lunes, 5 de enero de 2015

La residencia (XXV): Carta a los Reyes Magos, invierno 1990-91


Probablemente a estas alturas del año mi gato favorito ya ha muerto víctima del hambre o devorado por sus terribles pulgas. O quizás haya corrido con mejor suerte y tras sortear la muerte en este momento deambule por las casas de su obligada comunidad mendigando ya no posada, sino un trozo de carne corrompida o un tazón de leche bronca. O en el peor de los casos, hurgue a escondidas en las sucias cocinas y lama los platos o cualquier superficie con olor a comida. Cualquiera que haya sido su destino, le deseo a mi gato desde aquí lo mejor, y quiero decirle con el corazón palpitando todavía entre mis costillas que no he olvidado la antigua promesa de volver un día por él. Es cierto que en un momento de emocional arranque prometí que sería al término de uno, dos, tres o cuatro meses, y que, llegada la oportunidad, de ninguna manera le reprocharía su vicio de infestarse de pulgas. Que le aceptaría con todas sus desfachateces: su mal hábito de cagarse dentro de las habitaciones, subirse a la mesa y devorar los restos de comida como si yo no le sirviera la suya. Y desde luego, para remarcar el dicho de que “sucede hasta en las mejores familias” sería bienvenida con su posible embarazo (porque Azul es hembra, y a pesar de su corta edad, es algo despierta...).
A pesar de la distancia que nos separa y lo ingrato de nuestros destinos—, retomo la añeja promesa que le hice, y purificado por el espíritu navideño, y el deseo de ser aliviado de los pecados viejos, y anhelando la contrición a que nos obliga el año nuevo o las pascuas, ya no me acuerdo, me propongo de todo corazón volver a la polvorosa y fría comunidad de Donicá, del municipio de Amealco, Querétaro a buscar el rastro de la única e inconfundible Azul. Es más, echando mano de mis credenciales religiosas y mi espíritu infantil, será el punto número uno a tocar en mi próxima carta a los Reyes Magos, ¡lo juro!


Primer deseo

Queridos Reyes Magos:

Como su fiel seguidor desde que tengo uso de razón, me considero con la confianza suficiente para pedirles deseos que quizás nada tengan que ver con aquellos que año con año solicitan las multitudes de chiquillos terrenales. Pero no se sorprendan ni se angustien, que no se trata de perversiones o deseos exóticos. No tengo el mínimo interés en viajar por el espacio exterior en un medio diferente a los convencionales, tampoco quiero que me presten sus monturas para apantallar a mis cuates.
Por eso, si el conflicto del Golfo Pérsico les permite guiarse en el desierto a través de únicamente una estrella (y no extraviarse con la penetrante luz de los misiles norteamericanos o iraquíes), me gustaría que se dieran una vuelta por los lugares por donde deambulé el año pasado; que vayan una noche a la casa de doña Mary y, sin hacer ruido para no despertar el cansado sueño de Lobo, pasen a la cocina o busquen sobre el tapanco del portal a mi querida gata Azul. No se alarmen, hasta hace un año no había más gato en esa casa que el mío. Por otro lado, sus señas particulares son inconfundibles (aunque dudo que ustedes lleguen a necesitar de peritos dibujantes de la Procuraduría): es negra, ojos amarillos; al caminar posee el garbo de los gatos de buena clase (su madre era una siamesa caída en desgracia); su rabo es tres cuartos el normal, gracias a una tara genética que las generaciones no han sido capaces de diluir. Pero... creo que a ustedes no hay por qué darles tantas explicaciones, pues por algo son reyes y además, magos. Sin hablar de la gracia divina a la que sirven desde hace siglos. Así pues, queridos Reyes Magos, quiero que me traigan a Azul, o que de menos le lleven un ramo de flores a su alma, independientemente del antro de vicio en que se encuentre, si ya murió, y que le hagan saber que continúa en mi mente la promesa de volver por ella algún día. Sigue vigente su recuerdo. Gracias.


