domingo, 9 de diciembre de 2012

Servicio social: (4) Carta a la opinión pública



Al Dr. Gerardo Cabello,
Director Jurisdiccional;
Al Dr. Abraham Mondragón,
Epidemiólogo;
Al Dr. Miguel Gómez,
Supervisor Médico;
A la Sociedad Protectora de Animales, A. C.;
A la Opinión Pública:

EN ASAMBLEA URGENTE de la Confraternidad Nacional Canina, Sección Querétaro, Jurisdicción No. 2, hemos analizado detenida y minuciosamente la Campaña de Vacunación Antirrábica Canina que año con año el Sector Salud en la entidad pone en manos de Médicos Pasantes en Servicio Social. Después de varios años de acuciosa y observación silenciosa, retomamos la actitud crítica y consciente de nuestra especie, y manifestamos que
PRIMERO: Protestamos contra lo que ustedes ¾en conflagración nacional¾ denominan CAMPAÑA DE VACUNACION ANTIRRÁBICA CANINA, no significando nuestra posición una actitud reaccionaria, como podría pensarse, sino la concientización real y profunda de los DERECHOS CANINOS UNIVERSALES. Porque
a) ¿Por qué la Vacunación A. C. tiene que ser practicada por médicos de humanos en servicio social y no por médicos veterinarios zootecnistas?
b) ¿Por qué la Vacunación A. C., al contrario de otras campañas de vacunación, se realiza fuera de clínicas, casas de salud, aulas o en casas particulares improvisadas como consultorios?
c) ¿Por qué durante la Vacunación A. C. no se ponen en práctica los conocimientos adquiridos en el obligatorio curso de Técnicas Quirúrgicas?
d) Podríamos continuar infinitamente por el sinuoso camino de las interrogantes. Sin embargo, cada pregunta, cada palabra que en ustedes pudiera significar palabrería política, no es más que el resultado de un examen juicioso y profundo. De esta manera, no es que nosotros pretendamos congraciarnos con los Médicos Veterinarios Zootecnistas ni que, por el contacto tan estrecho entre nosotros, lleguemos a considerarlos parte de nuestro gremio. ¡No! Nada más falso que eso, pero si tenemos en cuenta que nos encontramos inmersos en el pantano de una sociedad clasista y prejuiciosa ¿cuándo se permitirá que un perro asista a la enseñanza media superior y de ahí a la universidad? Y no conformes con hacernos patente su poder extremista, encontramos que estos seres a los que ustedes han designado para llevar a “feliz curso la Campaña de Vacunación A. C.”, demuestran ante nosotros una carencia plena de tacto médico, y aún más, de un mínimo de conocimientos de lo que son los primeros auxilios. Pues, ¿cómo podemos explicarnos el hecho de que una sola jeringa se utilice para una docena de aplicaciones? ¡Es absurdo! y por demás anticánido ¾y aun antihumano¾. Y por si eso fuera poco: la jeringa ya fue utilizada previamente para provecho humano. ¡Por favor recuerden el comercial televisivo de Plastipak!
e) Y... ¿sería mucho pedir cuando menos una torunda alcoholada... “para embriagar a los microbios o para adormecer la piel”, como afirma algún estúpido?
SEGUNDO: Protestamos contra el trato nazista que el médico en contubernio con nuestro esclavista ejercen en contra de nosotros. Nunca en la vida diaria es más visible el sadismo desquiciante que encierran los humanos, como en el momento de tomar en sus manos un mecate, una cadena, un alambre, y con una valentía típica del héroe norteamericano nos lo echan al cuello, y luego, apoyándose en una escena televisiva, o en un recuerdo punzante, arrojan la punta sobre el brazo de un árbol, sobre el agujero más alto de una valla... y tiran, tiran férreamente, imitando al más cruel y miserable de los verdugos. ¿Y saben cuál es la disculpa?
¾¡Jálale fuerte, jálale fuerte, porque si no me muerde el pinche perro!
Puedo asegurarles, doctores, que la inminencia de la muerte jamás se cierne sobre nosotros de manera tan rotunda y dramática; quizás no sea el hecho mismo de la muerte lo que más duele, lo que nos arranca el aire, sino la duda, la duda llana, el gusano blanco que nos sube hasta el cerebro y penetra en él, y que luego se va desvaneciendo entre la asfixia y un prematuro relajamiento de esfínteres...
¾¿Por qué se me ejecuta, Gran Perro? ¿Por qué?
Y luego, el retorno a la vida, sarcástico, de golpe (contra la tierra, en el mejor de los casos; contra las piedras, contra un arbusto espinoso), el golpe es la respuesta de esa misma vida dolorosa que se deja entrever entre la risa sardónica de los curiosos que ríen estúpidamente, oligofrénicamente.
TERCERO: En tan desagradable situación sale sobrando afirmar que la actitud de agresión que se nos imputa no es sino la más simple y esencial forma de protesta contra lo que nosotros hemos denominado “una muerte lenta por contaminación y esclavismo humanos”. De esta manera, el paso vacilante, el rengueo que ustedes atribuyen al caldo viral no es otra cosa que la respuesta pasiva, silenciosa y filosófica, y universalmente aceptada, y que en ustedes provoca explosiones volcánicas: ¡Chinguen a su madre!
CUARTO: Finalmente, como razonamiento preguntamos: ¿Vacunarían ustedes a un ser querido (desde luego, no en situación de herencia) en tales condiciones de antihigiene?

