viernes, 2 de mayo de 2014

La residencia (XIV): Castigo divino


Para mi hija Ireri,
en su nacimiento;
para el doctor Pedro José Delgado,
para todos los anestesiólogos,
que después de leer esta historia
sabrán su origen.



Cuando Dios juró por sí mismo que la mujer, al  comer del fruto prohibido y arrastrar al hombre en su desobedienciaestaba condenada a sufrir eternamente los dolores del parto, el Ángel Oscuro escuchó con preocupación la terrible sentencia. Por siglos, la dulce victoria del Edén se convirtió en un triunfo amargo que le agriaba aún más su irascible carácter. En ese entonces, como ocurre ahora, la rivalidad entre el Creador y el Maligno no tenía límite. Por eso, éste buscaba a toda costa la manera de revertir la sentencia, y fastidiar a su rival.
¾Además ¾pensaba¾, no es justo que aquella que confió en mí ciegamente, quede por siempre a la deriva de la ira del Divino Castigador.
Satán llegó a creer que la única solución al problema sería una pócima que evitara el embarazo, y exigió a sus huestes de médicos avernianos que aceleraran sus investigaciones. Éstos respondieron a sus exigencias con los más novedosos e ingeniosos métodos de anticoncepción (que miles de siglos después serían pomposamente rebautizados métodos de planificación familiar). El condón, la píldora, los óvulos, la jalea y el diafragma fueron los más destacados. Y hasta hubo un visionario que se atrevió a ofrecer la ligadura y sección de las tubas uterinas. Pero la alegría se fue disipando al comprobarse que estos métodos no eran 100% seguros. Además, al afectar directamente la natalidad, provocaban un sensible decremento en el número de candidatos a engrosar las huestes infernales futuras. De nueva cuenta, las quejas de las mujeres parturientas sumieron al Demonio en terribles depresiones. 
Cierto día, un diablillo menor se presentó ante el Gran Maligno, y después de prolongadas caravanas y más largos titubeos, se armó de valor y le dijo:
¾Mi Gran Señor, enterado de la pena que le acosa, y después de meditados pensamientos, he concluido que si el problema de la natalidad no puede solucionarse sin grave deterioro de nuestros ejércitos, el problema a resolver es, desde luego, el dolor que el parto provoca a la mujer. Por lo tanto, Maestro, lo que debemos hacer es inhibir (o evitar) el dolor, que es la esencia del Castigo Divino, del que tanto se enorgullece el Señor de Allá Arriba. ¿Por qué no dejar que el parto siga, pero sin los dolores?
Y a continuación, el diablillo menor dio al Maligno una cátedra de la nueva medicina que había desarrollado, enunciando técnicas y efectivos medicamentos de última generación. Los resultados satisficieron al Ángel Oscuro, que dio la orden de poner en práctica de inmediato las nuevas enseñanzas. Así se fundaron las escuelas de anestesiología,  que tantos momentos amargos han hecho pasar al Gran Dios.



23 octubre 1991, mientras esperaba en el nacimiento de mi hija Ireri.

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