pero existen las metáforas ilimitadas de San Juan.
     -San Juan, fue la metáfora del sustantivo sin adjetivos- dijo  Valaquius, al tiempo que entrecerraba los ojos y aspiraba el grasoso humo de su cigarro.  

     Aproveche el ensimismamiento de Valaquius, para citar -espero que bien- el único verso que conozco de memoria de  Alaine la hija de Peter:

     “Para ser felices/ lo tuvimos todo/ y así con todo/ todo perdimos./ Oquedad de la gota/ que desgasta/ y devasta/ hasta el vacío./ Ahora/ nada nos queda/ tan solo/ el fardo de los instantes que ya se fueron.  
     -¡Exacto!  ¡El adjetivo en la dosificación precisa!- grito Valaquius, antes de comenzar a toser.

     VIII.- La levedad imprecisa de una metáfora inicástica.  La tercera de las propuestas para el hombre del tercer milenio, analizada por Calvino es la Exactitud:  “...quiere decir para mí sobre todo tres cosas: 1) un diseño de la obra bien definido y bien calculado; 2) la evocación de imágenes nítidas, incisivas, memorables; hay para esto en italiano un  adjetivo... “icástico” (y) 3) el lenguaje más preciso posible como léxico y como expresión de los matices del pensamiento y la imaginación.”

     Las formas... es una obra poética bien diseñada, definida y calculada (Lo que fue obvio para el jurado del Premio de poesía José Carlos Becerra 2000 que premió el libro.), y con un lenguaje incisivo y  memorable, usado para expresar los matices del pensamiento, la imaginación y la filosofía de Jeremías Marquines. No obstante, es un lenguaje, al que le falta lo “icástico” (Lo natural y sin disfraz), pues se disfraza demasiado a las metáforas con adjetivos de toda índole, con lo que pierden naturalidad y nitidez, sobre todo al ser mal engarzadas con un adverbial “como”, o bien al usar en la construcción de las metáforas el gerundio y el participio. Lo que ante los ojos de los críticos del fututo, pudiera ser considerado un error para el que no se podrá aducir libertad poética, pues el empleo de los tiempos no denota un juego poético, sino, un desconocimiento en su aplicación.

     Por último, aunque el poeta cumple una de las funciones de cualquier obrero de la palabra: El rescate de vocablos; y los que emplea, si bien son los precisos, obliga al lector medio a recurrir al diccionario y,  es la causa, junto a las metáforas inicásticas y el empleo del adverbial “como”, de la sensación de incomprensión del discurso poético del autor. De ahí –quizá- el decir de José Dimayuga en la presentación del libro en Acapulco en el 2001: “Uno termina el libro exhausto y con el sentimiento frustrante de haber sido incapaz de estar a la altura de su poética.”



viernes, 6 de junio de 2014

Asesino


Tumbado en la hamaca, entornando los ojos y rascándome las lonjas de la panza, espero pacientemente al tiempo para matarlo.

jueves, 5 de junio de 2014

La residencia (XVII): Segunda variación sobre el hijo de puta


Su extravagante y prolongada nariz, abandonada en medio de una cara huesuda y cubierta por una exacerbada calva, incitaba a depositar en ella un fuerte y efectivo putazo. Con esto, de ninguna manera se agredía a un anciano, como podría pensarse, sino a un hombre de mediana edad y dudosa reputación. Ante tales argumentos, de ninguna manera podríamos hablar de una agresión: una cara ladina, sin importar si es la de un médico o no, necesariamente invita a hacerse justicia por propia mano. No por lo que haya sucedido, sino por todo lo que podría venir después. Dice el consenso general que no se debe prejuzgar al prójimo. Yo agregaría: excepto si ese tal prójimo es un hijo de puta.