Donicá Amealco, Querétaro, a los veintitrés días del mes de abril de mil novecientos ochenta y nueve,

“POR EL RESPETO DE LOS DERECHOS CANINOS UNIVERALES Y UN TRATO DIGNO”

Sultán Pinto Blanco Café

Presidente


Golondrino Golondrino
Supresidente

Oso Negro Mancha-Blanca
Tesorero

Se anexan doscientas firmas de perros representantes locales, seleccionados popular y democráticamente, con derecho a voto.

c.c.p. Dr. Gerardo Cabello.
c.c.p. Dr. Abraham Mondragón.
c.c.p. Dr. Miguel Gómez.
c.c.p. Sociedad Protectora de Animales A. C.


imagen tomada de la red

lunes, 12 de noviembre de 2012

Servicio social: (3) Aparición


Estabas ahí: menuda, enfundada en unos jeans sin marca, descuidamente holgados, y un suéter a rayas claras y chillonas, que cubría la mitad de tus muslos; tenis de tela, azules. Podías ser la hija de alguno o la hermana menor de todos, pero difícilmente una médico pasante. Tu silencio llamaba la atención. Cuando oí tu voz por primera vez, la acompañó una risa sencilla y discreta; pero enseguida el silencio volvió a ser tu principal compañero. El libro de cuentos de Gustavo Sanz se había humedecido en su danzar de una mano a otra.
            Esa noche, en el albergue de La llave, dormí abrazado al silencio de tu nombre, escrito en mi libreta de apuntes.
 
 
Imagen tomada de la red.
 

jueves, 1 de noviembre de 2012

Para el día de muertos


"Calavera" (2002)
Dibujo al carbón (Ejercicio de principiante).
Taller de Dibujo de la figura humana
Xalapa, Veracruz.


martes, 30 de octubre de 2012

Lepidoteca sexxualis


-Mariposa-
oleo sobre tela 100 x 80
Laura Mendoza


Comenzó como un inocente aficionado a la lepidopterología y construyó para todas sus coloridas e inquietas amiguitas, su lepidoteca. Attacus Atlas, Graellia Isabella, Copiopteryx Semiramis, Morpho Polyphemus luna. Habían sido nombres habituales en su precoz afición.
          En su negocio para adultos, Lepidoteca sexxualis, ¿porqué no?, el coleccionista ofrecía mariposas exoticas con una pleyade de nombres mas facilmente recordables: Ayelen, Crystal, Melanie, Ruby, Azul, Yamilé, Vannesa, Devorah, y Zulema.

miércoles, 24 de octubre de 2012

Un hombre sensible



La miraba sin que ella se percatara; fingía ver los rulos morochos de su pelo, pero me detenía en los signos de su partida. Ella sonreía y me tomaba de la barbilla y me decía lo feliz que era. Mentía, tal vez, no se daba cuenta que a su sonrisa no le acompañaba ese relajamiento que se abre de par en par, en el entrecejo, cuando hay satisfacción. Observaba el punto de tensión y movía mentalmente mi cabeza. Las últimas veces, al despedirnos, notaba su urgencia por darme las buenas noches, y ésta, aunque se oculte, un hombre sensible la percibe.

