jueves, 29 de mayo de 2014

La residencia (XVI): Resfriado


Los vi acurrucados en el rincón de siempre. Había en su expresión algo que no correspondía a su fisonomía característica. Posiblemente sea el tedio que lleva a cuestas el transcurso de una semana pesarosa, o que ahora, después de una larga y tormentosa noche, la pesantez del sueño desplome sus párpados desvelados.
A ver, cabrones, vengan acá silbé, como todas las mañanas, con ese sonido de serpiente tan característico al que los tenía acostumbrado. No se movieron. ¡Vaya!, pensé, un tanto sorprendido. ¿Qué les pasa a estos hijos de la chingada?
A ver niños, ¿quieren que les cante una canción de cuna o qué?
Nada. Su mutismo y estatismo iba más allá de cualquier broma. En conclusión: había algo que no funcionaba.
Preocupado, caminé descalzo hasta mi par de viejos tenis Le Coq. Estiré la mano y los toqué. Mi sorpresa fue mayúscula: ¡Ardían en fiebre! ¡Maldita sea!, rezongué. ¿Por qué demonios los lavé a media semana?
Ahora pagaría las consecuencias: acudir descalzo al hospital.

jueves, 15 de mayo de 2014

La residencia (XV): Los niños que vienen del Cielo


I

La luz roja se prendió tres veces en el ojo izquierdo de la cigüeña y por el altavoz se escuchó la voz del Señor: “En cinco segundos, llegarás a....” y un coro de ángeles inició gregorianamente la cuenta regresiva. Cuando el conteo estuvo en cero, la cigüeña echó una última mirada al paquete. ¡Tantos años transportando para la compañía Cigüeñaire du Ciel! Ahora sólo era cuestión de terminar la entrega y después la feliz jubilación. Por eso contrariamente a los principios de la compañía, volvió sus ojos rojos, como si hubiera estado fumando marihuana toda la noche, para observar por última vez en su vida profesional, la neonata carga...


II

Por enésima vez la Gordamadre hizo acopio de fuerza. Su rostro jugueteó del rosa al rojo al morado al azul profundo, mientras gruesas gotas de sudor rodaban como aludes por su cara, arrastrando todo fenotipo humanoide. Un pujido más, trataba de concentrarse, pero sus pensamientos revoloteaban en su cerebro como oscuros zopilotes a la espera del deceso de su presa. Un pujido más… y la cosa no andaba para ningún lado. Hacía ya media hora que había empezado a desesperarse, y en este momento sus angustiadas manos no tenían sitio sano que explorar, por lo que se aferraron al campo azul marino que cubría la mesa de expulsión. Sus pies, sujetados fuertemente por las correas de piel de cerdo, hacían desesperados esfuerzos por liberarse y patear la cara del internobstetra, pero lo único que conseguían era que las correas se clavaran en su carne edematosa cual colmillos de una fiera hambrienta.
¡Ya no, dios mío, ya no! ¡No aguanto más! y su cuerpo se retorcía  sobre la mesa como una gruesa babosa atada a un comal ardiente. Rítmicas y disparatadas convulsiones iban desde las agudas puntas de su pelo gelificado hasta las retorcidas uñas de sus pies. Algunas veces, después de la convulsión lograba calmarse, permaneciendo inerte unos siete u ocho minutos, hasta que pasaba el periodo postictal
Era este tiempo el que aprovechaba el internoobstetra para relajarse y dar descanso a sus atolondrados sentidos. Era el tiempo necesario en que podía prestar serenamente atención a la eterna disputa entre su demonio y su ángel de la guarda. Firmemente posesionado cada uno de su respectiva oreja, contaban largas y excitantes historias, tratando de ganar su atención y que olvidara la de su rival. En este momento, el diablillo llevaba la delantera con una narración eróticosicodélica en la que el protagonista (alter ego del internoobstetra, desde luego) se enfrentaba en un combate lúdicoesquizofrénicosadomasoquista con la estrella rock del momento: Sex Madonna Punk. Y de continuar las cosas como hasta ahora, la historia no podía terminar en la cama.


