Para mi hija Ireri,
en su nacimiento;
para el doctor Pedro José Delgado,
para todos los anestesiólogos,
que después de leer esta historia
sabrán su origen.
Cuando Dios juró por sí mismo que la mujer, al comer del fruto prohibido y arrastrar al
hombre en su desobediencia, estaba condenada a sufrir eternamente los dolores del
parto, el Ángel Oscuro escuchó con preocupación la terrible sentencia. Por
siglos, la dulce victoria del Edén se convirtió en un triunfo amargo que le
agriaba aún más su irascible carácter. En ese entonces, como ocurre ahora, la rivalidad entre
el Creador y el Maligno no tenía límite. Por eso, éste buscaba a toda costa la
manera de revertir la sentencia, y fastidiar a su rival.
¾Además ¾pensaba¾, no es justo que aquella que confió en
mí ciegamente, quede por siempre a la deriva de la ira del Divino Castigador.
Satán llegó a creer que la única solución
al problema sería una pócima que evitara el embarazo, y exigió a sus huestes de
médicos avernianos que aceleraran sus investigaciones. Éstos respondieron a sus
exigencias con los más novedosos e ingeniosos métodos de anticoncepción (que
miles de siglos después serían pomposamente rebautizados métodos de planificación familiar).
El condón, la píldora, los óvulos, la jalea y el diafragma fueron los más destacados.
Y hasta hubo un visionario que se atrevió a ofrecer la ligadura y sección de
las tubas uterinas. Pero la alegría se fue disipando al comprobarse que
estos métodos no eran 100% seguros. Además, al afectar directamente la natalidad,
provocaban un sensible decremento en el número de candidatos a engrosar las
huestes infernales futuras. De nueva cuenta, las quejas de las mujeres
parturientas sumieron al Demonio en terribles depresiones.
¾Mi Gran Señor, enterado de la pena que le
acosa, y después de meditados pensamientos, he concluido que si el problema de
la natalidad no puede solucionarse sin grave deterioro de nuestros ejércitos,
el problema a resolver es, desde luego, el dolor que el parto provoca a la
mujer. Por lo tanto, Maestro, lo que debemos hacer es inhibir (o evitar) el
dolor, que es la esencia del Castigo Divino, del que tanto se enorgullece el
Señor de Allá Arriba. ¿Por qué no dejar que el parto siga, pero sin los
dolores?
Y a continuación, el diablillo menor
dio al Maligno una cátedra de la nueva medicina que había desarrollado,
enunciando técnicas y efectivos medicamentos de última generación. Los
resultados satisficieron al Ángel Oscuro, que dio la orden de poner en práctica
de inmediato las nuevas enseñanzas. Así se fundaron las escuelas de
anestesiología, que tantos momentos
amargos han hecho pasar al Gran Dios.
23 octubre 1991, mientras esperaba en
el nacimiento de mi hija Ireri.
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