Hubo momentos de gran alegría. Cosas pequeñas, como el hecho de tener su mano entre mi mano. Mi mano siempre la resguardaba, como las veces en que la conducía entre las grandes avenidas, donde la muchedumbre se arrebata para cruzar la esquina y ella caminaba o se detenía a la sutil orden de mi palma. Recordé la luz de su mirada cuando ésta respondía a mi sonrisa. Después dejó de emitir destellos. ¿Ella sabría lo que dirían sus ojos? Nunca lo sabré, aunque tal vez, lo supo. Sin embargo, no le di tiempo de decírmelo.

Muy en la mañana, la neblina dormía en el piso y sobre los cerros formaba grandes anacondas. La reconocí por su forma de caminar: en una mano traía su equipaje; y la otra, subía y bajaba con desorden, como lo hace una mariposa que tiene el ala rota. ¿Se iba de viaje? ¿Escapaba cuando ayer, todavía, me rodeaba con sus brazos? La seguí sin que me viera, sin que me oliera. Me deje ver poco antes de que el tren silbara, anunciando que sólo estaría diez minutos.
 

Antología de escritores médicos mexicanos (II)

Manuel Acuña Narro
     (27 de agosto de 1849-6 de diciembre de 1873)



"En rigor no puede decirse que fue médico ya que siendo estudiante de Medicina fue devorado por el mal de Werther. Muerto en flor de juventud (24 años), cuando aún no había madurado en su producción, cuando era un juguete de todas las pasiones juveniles, cuando estaba influenciado por una bohemia enfermiza, pudo, sin embargo, hacer gala de inspiración tormentosa y de una facilidad poco común para versificar. 
En sus poemas se presiente al gran poeta que no tuvo tiempo de llegar a ser. Acuña no fue más que el embrión del gran poeta que nunca llegó a nacer."*
          Ricardo Pérez Gallardo


Ante un cadáver 
(Fragmento)

¡Y bien!, aquí estás ya... sobre la plancha
donde el gran horizonte de la ciencia
la extensión de sus límites ensancha.

Aquí donde la rígida experiencia
viene a dictar las leyes superiores
a que está sometida la existencia.

Aquí donde la ciencia se adelanta
a leer la solución de ese problema
cuyo solo enunciado nos espanta:

ella, que tiene la razón por lema,
y que en tus labios escuchar ansía
la augusta voz de la verdad suprema.

La luz de tus pupilas ya no existe,
tu máquina vital descansa inerte
y a cumplir con su objeto se resiste.

La tumba solo guarda un esqueleto;
mas la vida en su bóveda mortuoria
prosigue alimentándose en secreto.

Que al fin de esta existencia transitoria,
a la que tanto nuestro afán se adhiere,
la materia inmortal como la gloria,
cambia de formas, pero nunca muere.



*Antología de escritores médicos mexicanos, Editora Latino Americana, 1966. 

martes, 23 de octubre de 2012

El camaleón, de Anton Chejov (1860-1904)


El inspector de policía Ochumélov, con su capote nuevo y un hatillo en la mano, cruza la plaza del mercado. Tras él camina un municipal pelirrojo con un cedazo lleno de grosellas decomisadas. En torno reina el silencio... En la plaza no hay ni un alma... Las puertas abiertas de las tiendas y tabernas miran el mundo melancólicamente, como fauces hambrientas; en sus inmediaciones no hay ni siquiera mendigos.

-¿A quién muerdes, maldito? -oye de pronto Ochumélov-. ¡No lo dejen salir, muchachos! ¡Ahora no está permitido morder! ¡Sujétalo! ¡Ah... ah!

Se oye el chillido de un perro. Ochumélov vuelve la vista y ve que del almacén de leña de Pichuguin, saltando sobre tres patas y mirando a un lado y a otro, sale corriendo un perro. Lo persigue un hombre con camisa de percal almidonada y el chaleco desabrochado. Corre tras el perro con todo el cuerpo inclinado hacia delante, cae y agarra al animal por las patas traseras. Se oye un nuevo chillido y otro grito: «¡No lo dejes escapar!» Caras soñolientas aparecen en las puertas de las tiendas y pronto, junto al almacén de leña, como si hubiera brotado del suelo, se apiña la gente.

-¡Se ha producido un desorden, señoría!... -dice el municipal.

