La sociedad lo excluía y respondió forjando un mundo de brevedades. En días de hastío, se acostaba al lado de los bonsái e imaginaba que de un mar de olas pequeñas llegaban cientos de hombrecitos y lo sujetaban. Entonces, sonreía el enano.
martes, 24 de septiembre de 2013
miércoles, 18 de septiembre de 2013
La residencia: (III) La presentación
Aquello no fue una coincidencia, como llegué a pensar entonces.
Porque uno — como cualquier Juan Preciado, ignorante
del terreno que pisa por primera vez, y
con la necesidad de asirse a un trozo de seguridad— cree
en presagios o en las buenas intenciones de lo desconocido. Por eso, nunca
estuve más cerca del misticismo que en ese instante en que, completo extraño, llegué
con mis cartas de presentación al hospital Regional del ISSSTE de León,
Guanajuato. No habían transcurrido cinco minutos de charla con el Jefe de Enseñanza,
cuando se puso de pie y salió gritando de la oficina como un desquiciado:
—¡Doctor
Coordinador de Pediatría! ¡Doctor Coordinador de Pediatría! —se oía su alarido detrás del doctor aquel que, sordo, se
alejaba por el pasillo.
Nunca sentí tanta angustia como en ese
instante en que los gritos del Jefe de Enseñanza llegaban a las orejas de mi futuro
jefe convertidos en marejadas de silencio. De alguna manera, justifiqué mi
nerviosismo, será con este tipo de gente con quien tendré que tratar de ahora en
adelante.
Mientras la voz del rústico vaquero Jefe
de Enseñanza tomaba un caballo imaginario y salía a todo galope en persecución
del fugitivo Coordinador de Pediatría, gritando: ¡Alto ahí o disparo, hijo de tu
puta madre! ¡Alto o disparo!, me puse a rezar, esperando un desenlace de película
de los hermanos Almada.
Media hora después, vi llegar al cowboy
de hospital platicando animosamente con el narigudo doctor de pediatría. Para
no caer en indiscreción alguna, discretamente me apreté las orejas como si
estuviera en el confesionario, y me sumí en la interpretación mental de la canción
“Los tres cochinitos” de Cri-cri. Acababa de llegar a aquel lugar y deseaba
permanecer imparcial a los acontecimientos que me rodeaban. ¡Ya llegaría el momento
de tomar partido o partir madres!
Luego vino la presentación de rigor.
—Mira, Fulanito, éste es zutano, tu nuevo residente, sería bueno
que de una vez estén en contacto (¡mientras no sea sexual!, me asusté), así que,
por qué mejor no lo llevas a dar una vuelta por el hospital para que lo
conozca, para que en una semana, cuando comience su residencia, no esté tan
norteado, ¿digo, no? Y hay nos vemos, pues yo voy a seguir rolándola por ahí...
Y teniendo como fondo la famosa obertura
Guillermo Tell de Rossini, el vaquero Jefe de Enseñanza desapareció delante de
una polvareda.
domingo, 15 de septiembre de 2013
Talluelos
Leve sonido al romper un tallo, a nadie ofende, sucede en los caminos; en mi interior también tengo talluelos que se fracturan: un amigo que engaña o un hijo que nos miente.
martes, 10 de septiembre de 2013
Terapia relativa
—Antes, todo era tan sencillo —decía
angustiado, paranoico, Don Tiempo.
Recostado en el diván, desordenado su largo y
glauco pelo, ante la mirada atenta del
psiquiatra.
