viernes, 27 de junio de 2014

La residencia (XVIII): Las tijeras están en el quirófano

Se armó la revolución: la obstetra frunció el ceño, hurgó intempestivamente debajo de los campos quirúrgicos y, al borde de la histeria, volvió a preguntar:
¿Seguro que no están entre el material?
La instrumentista, ojillos de ratón hechizado, repasó mentalmente la cuenta del instrumental a su cargo. No, las tijeras no aparecían por ninguna parte.
La obstetra metió la mano a la cavidad materna, estrujó el útero, pellizcó en su prisa una tripa despistada y miró con furioso rencor al residente que la ayudaba en la cirugía.
¿Dónde demonios las dejaste, Castro?
Yo ni siquiera las agarré, doctora...chilló el residente cual osezno asustado. 
A cada segundo transcurrido, la respiración de la obstetra se hacía más difícil al interior del quirófano. Su última esperanza, los benditos rayos x, demostraron que, efectivamente, las tijeras no se encontraban en la panza de la parturienta ni se las había tragado el neonato. Por lo que se procedió a cerrar a la madre, y a no abrir al recién nacido.
A ver dónde aparecen después.


Nota de un camillero metiche: Las tijeras sí estaban en el quirófano, o al menos ahí estuvieron un buen rato, después se supo que el residente de ginecoobstetricia, supersticioso y temeroso de las brujas (la señora por operar era de San Francisco del Rincón, Guanajuato), tomó de la crilera las tijeras y, sin que nadie lo viera, las colgó con tela adhesiva detrás de la puerta. Pero también se supo que la bruja, conocedora del antídoto para alejarla de ahí, entró por la puerta de la sala contigua, las descolgó y las arrojó a un bote de basura, rompiendo el hechizo. Después, tranquila y maligna como era, se dispuso a operar. De alguna manera, el bisturí y el resto del instrumental, pero sobre todo su pericia, realizarían el trabajo.

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