Ochumélov da media vuelta a la izquierda y se dirige hacia el grupo. En la misma puerta del almacén de leña ve al hombre antes descrito, con el chaleco desabrochado, quien ya de pie levanta la mano derecha y muestra un dedo ensangrentado. En su cara de alcohólico parece leerse: «¡Te voy a despellejar, granuja!»; el mismo dedo es como una bandera de victoria. Ochumélov reconoce en él al orfebre Jriukin. En el centro del grupo, extendidas las patas delanteras y temblando, está sentado en el suelo el culpable del escándalo, un blanco cachorro de galgo de afilado hocico y una mancha amarilla en el lomo. Sus ojos lacrimosos tienen una expresión de angustia y pavor.

-¿Qué ha ocurrido? -pregunta Ochumélov, abriéndose paso entre la gente-. ¿Qué es esto? ¿Qué haces tú ahí con el dedo?... ¿Quién ha gritado?

-Yo no me he metido con nadie, señoría... -empieza Jriukin, y carraspea, tapándose la boca con la mano-. Venía a hablar con Mitri Mítrich, y este maldito perro, sin más ni más, me ha mordido el dedo... Perdóneme, yo soy un hombre que se gana la vida con su trabajo... Es una labor muy delicada. Que me paguen, porque puede que esté una semana sin poder mover el dedo... En ninguna ley está escrito, señoría, que haya que sufrir por culpa de los animales... Si todos empiezan a morder, sería mejor morirse...

-¡Hum!... Está bien... -dice Ochumélov, carraspeando y arqueando las cejas-. Está bien... ¿De quién es el perro? Esto no quedará así. ¡Les voy a enseñar a dejar los perros sueltos! Ya es hora de tratar con esos señores que no desean cumplir las ordenanzas. Cuando le hagan pagar una multa, sabrá ese miserable lo que significa dejar en la calle perros y otros animales. ¡Se va a acordar de mí!... Eldirin -prosigue el inspector, volviéndose hacia el guardia-, infórmate de quién es el perro y levanta el oportuno atestado. Y al perro hay que matarlo. ¡Sin perder un instante! Seguramente está rabioso... ¿Quién es su amo?

-Es del general Zhigálov -dice alguien.

-¿Del general Zhigálov? ¡Hum!... Eldirin, ayúdame a quitarme el capote... ¡Hace un calor terrible! Seguramente anuncia lluvia... Aunque hay una cosa que no comprendo: ¿cómo ha podido morderte? -sigue Ochumélov, dirigiéndose a Jriukin. ¿Es que te llega hasta el dedo? El perro es pequeño, y tú, ¡tan grande! Has debido de clavarte un clavo y luego se te ha ocurrido la idea de decir esa mentira. Porque tú... ¡ya nos conocemos! ¡Los conozco a todos, diablos!

-Lo que ha hecho, señoría, ha sido acercarle el cigarro al morro para reírse, y el perro, que no es tonto, le ha dado un mordisco... Siempre está haciendo cosas por el estilo, señoría.  

-¡Mientes, tuerto! ¿Para qué mientes, si no has visto nada? Su señoría es un señor inteligente y comprende quién miente y quién dice la verdad... Y, si miento, eso lo dirá el juez de paz. Él tiene la ley... Ahora todos somos iguales... Un hermano mío es gendarme... por si quieres saberlo...

-¡Basta de comentarios!

-No, no es del general.-Observa pensativo el municipal-. El general no tiene perros como éste. Son más bien perros de muestra...

-¿Estás seguro?

-Sí, señoría...

-Yo mismo lo sé. Los perros del general son caros, de raza, mientras que éste ¡el diablo sabe lo que es! No tiene ni pelo ni planta... es un asco. ¿Cómo va a tener un perro así? ¿Dónde tienen la cabeza? Si este perro apareciese en Petersburgo o en Moscú, ¿saben lo que pasaría? No se pararían en barras, sino que, al momento, ¡zas! Tú, Jriukin, has salido perjudicado; no dejes el asunto... ¡Ya es hora de darles una lección!

-Aunque podría ser del general... –piensa el guardia en voz alta-. No lo lleva escrito en el morro... El otro día vi en su patio un perro como éste.

-¡Es del general, seguro! -dice una voz.

-¡Hum!... Ayúdame a ponerme el capote, Eldirin... Parece que ha refrescado... Siento escalofríos... Llévaselo al general y pregunta allí. Di que lo he encontrado y que se lo mando... Y di que no lo dejen salir a la calle... Puede ser un perro de precio, y si cualquier cerdo le acerca el cigarro al morro, no tardarán en echarlo a perder. El perro es un animal delicado... Y tú, imbécil, baja la mano. ¡Ya está bien de mostrarnos tu estúpido dedo! ¡Tú mismo tienes la culpa!...

