Por Asia llegamos a Europa montados en ratas. Nuestro paso dejó huellas por el número de vidas que segamos. Qué grandes nos sentíamos al conducir a millones de roedores. La sangre de la rata era amarga y la del humano dulce. Por cada familia, sólo quedaba la mitad para contarlo. Si Atila fue el azote de Dios, nosotros lo fuimos de los hombres.
2 comentarios:
Doc: muy bueno. Si no supiera de la peste, también funciona: me imaginé montando ratas.
Un abrazo.
Terrible historia la de la peste. un abrazo
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