Memoria,
olvido y literatura
-De
los Diálogos de Platón a las Neurociencias, el salto Cuántico-
“La memoria es el diario que todos llevamos con nosotros”
Oscar Wilde
En las reuniones de familia, en torno
siempre a una buena mesa de comida, café y pan incluidos en primera fila,
escuchábamos el ir y venir de la abuela en torno a una vida cuajada de
recuerdos. La prodigiosa memoria hacía de aquellas charlas un paseo por los más
inenarrables sucesos. Santo y seña de individuos muertos, detalles precisos de
parajes ahora desconocidos. Fechas con una precisión asombrosa, eventos en
algunos casos olvidados por mi madre, su hija y que, sin embargo, en la abuela
estaban presentes con una espléndida puntualidad. No todos por cierto, la
abuela, había olvidado la fecha de la muerte de uno de sus hijos. Y por cierto,
del hijo más querido.
Memoria de prodigio y entonces, ¿el
olvido?
Mnemosine y Leteo (Memoria y Olvido)
“Para
los antiguos, la memoria tenía forma inmortal. En la visión mitológica, la
memoria pertenecía a la primera generación de hijos en el universo, concretamente
era una titánide: Mnemosyne. Hija de Cronos y que compartió lecho con Zeus, de
cuya unión, nacieron las musas. A ella se le adjudica el poder de recordarlo
todo, capacidad que evidentemente escapa al potencial de cualquier mortal. Esta
figura mítica, convive en el Hades, junto con su contra parte, Leteo. Así los
antiguos griegos, situaron a la memoria al lado del olvido”. (Tesis doctoral, las formas de la memoria en la
historiografía Griega del siglo III Romano; Néstor Urrutia Muñoz, facultad de
Filosofía y Letras, Univ. De Barcelona, 2014)
A partir de Homero, se agrega otro
elemento esencial para los estudios de la memoria: la oralidad. Esta se
constituyó en la manera de expresión de los pueblos, inicialmente en un formato
casual, de agruparse, de platicar, de chismear. Posteriormente con una vocación
académica. En esta fase, y al identificarse la alteración de los recuerdos, al
ir pasando de generación en generación, con los consabidos cambios, se
determina la necesidad de que, ciertos recuerdos, ciertas aseveraciones, bien
vale la pena perpetuarlos a través de la palabra escrita. La oralidad es un
trabajo comunitario y de integración. La palabra escrita lo es desde un ámbito
cerrado y académico.
“Cuando
se está hablando de memoria, de transmisión oral y de otras cuestiones
relacionadas, es necesario tener en cuenta que todo ello se transforma en una
especie de creencia que vuelve una y otra vez a ella, revisitándose, y
retroalimentándose de los sucesos que iban acompañando la evolución del pueblo”.
(Tesis doctoral, las formas de la memoria
en la historiografía Griega del siglo III Romano; Néstor Urrutia Muñoz,
facultad de Filosofía y Letras, Univ. De Barcelona, 2014)
Funes el memorioso y la necesidad del
olvido. Leteo, como contra parte a la Memoria (Mnemosine).
Borges en su cuento Funes el memorioso, crea un personaje que, en un inicio, nos parece
asombroso, por la enorme capacidad de recordarlo absolutamente todo, sin
embargo, al descubrirlo conforme avanza la historia, bloqueado por cada recuerdo
importante o nimio, llegamos a la conclusión que, si bien el recuerdo o la
memoria es esencial como parte de la vida del hombre, de la misma manera lo es
el olvido. Como Funes, del cuento de Borges, nuestra vida sería literalmente
imposible, si los recuerdos invadieran nuestra mente. En este sentido, el
olvido fisiológico y normal, resulta tan importante como la memoria. Y es justo
el olvido, según algunos investigadores, el elemento fundamental para la vida
cotidiana y presente, y para el aprendizaje di Novo.
De
la filosofía griega
En el Teeteto, uno de los diálogos de
Platón, relacionado con la naturaleza del Saber, razonando sobre el papel de la
memoria, describe a Sócrates disertando sobre si el saber es percepción y lo
hace mediante una metáfora. "hay en
nuestras almas una tablilla de cera, la cual es mayor en unas personas y menor
en otras, y cuya cera es más pura en unos casos y más impura en otros, de la
misma manera que es más dura unas veces y más blanda otras, pero en algunos
individuos tiene la consistencia adecuada".
Y asigna a Mnemosine el don por el cual
si queremos recordar algo que hayamos visto u oído, o que hayamos pensado
nosotros mismos, aplicando a esta cera las percepciones y pensamientos, los
grabamos en ella, como si imprimiéramos el sello de un anillo. De esta forma,
lo que se haya grabado lo recordamos y lo sabemos en tanto que permanezca su
imagen y mientras que lo que se borre o no haya llegado a grabarse lo olvidamos
y por lo tanto no lo sabemos.