-Por ahí va el cocinero del general; le preguntaremos... ¡Eh, Prójor! ¡Acércate, amigo! Mira este perro... ¿Es de ustedes?

-¡Qué ocurrencias! ¡Jamás ha habido perros como éste en nuestra casa!

-¡Basta de preguntas! -dice Ochumélov-. Es un perro vagabundo. No hay razón para perder el tiempo en conversaciones... Si yo he dicho que es un perro vagabundo, es un perro vagabundo... Hay que matarlo y se acabó.

-No es nuestro -sigue Prójor-. Es del hermano del general, que vino hace unos días. A mi amo no le gustan los galgos. A su hermano...

-¿Es que ha venido su hermano? ¿Vladímir Ivánich? -pregunta Ochumélov, y todo su rostro se ilumina con una sonrisa de ternura-. ¡Vaya por Dios! No me había enterado. ¿Ha venido de visita?

-Sí...

-Vaya... Echaba de menos a su hermano... Y yo sin saberlo. ¿Así que el perro es suyo? Lo celebro mucho... Llévatelo... El perro no está mal... Es muy vivo... ¡Le ha mordido el dedo a éste! Ja, ja, ja... Ea, ¿por qué tiemblas? Rrrr... Rrrr... Se ha enfadado, el muy pillo... Vaya con el perrito...

Prójor llama al animal y se aleja con él del almacén de leña... La gente se ríe de Jriukin.

-¡Ya nos veremos las caras! -le amenaza Ochumélov, y, envolviéndose en el capote, sigue su camino por la plaza del mercado.
 
 
Imagen: Antón Chéjov, por Osip Braz, 1898. 

viernes, 21 de septiembre de 2012

Competencia de miradas


Se observan fijamente. Los separa una breve distancia, que la salamandra acorta poco a poco, sin romper el contacto visual.

Gana la mosca. ¿Su premio? Ser digerida rápidamente.
 
 
Imagen de Andrés Gross: Salamandras cazando moscas.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Servicio Social: (2) La cena de la culebra


PARA SER MIS primeras 8 horas de servicio social, no la estaba pasando nada mal. Levanté mi cerveza y brindé por los dioses otomíes, que seguramente a esta hora rondaban la clínica, atraídos por la música y el alcohol. El repiqueteo de la lluvia sobre el techo de lámina fue la confirmación de mis sospechas. Destapé otra lata cerveza para agradecer su gesto. A mi alrededor, los expasantes bebían como si ésta fuera la última borrachera de sus vidas (y no la primera de su nueva etapa). Como dijera uno que cabeceaba en un rincón:

Es nuestra forma de dar gracias a la clínica por su discreta y silenciosa contemplación.

El comentario, entre poético y delirante, provocó que todos lo acusaran de mamón.

Los fantasmas de existir posiblemente se encontraban afuera de la clínica, protegiéndose de la lluvia en algunas de los cientos de botellas vacías que adornaban el jardín.

A las diez de la noche, la gastritis postetílica hacía estragos en nuestras entrañas. Bastaba ver los rostros  o bajarle el volumen al estéreo para oír claramente el diálogo de estómago e intestinos, convulsionados por insoportables retortijones.

―¿Y qué chingados vamos a cenar? preguntó una voz anónima, seguramente de alguno de los nuevos pasantes.

Los expasantes, que eran nuestros anfitriones, considerando que aquella sería su última noche en la clínica, no se preocuparon por volver a llenar el refrigerador por nada que no fueran cervezas y refrescos. Ante el ayuno inminente, los nuevos pasantes nos miramos preocupados: ignorando si contaríamos si quiera con energía eléctrica, nunca se nos ocurrió llevar un frigorífico, y menos pensamos en un poco de comida. ¡Nos habían contado tantas historias acerca de una anciana caritativa, con nietas hermosas, que acogería en su mesa a los médicos pasantes en su primera cena.

―Pues lo más importante, o sea los pomos, aquí están… esos nunca faltaron… excusó el expansante de Santiago Mexquititlán.

―¡Salud por el año que se avecina! ―dijimos a coro.