—Ir del día a la noche, lunes a domingo, primavera a invierno, siempre adelante. Hasta
que apareció un tal Einstein…
Monólogo
Por Asia llegamos a Europa montados en ratas. Nuestro paso dejó huellas por el número de vidas que segamos. Qué grandes nos sentíamos al conducir a millones de roedores. La sangre de la rata era amarga y la del humano dulce. Por cada familia, sólo quedaba la mitad para contarlo. Si Atila fue el azote de Dios, nosotros lo fuimos de los hombres.
miércoles, 4 de septiembre de 2013
La residencia: (II) Carta de filiación
Querido Rey Herodes:
Nunca me pasó por la
cabeza que ser hijo de la chingada fuese una característica propia de tu
especie: decapitar a un sin número de niños bien pudo ser el primer acto de
control de la natalidad del que el hombre tenga memoria (sin contar la guerra),
o quizás la manera, no muy loable, de dejar un mundo más respetable a las generaciones
futuras. ¿Cuántas madres no agradecieron, en la intimidad, tu gesto de caridad?
¿Cuántas madres solteras no vieron renacer con tus acciones la esperanza de un matrimonio
feliz, y mantener intacta su doncellez? No me equivoco si digo que tu memoria
es invocada cada noche por algunas jóvenes, angustiadas ante la tardanza de la
mensual visita.
Por todo
lo anterior, la membrecía a tu gremio (contradictorio si se quiere) hizo
renacer en mí el instinto, profundo y primitivo, de los animales salvajes. ¡Cuántas
noches me soñé galopando a cuatro patas por las llanuras inhóspitas en pos de
una presa tierna! ¡Cuántas veces devoré salvajemente un cervato frágil y temeroso!
¡Cuántos litros de sangre espesa escurrieron por mis labios y humedecieron mi
cuello palpitante...! Porque siempre se me enseñaron que se debe ser y no
quedarse en el intento. Pero los sueños, por más que correspondan a la
manifestación profunda de nuestro subconsciente, no siempre se concretan al
despertar. Cierto: jamás tuve la fortuna de amanecer con un cuerpo destrozado
entre mis brazos, ni esperé la vuelta de la oscuridad para correr a la cajuela de
mi auto y sacar, al amparo de las sombras, los restos del banquete trasnochado.
Entonces, ¿con qué cara puedo presentarme ante tus súbditos representantes?
¿Con qué carta de presentación llegarme hasta tu sucursal más cercana para firmar
mi filiación a tu gremio maldito?
No
obstante mi pobreza curricular, tuve la fortuna de ser elegido miembro de vuestra
Sociedad de Pediatras en Formación. En poco tiempo podré contarme como miembro
activo —en el sentido literal que la palabra guarda— y cada noche, cada día, y aún
en cada sueño, podré ejecutar fielmente las normas y principios que nos rigen. ¡Me
comprometo que al despertar cada mañana, antes siquiera de observar el reloj y
disponerme al baño, ofrendaré a vuestro recuerdo infernal la sangre fresca de
no uno, sino diez recién nacidos! ¡Me comprometo a que su llanto será el canto
disarmónico más hermoso que hayan escuchado mis oídos! ¡Me comprometo a disfrutar
cada muestra tomada, cada mano oprimida, cada cuello extendido, cada extremidad
tensada, cada vez que una canalización se infiltre y el brazo se hinche como un
globo! ¡Y ni hablemos de la alegría que oprimirá mi corazón al introducir por
narinas o uretras el catéter que la enfermedad demande!
Por eso,
Gran Herodes, agradezco la oportunidad que tus súbditos y servidores me brindan
para que el próximo día primero de marzo me una al curso de Pediatría Médica, y
ser oficialmente un miembro más de vuestra Sociedad Desquiciante.
¡Por que
el llanto de los niños reviva nuestros marchitos corazones!
Dr. Anónimo Mongole Hijo de Pu*
Aspirante a Residente de Pediatría
Médica
*Nota del editor: En realidad, el doctor Anónimo Mongole
nunca quiso ser pediatra, lo suyo eran otras ramas de la medicina, pero una
bruja buena metida a secretaria en las oficinas de la Secretaría de Salud lo
condenó en vida al eterno chillido de los niños berrinchudos, a oler pañales
con evacuaciones diarreicas y, en no pocas ocasiones, a ofrecer sus brazos y arrullar
a un chiquillo malcriado que, socarronamente, le ofrecía entre sueños alguna
sonrisa que él, oligofrénicamente, aceptaba complacido.
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