"cuando
la cera es profunda, abundante y lisa y tiene la adecuada contextura lo que se
graba lo hace de forma nítida y con suficiente profundidad como para ser
duraderas, este tipo de personas tienen facilidad de aprender, tienen buena
memoria y sus opiniones son verdaderas"
"hay
casos en los que la cera es sucia e impura y en otras ocasiones es blanda o
dura en exceso, en el primer caso se aprende bien pero son olvidadizas y en el
otro caso ocurre lo contrario. También cuando hay poco espacio se graban unas
encima de otras haciéndose rápidamente confusas". (Entre comillas y cursivas, Teeteto, dialogo de Platón)
Salto
cuántico
Paul Pierre Broca (Francés, 1824 / 1880)
Broca fue un extraordinario anatomista
cerebral y efectuó importantes investigaciones sobre la región límbica,
conocida inicialmente como rinencéfalo (el cerebro olfativo), zona que como
sabemos hoy en día, se halla estrechamente vinculada a las emociones humanas.
El descubrimiento más trascendental sin embargo, fue que, mediante unos pocos
ensayos, definió en el cerebro una pequeña región, que estaba totalmente
relacionada con el control de la emisión articulada del lenguaje. Esta región
es ahora conocida en su honor, como área
de Broca y este descubrimiento, puso de manifiesto la separación de
funciones existentes entre ambos hemisferios cerebrales. Y algo aún más
importante fue que, de manera sólida, determinó la existencia de funciones
cerebrales específicas en zonas muy precisas del cerebro. (El cerebro de Broca, C. Sagan. Grijalbo.1984)
Las
bases neurofisiológicas de la memoria
Hasta mediados del siglo xx se dudaba
que las funciones mnésicas se localizaran en regiones específicas del encéfalo.
Se había conocido desde un siglo antes, con Broca en 1861, que existía una zona
del cerebro donde se localizaba el lenguaje y que estaba situado en la parte
posterior del lóbulo frontal en el hemisferio izquierdo (área de Broca). Desde
entonces se buscó también la posible localización de la memoria. Los avances de
la experimentación animal, la neurocirugía, la biología molecular y las
modernas técnicas de diagnóstico de imagen (resonancia nuclear magnética y
tomografía de emisión de positrones), han demostrado que la memoria implica a
muchas regiones del cerebro, aunque para las diferentes clases de memoria
ciertas regiones son más importantes que otras. En 1940 Wilder Penfield Neurocirujano
canadiense, empezó a utilizar métodos de estimulación eléctrica en la corteza
cerebral de enfermos a los que operaba de epilepsia focal. Como el cerebro es
indoloro podían ser intervenidos con anestesia local y durante la intervención
con el enfermo despierto, observar las reacciones de éste a los estímulos de
diversas áreas corticales.
Aunque en la estimulación eléctrica de
la región frontal algunos pacientes describían algo parecido a un recuerdo, los
experimentos no fueron concluyentes hasta que una colaboradora de Penfield,
Brenda Milner, hizo un descubrimiento importante en alguno de los enfermos
operados por Penfield, a los que por padecer un tipo muy grave de epilepsia
motora, que no respondía a los medicamentos y que estaban producidas por focos
epileptógenos localizados en los lóbulos temporales, les extirpó parte de
dichos lóbulos junto con unas estructuras anexas denominada hipocampo. Los
enfermos operados mejoraron de su epilepsia, que ya podían responder a la
medicación, pero presentaban trastornos de la memoria de un tipo muy peculiar.
El paciente mejor estudiado, que se ha hecho célebre en la literatura médica
era un individuo de 27 años llamado H. M. que llevaba 10 años padeciendo crisis
epilépticas motoras intratables con los diferentes medicamentos
antiepilépticos. Tras la intervención H. M. pudo controlar sus crisis con la
medicación, pero perdió la capacidad de formar memorias a largo plazo, aunque
conservaba la memoria de lo que le había ocurrido antes de la intervención
quirúrgica. También mantenía intacta la memoria a corto plazo que dura segundos
o minutos pero no podía convertirla en la memoria de larga duración. H. M. no
reconocía a las personas que acababa de conocer si se encontraba con ellas
minutos más tarde de haberlas dejado de ver. También tenía grandes dificultades
con la orientación espacial. (MEMORIA Y OLVIDO Por el
Académico de Número Excmo. Sr. D. José María Segovia de Arana, 6 de mayo 2003)
Memoria,
olvido y literatura
"Mandó mi madre por unos de esos
bollos, cortos y abultados, que llaman magdalenas, y muy pronto, abrumado por
el triste día que había pasado... me llevé a los labios una cucharada de té en
el que había echado un trozo de magdalena. En el mismo instante en que aquel
trago tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario
que ocurría en mi interior".
Así empezaba Marcel Proust su famosa
novela En busca del tiempo perdido.