Un ruido de fierros mojados fuera de la clínica atrajo nuestra atención: alguien se estaba brincándose la valla y no tardaría en estar dentro de la clínica, pensamos, no sin cierto temor justificado por nuestra novatés. Y esperamos con los ojos desorbitados que el portón se abriera.

¿Y si es uno de estos dioses indígenas que se ha despertado molesto por nuestro alboroto? preguntó Margarita, acercándose a Rubén.

Si nuestro desmadre le incomodara a los dioses, seguramente ya nos habrían devorado... farfulló el anfitrión, tranquilizándonos.

Se abrió la puerta de la clínica y entró el expasante del poblado de La Torre, sacudiéndose el agua y limpiándose el lodo de los zapatos. La tranquilidad volvió a nuestros rostros, frustrando en el fondo nuestra desesperanza esotérica.

Oye, güey, ¿no trajiste algo de comer? preguntó el expasante de San Pedro Tenango.

Con sonrisa burlona y demostrando un gran histrionismo, el aspirante a médico internista, sabedor de la necesidad de combinar el alcohol con los alimento, nos tranquilizó.

          El problema de la cena está resulto señaló el morral que llevaba colgado en un costado.

La ovación se fue apagando cuando extrajo de su morral un manojo oscuro y amorfo, que despertó las preguntas de los presentes.

Es solo una pinche víbora que acaban de atropellar en la carretera. Le pasó la llanta por la cabeza y adiós mundo cruel. Pero el resto del cuerpo está bien ―y extendió el animal sobre la mesa para que lo viéramos, provocando la repugnancia de unos y la risa histérica de otros. Una culebra de dos metros, bien nos alimenta a todos.

Decapitada, húmeda, pero todavía con el calorcito vaporoso de la muerte reciente.

Una aureola de misticismo se cernió sobre nuestras cabezas; era posiblemente la presencia de los dioses otomíes que rondaban la clínica la que nos hizo callar y aceptar su designio. ¿Era acaso esto una ofrenda, un pacto de bienvenida o despedida para con estos hombres que luchan a diario por la salud de los suyos? Para ser sincero, habríamos esperado una bienvenida con un borrego en barbacoa o un buen mole de guajolote.

¾Pero estos no son dioses griegos, buey, pensé, envuelto en un halo de lucidez etílica. Y volví a levantar mi cerveza, brindando con ellos.

Una hora después ¾ya completamente ebrios, olvidándonos de la repugnancia primera¾ nos dispusimos a engullir los trozos de culebra, que semejaban pescuezos de pollo con un poco más de carne. No digo que fue aquella la mejor cena de nuestra vida, pero creo que sí nos darían la energía suficiente para seguir soportando las borracheras de los otros trescientos sesenta y cuatro días por transcurrir.

Imagen toda de la red.