III

La cigüeña pasó de largo por enésima vez, ignorando las instrucciones del controlador de vuelo, que volvió ordenar con insultos la entrega inmediata de la carga. La cabeza le daba vueltas. Prendió un cigarro para mantenerse despierta. Allá abajo, la ciudad se veía como un montón de pequeñas lucecitas multicolores “como si el cielo hubiera cambiado de lugar, y todo el universo se hubiera apretujado”. Y siguió volando, en su intento por prolongar lo inevitable. 


IV

En una habitación del Cunero Celestial, el pequeño Cocús estuvo de acuerdo en no tomar el vuelo que lo llevaría a su nuevo hogar.
Aquí se está de poca madre le había dicho el pequeño Walterio, un minúsculo feto blanquecino de pelo rubio. Ni dan ganas de marcharse.
Además, para esta noche hemos preparado un reventón que estará de primea había agregado el Rompecorazones Bazae, mientras afinaba su guitarra.
A final de cuentas musitó Tanamast Bronson ¿cuándo un miembro de la Cofradía ha pedido permiso a nadie?
Solemne Primero se encogió de hombros:
A mi no me metan en sus broncas, pero los acompaño en su desmadre.

De la nada apareció una botella de ron que Pedrozoa el Bailador había introducido ilegalmente a las suites del Cunero Celestial.

viernes, 2 de mayo de 2014

La residencia (XIV): Castigo divino


Para mi hija Ireri,
en su nacimiento;
para el doctor Pedro José Delgado,
para todos los anestesiólogos,
que después de leer esta historia
sabrán su origen.



Cuando Dios juró por sí mismo que la mujer, al  comer del fruto prohibido y arrastrar al hombre en su desobedienciaestaba condenada a sufrir eternamente los dolores del parto, el Ángel Oscuro escuchó con preocupación la terrible sentencia. Por siglos, la dulce victoria del Edén se convirtió en un triunfo amargo que le agriaba aún más su irascible carácter. En ese entonces, como ocurre ahora, la rivalidad entre el Creador y el Maligno no tenía límite. Por eso, éste buscaba a toda costa la manera de revertir la sentencia, y fastidiar a su rival.
¾Además ¾pensaba¾, no es justo que aquella que confió en mí ciegamente, quede por siempre a la deriva de la ira del Divino Castigador.
Satán llegó a creer que la única solución al problema sería una pócima que evitara el embarazo, y exigió a sus huestes de médicos avernianos que aceleraran sus investigaciones. Éstos respondieron a sus exigencias con los más novedosos e ingeniosos métodos de anticoncepción (que miles de siglos después serían pomposamente rebautizados métodos de planificación familiar). El condón, la píldora, los óvulos, la jalea y el diafragma fueron los más destacados. Y hasta hubo un visionario que se atrevió a ofrecer la ligadura y sección de las tubas uterinas. Pero la alegría se fue disipando al comprobarse que estos métodos no eran 100% seguros. Además, al afectar directamente la natalidad, provocaban un sensible decremento en el número de candidatos a engrosar las huestes infernales futuras. De nueva cuenta, las quejas de las mujeres parturientas sumieron al Demonio en terribles depresiones. 
Cierto día, un diablillo menor se presentó ante el Gran Maligno, y después de prolongadas caravanas y más largos titubeos, se armó de valor y le dijo:
¾Mi Gran Señor, enterado de la pena que le acosa, y después de meditados pensamientos, he concluido que si el problema de la natalidad no puede solucionarse sin grave deterioro de nuestros ejércitos, el problema a resolver es, desde luego, el dolor que el parto provoca a la mujer. Por lo tanto, Maestro, lo que debemos hacer es inhibir (o evitar) el dolor, que es la esencia del Castigo Divino, del que tanto se enorgullece el Señor de Allá Arriba. ¿Por qué no dejar que el parto siga, pero sin los dolores?
Y a continuación, el diablillo menor dio al Maligno una cátedra de la nueva medicina que había desarrollado, enunciando técnicas y efectivos medicamentos de última generación. Los resultados satisficieron al Ángel Oscuro, que dio la orden de poner en práctica de inmediato las nuevas enseñanzas. Así se fundaron las escuelas de anestesiología,  que tantos momentos amargos han hecho pasar al Gran Dios.



23 octubre 1991, mientras esperaba en el nacimiento de mi hija Ireri.