sábado, 31 de marzo de 2012

De viaje, un paseo personal por la minificción

Comenzaron las vacaciones de Semana Santa y muchos ya están en la playa, asoleándose. Otros, quizá por temor a que cuando regresemos la ciudad ya no se encuentre donde la dejamos, preferimos quedarnos. Debe ser terrible que después de pasar los mejores días del año no tengas más a dónde llegar (y no precisamente por los gastos contraídos). Por eso yo no quise arriesgarme y preferí quedarme como guardia de la ciudad. Para aquellos que decidieron hacer lo mismo -por los motivos que quieran- aquí les dejo un libro de microrrelatos (minificciones) que recopilé hace unos meses. Algunos ya saben de él, para otros será un mundo por descubrir. De viaje reune más de cien escritos argentinos,chilenos, colombianos, españoles, mexicanos... con ilustraciones de Juanlu; textos todos de gran calidad y estilo diverso. Sin más rollo, aquí está De viaje, un mundo de minificción que te permitirá llegar a donde ninguno de los vacacionista podrá hacer en tan poco tiempo.

sábado, 24 de marzo de 2012

Boceto de cinco minutos




Del curso de dibujo de la figura humana (Xalapa, Veracruz. 2002 - 2003)
Con carboncillo mediano. Utilizando técnica de proporción visual, espacios vacíos y relieve



domingo, 18 de marzo de 2012

El Internado: (XII) El vampiro


La naturaleza vampírica del doctor SM era un secreto a voces: mientras todos en el hospital envejecían con naturalidad, él continuaba incólume en sus eternos cuarenta y cinco años. La Jefecita, enfermera decana del servicio de Urgencias dio un sorbo a su café. Elevó los ojos al cielo como pidiendo perdón, se santiguó y volvió a su narración.
            ¾Cada año es la misma historia, jefecito. Llegan los nuevos internos y no tardan en conocer al doctor SM: con su sencillez y disposición paternalistas termina siendo el confidente que necesitan para sobrevivir a este sitio injusto. Luego vendrán las correrías nocturnas por los antros de la ciudad y quién sabe qué otras cosas.
            Aquello comenzaba a preocuparme y me volví hacia las enfermeras: su silencio vino a confirmar las palabras de la anciana.
            ¾Con decirle, jefecito, que así como me ve de jodida, el doctor SM y yo somos contemporáneos. Lo conocí cuando llegó de 08, hace más de 30 años. Y véame: soy una anciana obesa y él, si no es joven, al menos sigue fuerte y conservado. Se quedó en la edad de hace quince años.
            Me aferré a la taza de café frío como a un salvavidas en medio del océano. No hacía ni una semana que estábamos en el servicio de urgencias y mis amigos se habían ido de parranda con aquel doctor. Observé el reloj que me ahorcaba la muñeca derecha: las 00:20 A.M. Posiblemente a esta hora ya se encontraban camino al otro mundo.
            Ignorante de mi angustia, la anciana prosiguió:
            ¾Pero eso no es todo. Dicen las malas lenguas que su pacto con el diablo no es lo que lo mantiene joven. Aseguran que su amistad con los internos obedece a la necesidad de nutrirse de ellos y robarles la juventud. Como ejemplo memorice la cara con que comenzó el año y compárela con el adefesio que será al terminar. Los internos envejecen prematuramente… bueno, aquellos a los que les va bien, pues otros no corren con tanta suerte. Algunos de los internos ¾los que se sienten muy carita o son medio raros— que acompañan al doctor SM de parranda ya nunca se les vuelve a ver por el hospital. A este respecto, la postura de las autoridades es que desertaron. Nosotros sabemos que no es cierto, jefecito: lo que ocurre es que el doctor SM se enamora de ellos. Sí, no se sorprenda, toma de ellos la juventud que necesita  y los va consumiendo lentamente. Dicen que cuando mueren quedan desmemoriados e irreconocibles.
            ¾¿Y nunca lo han investigado? ¾musita una voz en la que no me reconozco.  
            ¾No, jefecito. A nadie le importa. Tal parece que para las autoridades del instituto es como una especie de filtro, un regulador de médicos, porque con eso de la sobre población de profesionistas y las crisis, así conviene. ¿Quién dice que no pasa lo mismo en otros hospitales? Es mejor que el doctor SM los devore ¾metafóricamente hablando, desde luego¾ a que más delante sean expulsados. Expulsar a un interno —o a un residente— puede ser peligroso: los protege la universidad, los padres de familia, los derechos humanos... hasta nosotros los apapachamos. ¿No quiere otro cafecito?
            ¾O tal vez ustedes… echarle encima agua bendita, clavarle una estaca en el pecho... cualquier remedio contra los vampiros…
            ¾No jefecito. Esos son puros cuentos. Los vampiros modernos no sucumben por esos medios. A ellos hay que matarlos con veneno para perros, mezclado con medicamentos del sector salud.
            ¾¿Y por qué no lo han hecho? ¾vuelvo a la carga, buscando una solución.
            ¾No es tan fácil luchar contra el maligno, jefecito. ¿Se da cuenta qué pasará si el demonio lo previene y fallamos en nuestro cometido? Preferimos seguir teniéndolo de compañero. (Al cabo yo nada más vengo por las noches y cada tercer día.)
            ¡De la que me salvé!, pienso al recordar que yo no tenía guardia hoy, pero el Hijo de Puta me castigó, salvándome así de acompañar a mis amigos a la parranda con el doctor SM. Al menos aquí en el hospital estaba a salvo. ¿O no jefecita?
            ¾Sí, jefecito ¾escuché su voz, lejana, de ultratumba¾, pero ya despiértese, lo están esperando cinco suturas y tres sondas Foley. Además, urge que antes vaya al banco de sangre por dos paquetes globulares. Mire que ya lo dejé dormir una hora.


Imagen tomada de la red.

lunes, 5 de marzo de 2012

Desconcierto



Se vio así mismo sobre aquella cama: maltrecho por la edad, la respiración jadeosa y lastimera del agonizante. No era imagen para llevarse con él y hurgó en el tiempo, pero los recuerdos eran vacíos por los que caía; hoyos negros imposibles de llenar. Abrió los ojos en busca de algún conocido y encontró a una anciana de rostro inexpresivo, a un hombre maduro que escrutaba su reloj con insistencia, a una mujer joven que corría detrás dos chiquillos que no se estaban quietos. Volvió a cerrarlos. Ahí en la soledad del lecho de muerte, Santiago Feria se dio cuenta que aquella vida por concluir no podía ser la suya.


Imagen tomada de la red.