domingo, 2 de septiembre de 2012

Servicio Social: (1) La llegada


Todos llegan por el mismo camino. El frío oscuro de lo desconocido fue la señal para que se levantara precipitadamente del asiento, corriera trastabillando por el pasillo congestionado del autobús y, sin aplastar ni un pollo, alcanzara la puerta justo en la parada del pueblo.
¾¡Bajan en Donicá! ¾grita un joven flaco, a pesar de que tres pasajeros descendían tranquilamente.
Allí estaba a media mañana, detenido en el tiempo a orillas de una carretera, sin saber para dónde caminar, buscando desesperadamente las siglas salvadoras: “S.S.A.” Secretaría de Salubridad y Asistencia.
¾Perdone... ¾se dirige a una de las mujeres que acababan de descender del autobús. La mujer señala un camino de tierra roja; luego le ofreció una sonrisa de topo tímido.
―Allí donde se ven aquellos árboles y la antena. Ahí está la clínica que busca.
El mapa del Estado de Querétaro que consultó debió estar equivocado. Según aquel, la clínica se encontraba al pie de la carretera Temascalcingo-Amealco. Se sintió decepcionado.
A sus recién cumplidos veinticuatro años, el médico pasante en servicio social de Donicá, se echó a caminar cuesta bajo por la carretera roja. No está convencido que ese camino lo lleve al que será su hogar por el próximo año. Camina arrastrando los pies, la mochila le pesa, siente bajo los tenis las piedras granulosas de la recién mantenida carretera. Se llamaba José Manuel y es originario de Jerécuaro, Gto., pero en esta historia prefiere no ser nadie. Apenas ha caminado cien metros y la angustia lo invade, se decepciona sin saber por qué. Quizá porque el camino rojo parece no terminar, perdido entre curvas y arboledas. A pesar de ser mediodía, un frío intransigente cala, maltrata. La distancia se prolonga más allá del río, entre otra curva y más árboles.
¾Perdone... ¿la clínica? ¾la mujer, indiscutiblemente otomí, por su indumentaria, apenas si presta atención al estúpido joven que se cruza en su camino. Y sigue su marcha precipitadamente.
¾¡Chinga tu madre! ¾musita casi en silencio, invadido por una oleada de furor. Quisiera gritarle que ¿acaso no sabía que él era el nuevo médico pasante de la comunidad?, que ya tendría necesidad de consultarlo y entonces vería, hija de su pinche madre. Pero no fue solo el furor lo que le invadió: éste llegó y desapareció como si no nunca hubiera existido, como una simple oleada intempestiva que invade, pero que se disipa al poco tiempo. Y nuevamente, en su reciente llegada, se sintió solo y vacío; incomprendido. Solo y su alma; desahuciado, con la necesidad de abrir aún más los ojos y comprender el medio que lo rodea. Con ganas de despertar del sueño apenas iniciado y saber que no era este el sitio al que lo habían asignado por un año.
Al salir de la curva, ochocientos metros adelante, apareció el cono rojo característico de las bodegas Conasupo, supo que ahí, por todos los demonios, estaba la clínica, entre pinos temblorosos, agitados tempestuosamente por la brisa emanada de la presa Santiago Mexquititlán.
Y por primera vez, en los diez minutos que llevaba en la comunidad de Donicá, tuvo un instante de calma.
 
Imagen tomada de la red.
 

 

martes, 21 de agosto de 2012

Antología de escritores médicos mexicanos (I)




Hay días en los que, tras haber lidiado con los pacientes, buscas un momento de tranquilidad. Así encontré a media cuadra de mi trabajo una librería de viejo donde se respira olor a humedad, naftalina y polvo. Es un local con tres pasillos estrechos donde se pueden encontrar desde libros de la Editorial Porrúa y su gran colección "Sepan cuentos..." hasta libros esotéricos, pasando por los de cocina y, desde luego, los clásicos títulos de medicina: Histología de Ham, la 12a edición de Harrison de Medicina Interna y los tres volúmenes de Anatomía de Quiroz.
Finalmente me decidí por La Carcajada del gato de Spota, La noche navegable de Villoro y un ejemplar al que no pude resistirme: Antología de escritores médicos mexicanos de Ricardo Pérez Gallardo; Manuel Acuña, Enrique González Martínez y Rubén Leñero son algunos de los médicos incluidos. Comparto la dedicatoria a los médicos con que inicia el libro.

PARA LOS MÉDICOS*
(Exclusivamente)

     Era preciso formar la antología.
Las canciones dispersas
se perdían en todos los caminos
y la gente murmuraba a menudo:
"-Nunca supe que escribiera el doctor".

   Y es que esta alma nuestra
-atormentada y triste-
a veces escapa de la diaria faena
y se pone a cantar...

   Poco sabe de retórica,
ignora el juego sutil de la metáfora,
pero la visión delirante
de las noches insomnes
cristaliza en versos de intimidad.

  Y hay que irlos buscando,
-tiempo es de cosechar-
son pedazos de nosotros mismos
y a nosotros deben retornar...

Ricardo Pérez Gallardo

*Antología de escritores médicos mexicanos, Editora Latino Americana, 1966.

sábado, 11 de agosto de 2012

Médicos en El libro de los seres no imaginarios


El pasado 8 de agosto se presentó en la sala Adamo Boari del Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, El libro de los seres no imaginarios (Minibichario) (Ficticia Editorial, 2012). Libro que conjunta a los fotógrafos Beatriz Hernández Meza, Enrique Ramírez y Alejandro Boneta, quienes aportan sus imágenes de bichos para que 42 escritores* echen a volar la imaginación y nos entreguen 42 minificciones. El proyecto nace de la conversación de los médicos y escritores Diana Raquel Hernández Meza y José Manuel Ortiz Soto, pero no son los únicos médicos que participan en el Minibichario, también forman parte de él Elizabeth PérezRamírez, Alfonso Pedraza y Rubén García García, integrantes de esta página, Médicos Mexicanos por la Cultura y las Artes.
La presentación del libro estuvo a cargo de Hugo López Araiza Bravo, Edgar Omar Avilés, Beatriz Hernández Meza, Marcial Fernández y el antologador. La sala Adamo Boari estuvo, según cifras oficiales del Palacio de Bellas Artes, ocupada por 180 asistentes. Aquí, unas imágenes del evento. Entre los asistentes, estuvieron los doctores Alba Gurza y David Bazán.