Segundo deseo

Queridos Reyes Magos:
Después de portarme bien durante todo el año, considero que no es abuso de confianza pedir un segundo deseo. Por lo demás, reconozco que ustedes son tres y que mi actuación durante el año que termina fue buena, por tanto bien merece un triple obsequio. Por lo que me concretaré a pedir los deseos y para no provocar conflicto en la relación de amistad entre ustedes, que han durado 1990 años, dejo a su buena democracia la elección de quién me trae qué cosa. Así no muestro preferencia o partidismo por ninguno.
Queridos Reyes Magos: no deseo que me traigan juguetes, porque la verdad, no dispongo de mucho tiempo para jugar, y en segundo lugar, porque mis primos y sobrinos pueden aprovecharse de mi ausencia para hacer uso indiscriminado de ellos. ¡Los conozco desde niños a los cabrones! Esto en verdad no me molesta, pero me enfurezco cuando alguien daña lo que es mío. Pero, sobre todo, me encabrona que después, queriendo saber qué fue lo que ocurrió, pregunte: ¿Quién hijos de la chingada agarró mis cosas? Silencio; el puto silencio que en lugar de tranquilizar lo pone a uno más de malas. Luego vienen los trancazos, las mentadas de madre, los desgreños y las enemistades que tanto daño hacen a la gente. Luego, lo que fuera un regalo celestial se convierte en el pretexto o la justificación para que caiga un veto a los deseos (o el incumplimiento de ellos) para el próximo año. Pero por si acaso traen entre sus curiosidades algo de fayuca, les encargo unos buenos cassettes, o si no es un atentado a sus posibilidades, acepto de buena manera un stereo con compat disc. Y prometo prestárselo a mis primos y hasta a mis vecinos (para que vean que no soy díscolo; prometo subir el volumen hasta el 7 para que la música se escuche dos pisos arriba y dos pisos abajo, y en los dos pisos de enfrente y en los de al lado). Gracias. Me portaré bien los tres días que sobran del año, para que no haya quejas o pretextos para que ustedes, como es su costumbre, incumplan.


Tercer deseo

Queridos y amados Reyes Magos:
Quizá la petición de tres deseos les parezca un chiste de mala madre (como los que se le piden siempre a los genios: tres deseos...), pero les aseguro que en mi mente no hay ninguna idea oscura. ¡Todo surgió entre la inocencia y el ambiente decembrino! ¿Les confío un secreto? Por más reacio que yo sea, siempre hay algo de este mes y de principios del próximo año que se cuela entre mis poros... pero no es precisamente el ponche, los aguinaldos, las piñatas ni los regalos de Navidad, el fin de año, los reyes o un cumpleños. No, es el espíritu de la Navidad que anda flotando en todas partes; que sale tanto de la radio después de anunciar muebles, ropa, vinos, comida; que te grita desde el lado opuesto de la acera: ven, cabrón, ven aquí adentro todo está de poca madre, ya no sigas caminando, no te canses inútilmente, no hagas andar más cuadras a tu abuela, no desgastes los zapatos que con tanto trabajo te compró tu santa madre. Y por la noche, cuando el tedio te abruma y el cansancio te corrompe, te ofrece una deliciosa bebida, invitándote a refrescarte...y a reflexionar...
Este es el espíritu que me envuelve, queridos Reyes Magos... y es precisamente esta reflexión la que me hace solicitar otro deseo. Pero lo hago en voz baja, casi en silencio.... ¿acaso porque que el frío de estos días me ha provocado laringitis? No, no es el caso. ¿O es que alguna vez fui esclavo y mi amo me cortó la lengua? No, nada de eso. Ni jamás delaté a nadie, puedo asegurarlo, ustedes mejor que nadie lo saben, Reyes Magos. ¿Acaso miento? No, tampoco.
Pero mi deseo será en voz baja, ¿está bien?
(Bajo la voz del pensamiento, veo a todos lados: nadie me espía. Estoy solo y mi alma.)
Reyes Magos: deseo que a algunos hijos de la chingada (cuyos nombres no menciono por razones políticas) no les traigan nada. Porque, simplemente, y a pesar de lo que ellos puedan escribir en sus cartas, no se han portado bien, y eso ustedes lo saben mejor que nadie. ¿Cómo podría yo engañarlos? ¿Qué buscaría con eso? Nada, pues ya externé dos deseos, y además desaprovecharía un tercero, que podría ser transformado materialmente (claro, previa decisión de ustedes), ¡en fin!, sólo deseo que ustedes hagan conciencia y por un instante se liberen de su espíritu benefactor y se vuelvan críticos, que sean estrictos. Quien merece, merece; los demás, a la chingada. No pido que les vaya mal, pero si los atropella un carro, o se les cae un bote de pintura en la cabeza, o les dicen que se ha extraviado su quincena, no me disgustaría en absoluto. Sabría que ustedes se embarcaron en una causa noble, y esto provocaría en mí una admiración todavía mayor hacia sus personas. ¡Reyes échenle ganas; tengo puestas en ustedes todas mis esperanzas! Gracias. Nos vemos el día 6 de enero.