El sabor de la magdalena suscitó un vivo recuerdo de su infancia que volvía
después de estar olvidado mucho tiempo. La memoria es difícil de definir. La
Academia Española la incluye como "potencia del alma por la cual se
retiene y recuerda el pasado". Es un proceso mnésico por el cual se
incorporan hechos, acontecimientos, conocimientos, a nuestra mente para ir
formando nuestra personalidad. El aprendizaje es parte de este proceso, la
entrada de la memoria, la cual a su vez influye sobre el aprendizaje. Al final
de la memoria están los recuerdos, es decir, el almacenamiento de lo que se ha
percibido, vivido o sentido y que podemos evocar con la activación del
recuerdo. La literatura está llena de ejemplos como el de Marcel Proust, en los
que toda una carrera literaria se ha fincado en función de una memoria autobiográfica,
volcada, una vez pasada por el tamiz de la escritura, en poemas, cuentos,
novelas.
“Los
sábados, solía despertar muy temprano, alrededor de las cinco de la mañana,
acostumbrado al café y al calor de Salto de agua. Leía un par de horas y después,
empezaba la rutina de ayudar a mamá en casa, o a papá en labores del rancho.
Mis hermanos apenas empezaban a dar vueltas en la cama. A las siete y media,
minutos más, minutos menos, arribaba a casa el señor Enrique, encargado del
rancho de papá, con los dos o tres tambos de leche. Para esas horas había ya
una fila de vecinos esperando la venta. Apresurado, empezaba la tarea de ir
llenando la medida de a litro, desde los tambos, embrocando la leche en los
recipientes de los compradores.
La
nostalgia de aquellos días de adolescencia en el pueblo. La vivencia marcada
por esas cálidas mañanas sabatinas. La voz y la cadencia de mamá. La venta de
leche. Los vecinos y sus risas. Las pláticas en las que se enganchaban. Qué
parte sí, y qué parte no de aquellas mañanas hicieron que, con el devenir de
los años, los recuerdos persistieran tan vivos en la memoria.
Memoria.
Recuerdo. Añoranza.
Este
filtro, ahora lo sé, que definió entre un complejo e intrincado sistema de
conexiones neuro-sinápticas, límbicas y extra límbicas y cuyo centro es una
pequeña estructura localizada en la zona central del cerebro, que tiene forma
de caballito de mar y que es conocida como hipocampo. Este filtro repito, es el
centro reconocido de la memoria. Justo allí está resguardado el recuerdo de
aquellas mañanas de sábado. Aquellas jornadas precisas de ayudar a mamá en la
venta de la leche. La silueta silenciosa y como entre sombras del señor
Enrique. Aquellas charlas entre los vecinos. Aquellos sofocos y calores del
pueblo. Pero cuál es la razón de tanta nitidez en la añoranza. ¿Por qué,
a diferencia de estos recuerdos, ha habido hechos mucho más relevantes, echados
al olvido?
Mnemonides
y Leteo a contracara
Y
como siempre me sumerjo en ese centro de la memoria. Y mi acuse de recibido.
En
esa fila de vecinos. En esa linda espera de venta de leche, de sábados por la
mañana. Ella allí, hermosa y sencilla presencia. Hermana de mi amigo. Señora,
quizás veinteañera en esa época. La sonrisa más maravillosa que hubiese visto
en toda mi vida. Ni antes de ella, ni después de ella. El cuerpo juvenil,
maduro, espléndido. Saberla ajena. La mirada discreta. Hermosos los labios.
Coqueta.
-¿qué
estás leyendo ahora? Me preguntaba, mientras con la mano derecha, alborotaba mi
cabello, con la confianza de conocerme desde toda mi infancia.
Yo
sonreía, al mismo tiempo que ella lo hacía.
-el
quijote de la mancha. Respondería yo, sin duda, o algo parecido.
Enseguida
aprovechaba algún resquicio y se despedía de mi madre.
-adiós
doña Carlotita. Decía
Y
al mismo tiempo me pedía
-Anda
acompáñame mientras me platicas
Y
la encaminaba un poco hasta la salida.
En
su rostro todas las flores del jardín de casa, pequeñitas ante su risa. Y
aquella sonrisa me duraba el resto de la mañana, el resto del sábado, el resto
del fin de semana, el resto de mi juventud, el resto de mi madurez, el resto de
mi vida.
¡El
resto de mi memoria!”
Algo de este relato está
marcado por la memoria, desde una circunstancia vivida. Algo también habrá
quedado fuera, por culpa del olvido. Por supuesto, en este caso no sé de qué se
trata. Algo por otra parte, ha sido tan sólo, un recurso literario.
Memoria, olvido y literatura.
Y vuelvo al principio:
La abuela y sus relatos esplendidos, la
abuela y sus recuerdos vivos, la abuela y su memoria prodigiosa. La abuela y el
olvido.
¿Cómo olvidarse de la fecha de la muerte
de su hijo tan querido? Otro rollo imperdible: Memoria selectiva.
© 2016 By Oscar Mtz. Molina