Los primos. Yajalón Chiapas, México
«Todo lo que hemos olvidado
grita en nuestros sueños pidiendo ayuda.»
Elías Canetti
Elías Canetti
-Una
mañana lluviosa y fría de 1974 volvíamos de san Antonio, el rancho del abuelo
Gil, en Yajalón Chiapas. Empapados hasta los huesos, cayendo y resbalando por
el terreno lodoso, traíamos por los hombros al primo Pablo, fracturado del dedo
del pie. ¿Lo recuerdas? Éramos unos chicos tremendos.
-pero tú
no ibas con nosotros.
Por
supuesto que sí, habíamos ido a pasar el fin de semana al rancho, y comimos
huevos estrellados, y avena, y café de olla, que nos hizo la abuela y pan desde
luego. Pan que ayudamos a amasar.
-Si de
todo eso más o menos me acuerdo. El primo Pablo, que en paz descanse, y los
abuelos. Había naranja y caña, y ayudamos al abuelo a guardar el café, en el
beneficio. Y montamos caballos.
-pero tú
no ibas con nosotros. ¡Casi estoy seguro que no! Mis tíos nunca dejaban que
anduvieses con nosotros…
Son los recuerdos los que
van construyendo nuestro camino. Es tarde ya, el crepúsculo de una vida. Miro
hacia atrás de reojo y detengo mis pasos. Suspiro y dejo que la corriente de
los sueños me vaya envolviendo. Hago recuento del camino.
Elías Canetti, La lengua absuelta, la novela de su vida
contada paso a paso a través de los recuerdos. El enredo con la lengua,
recordando que Canetti es un extraño personaje que nació en Bulgaria, y olvido
el idioma Búlgaro. Que provenía de la estirpe Judía Sefardí que, tuvo que
marchar de España y que a pesar de la afrenta, recordaba perfecto el idioma
español. Elías Canetti, el hombre menudo de estatura que escribió sus obras
cumbres en alemán. Nacionalizado británico siendo reconocido con el premio
Nobel de Literatura en 1981. La lengua absuelta, la extraña y cercana relación con la madre.
La necesaria lucha que se define finalmente con la lejanía entre ambos. De
nueva cuenta la memoria y el olvido. Los recuerdos. Canetti es un escritor que
recuerda, siempre recuerda; es un hombre que labra su escritura en base a la
memoria y que conforma todo un universo de la literatura, tomando como punto de
partida, trayecto y punto final del camino, sus recuerdos.
El hombre posee alma por que recuerda. Posee
sueños porque recuerda. Tiene vida porque recuerda. Gran parte de nuestro
camino lo hacemos recordando, nuestras reuniones son reuniones de recordar el
pasado. Nuestra referencia al presente, se basa en lo que podemos rescatar del
olvido y revivirlo, nos planteamos el futuro en función de lo que hemos sido. No
existe otro modo de seguir viviendo si no lo hacemos en función de la memoria.
El hombre que la pierde en el sendero, el que olvida, el que se extravía,
perece.
Son las cinco de la mañana de esta mañana fría del
último día de noviembre, ciudad de México. Mi mujer y mis hijos duermen. Mi
compañía la taza de café. Silencio en derredor mío. Releo algunos párrafos del arte de la memoria de Ilán Stavans, “sin la memoria, por ejemplo, no sabríamos
que el tres va antes que el cuatro, y después del dos, lo que nos impediría
multiplicar y sumar, o saber nuestra edad. Nos impediría saber que el sábado y
el domingo son días de asueto, y que tal y cual son nuestros padres”.
Las emociones íntimas, la tristeza, la risa, el
amor y el desamor, están ligados de manera estrecha a nuestros recuerdos.
Nuestro sueño y nuestro desvelo, la maravilla del insomnio es un ir y venir al
paraíso de la memoria, nos refocilamos en ella, escudriñamos sus recovecos, nos
empeñamos incluso en tratar de rescatar vivencias del olvido. Solemos pasar
horas y horas, días enteros, intentando traer al presente algún viejo recuerdo
que creemos haber vivido.
2
Adueñarse de los recuerdos de otros, es también
parte de nuestras vidas. Robarle la memoria al vecino.
La historia del primo Pablo y su fractura del
dedo del pie, las peripecias en el rancho del abuelo, la dolorosa y angustiosa
vuelta al pueblo, resbalando y cayendo, la escuché por primera vez el domingo
siguiente en casa del abuelo. Para ese entonces, Pablo lucía orgulloso su bota
de yeso. El abuelo se refería a Pablo y a los otros primos como “unos
valientes”, y lo repitió al menos una docena de veces. La abuela reía también y
con una abierta felicidad, contaba la hechura del pan y los huevos estrellados,
y la glotonería de los “valientes”, todos ellos reían al igual que mis tíos, e
incluso mis padres. Yo permanecía en silencio, añorando haber estado allí con
ellos. La historia, y como esa muchas más de aquella época las viví desde la
amena charla de mis primos, y desde la soledad del encierro en casa.
