Aquello no fue una coincidencia, como llegué a pensar entonces.
Porque uno — como cualquier Juan Preciado, ignorante
del terreno que pisa por primera vez, y
con la necesidad de asirse a un trozo de seguridad— cree
en presagios o en las buenas intenciones de lo desconocido. Por eso, nunca
estuve más cerca del misticismo que en ese instante en que, completo extraño, llegué
con mis cartas de presentación al hospital Regional del ISSSTE de León,
Guanajuato. No habían transcurrido cinco minutos de charla con el Jefe de Enseñanza,
cuando se puso de pie y salió gritando de la oficina como un desquiciado:
—¡Doctor
Coordinador de Pediatría! ¡Doctor Coordinador de Pediatría! —se oía su alarido detrás del doctor aquel que, sordo, se
alejaba por el pasillo.
Nunca sentí tanta angustia como en ese
instante en que los gritos del Jefe de Enseñanza llegaban a las orejas de mi futuro
jefe convertidos en marejadas de silencio. De alguna manera, justifiqué mi
nerviosismo, será con este tipo de gente con quien tendré que tratar de ahora en
adelante.
Mientras la voz del rústico vaquero Jefe
de Enseñanza tomaba un caballo imaginario y salía a todo galope en persecución
del fugitivo Coordinador de Pediatría, gritando: ¡Alto ahí o disparo, hijo de tu
puta madre! ¡Alto o disparo!, me puse a rezar, esperando un desenlace de película
de los hermanos Almada.
Media hora después, vi llegar al cowboy
de hospital platicando animosamente con el narigudo doctor de pediatría. Para
no caer en indiscreción alguna, discretamente me apreté las orejas como si
estuviera en el confesionario, y me sumí en la interpretación mental de la canción
“Los tres cochinitos” de Cri-cri. Acababa de llegar a aquel lugar y deseaba
permanecer imparcial a los acontecimientos que me rodeaban. ¡Ya llegaría el momento
de tomar partido o partir madres!
Luego vino la presentación de rigor.
—Mira, Fulanito, éste es zutano, tu nuevo residente, sería bueno
que de una vez estén en contacto (¡mientras no sea sexual!, me asusté), así que,
por qué mejor no lo llevas a dar una vuelta por el hospital para que lo
conozca, para que en una semana, cuando comience su residencia, no esté tan
norteado, ¿digo, no? Y hay nos vemos, pues yo voy a seguir rolándola por ahí...
Y teniendo como fondo la famosa obertura
Guillermo Tell de Rossini, el vaquero Jefe de Enseñanza desapareció delante de
una polvareda.
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