jueves, 5 de junio de 2014

La residencia (XVII): Segunda variación sobre el hijo de puta


Su extravagante y prolongada nariz, abandonada en medio de una cara huesuda y cubierta por una exacerbada calva, incitaba a depositar en ella un fuerte y efectivo putazo. Con esto, de ninguna manera se agredía a un anciano, como podría pensarse, sino a un hombre de mediana edad y dudosa reputación. Ante tales argumentos, de ninguna manera podríamos hablar de una agresión: una cara ladina, sin importar si es la de un médico o no, necesariamente invita a hacerse justicia por propia mano. No por lo que haya sucedido, sino por todo lo que podría venir después. Dice el consenso general que no se debe prejuzgar al prójimo. Yo agregaría: excepto si ese tal prójimo es un hijo de puta.


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