Con el tiempo y habiéndome alejado de la
familia me fui envolviendo en aquellas historias, como si fueran mías. Primero
desde una prudente distancia, al final como claro protagonista de ellas. Con la
muerte de los abuelos me encontré un día contando aquellos recuerdos sin tener
que cuidarme de las inquisitivas miradas, y sin que ellos tuviesen la oportunidad
de quitarme del grupo de valientes. Pablo falleció temprano, y se volvió un
cómplice de mis hazañas.
-Pablo me
pedía tal…
-El primo
Pablo me acompañaba…
Desde su tumba, Pablo revolcándose entre los
mitos de mi vida.
Mi historia robada es una historia romántica,
para recrear un poco a los ladrones de recuerdos. Todos en alguna medida lo
somos. Sesenta por ciento de la población, según algunos estudios de la
Psicología moderna, solemos apropiarnos de esos recuerdos para poder convivir
en una reunión de amigos. Romántica porque adereza una infancia gris, entre
algodones y sábanas. Resguardado de resfríos leves o graves neumonías, asma. Mi
madre corriendo tras de mí con el suéter o la chamarra. El mundo visto desde
detrás de las ventanas, encerrado en casa de los vientos traicioneros y
maliciosos. El trompo, el balero y las canicas relucientes, y nuevos. Sin un sólo
rasguño en sus cuerpos, al igual que ninguna huella en mi alma. Ladrón de
recuerdos para tener algo que contarle al mundo. Configurarme un universo
infantil pleno de sueños y aventuras.
Marcel Proust, lo vivido y lo robado, lo real y
lo ficticio. El gran referente para hablar de literatura y memoria, siete
libros que conforman su gran obra, En
busca del tiempo perdido. Aunque se han realizado estudios para contrastar
los acontecimientos de la novela con la vida real de Proust, lo cierto es que
nunca podría llegar a confundirse, porque, como afirma el propio autor, la
literatura comienza donde termina la opacidad de la existencia.
Cuánto de lo contado desde una perspectiva autobiográfica
le pertenece al escritor. Cuánto de las hazañas platicadas en entrevistas le
pertenece al entrevistado. Los hechos importantes en una sociedad, dan cabida a
ladrones seriales, de recuerdos. El movimiento estudiantil del 68 dio pie a que
muchos impostores que, pasaron de largo, una vez fueron muriendo los
protagonistas, y sin que estos pudiesen desmentirles, se fueron apropiando de
sus historias para hacerlas suyas, y así como estas, catástrofes y guerras se
visten de contadores y estrellas arropados en el anonimato y el silencio
inicial, para dar cabida después, al alumbrón. Hasta que llega alguien con
pruebas irrefutables, y revela sus pequeñeces de hombre.
¿Pero por qué razón robamos las historias de
otros?
De manera pormenorizada me di a la tarea
de buscar en internet y al menos en la
combinación de palabras exprofeso hallé poco, o casi nada. Con una salvedad
bien estudiada, la de la falsa memoria, construida
a partir de hechos inexistentes, totalmente creados bajo circunstancias
particulares, estrés, depresión, hipnosis. En el robo de recuerdos o apropiación
de historias ajenas, existe la conciencia de hacerlo; se
sabe del hecho, se conoce a los personajes, y sin embargo uno va hurgando entre
ellos hasta incorporarlos formalmente a nuestra memoria. Sentido de pertenencia
de grupo, la única razón, o al menos la más evidente para poder justificarla. Identificarse
con el otro compartiendo un pasado. El gusanito que hace tomar a otro un
recuerdo, compartirlo en una charla casual, envolverlo grácilmente en hechos
memorables, lento pero a paso seguro, la repetición de la plática hasta que, transformándola,
se vuelva de uno.
-el primo
Pablo, y la fractura del dedo del pie, ¿pie derecho verdad?
Si, el
derecho y tú lo cargabas justo de ese lado. Recuerdo que en una de esas el resbalón
hizo que casi te fueras contra el alambre de púas.
-Cierto. Ahora
recuerdo eso. Incluso una de las púas desgarro mi pantalón. ¿Pero, tú andabas
con nosotros?
-Por
supuesto, gracias a mí no te caíste por completo, yo los detuve a ti, y a
Pablo. Lo bien que la pasamos esos días con los abuelos.
-Sí. Comimos
castañas asadas, y plántanos hervidos. Y tú vomitaste por comer tantas castañas,
o ¿fue el primo Toño?
Fue Toño.
Contesto y sonrió victorioso, toda una vida y por fin el otro me ha integrado
como protagonista de sus recuerdos.
La memoria y ese extraño mundo en el que nos
vamos enredando, historia tras historia de nuestra vida reflejada en sueños. Hasta
que llega el ladrón de recuerdos más experto de todos los que ha habido, el Alzheimer
y te deja vacío, inanimado, inexistente.
2016 By Oscar Mtz. Molina