Su extravagante y prolongada nariz, abandonada en medio de
una cara huesuda y cubierta por una exacerbada calva, incitaba a depositar en ella un fuerte y efectivo putazo. Con esto, de ninguna manera se agredía a
un anciano, como podría pensarse, sino a un hombre de mediana edad y dudosa
reputación. Ante tales argumentos,
de ninguna manera podríamos hablar de una agresión: una cara ladina, sin importar si es la de un médico o no, necesariamente
invita a hacerse justicia por propia mano. No por lo que haya sucedido, sino
por todo lo que podría venir después. Dice el consenso general que no se debe
prejuzgar al prójimo. Yo agregaría: excepto si ese tal prójimo es un hijo de
puta.
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