Imágenes de la entrada de Diana Hernández y Eduardo Mendoza.

_________________________________________________
*Autores: Abelardo Hernández Millán, Adán Echeverría, Agustín Cadena, Agustín Monsreal, Alfonso Pedraza, Alonso Díaz de Anda, Amaranta Caballero Prado, Amélie Olaiz, Carmen Simón, David Baizabal, Diana Raquel Hernández Meza, Dina Grijalva, Édgar Omar Avilés, Elizabeth Pérez Ramírez, Fernando C. Pérez Cárdenas, Fernandez Sánchez Clelo, Gabriela D'Arbel, Gabriel Hernàndez García, Guillermo Samperio, Hugo López Araiza Bravo, Iliana Vargas, Jeremías Ramírez Vasillas, Jesús Olague, Jorge Oropeza, José Luis Sandín, José Luis Zárate, José Manuel Ortiz Soto, Josué Barrera, Laura Elisa Vizcaíno, Lorel Manzano, Marcial Fernández, Marco Aurelio Chavezmaya, Norberto de la Torre, Paola Jauffred Gorostiza, Quique Ruiz, Ricardo Bernal, Richard Densmore, Rosa Delia Guerrero, Roxanna Erdman, Rubén García García, Úrsula Fuenteberain, Víctor Antero Flores.

 

domingo, 22 de julio de 2012

El Internado: (XVI) Carta de buenos deseos para el fin de año*


Al personal académico del H.G.Z. no. 27, Tlatelolco.



A QUIEN CORRESPONDA,

A QUIEN QUIERA CORRESPONDER:

Quizás sólo sea el sentimiento de un año más que se acumula junto al número de años que lo precedieron; es tal vez el simbolismo que caracteriza a la fecha en que esto se escribe, que me dejo arrastrar por el sentimentalismo televisivo que las posadas, la Navidad y otras colaciones se encargan anualmente de meter entre los ojos, haciendo brotar de cada ser la melancolía, los buenos deseos, el intercambio de regalos y la más sublime y sincera de las hipocresías. O es quizás, simplemente, que se apodera de mí un cercano y remoto deseo de que un ventrudo, barbado y blanquirrojo Santaclaus o tres desempleados Reyes Magos se acuerden de mi existencia al momento de cruzar por una de las muchas tardes citadinas, frente a un atractivo y sonriente escaparate de alguna conocida tienda de autoservicio. Aunque me apene decirlo: aprovecho este momento para volver al camino de los arrepentidos.

            Es así, compañeros, compañeras, que me atrevo a contrariarlos ¾después de haberlo hecho cotidianamente durante doce meses¾ y pedir en esta hora... que todos los sentimientos hostiles que la barbarie citadina y los impulsos hospitalarios hicieron brotar del laberinto de sus silenciosas cuerdas bucales, se congelen en su origen ficticio; en una de esas tantas mañanas, tardes, noches frigoríficas que la ciudad nos brinda en ocasiones. Y si acaso las intenciones fueran un mustio silencio adormilado y se hallaran enclavadas, arraigadas dolorosamente en la fragilidad más dolorosa de nuestras susceptibilidades: como una astilla infecta, como un fragmento de vidrio puntiagudo, como una rebaba de oxidado acero, y teniendo aún de nuestro lado la conocida disculpa: “No contamos con técnico de rayos X”... ¡Compañeros... qué no importe! Seamos valientes: soportemos la hinchazón aplicando un pedazo de hielo y demos a nuestro herido espíritu una carga de antibióticos (“peni-genta”) y dejemos que un día cualquiera el absceso arroje fuera de nosotros la infección que nos carcome.

Compañeros: ¡Que nada importe! A final de cuentas, para cerrar heridas de cara o manos siempre contaremos con una seda del número 0 (negra, resistente, dispuesta a aprisionar en su limbo a esta carne). Aunque sabemos que la infección puede encontrarse en el alma, en un laberinto psiquiátrico, en otra oscuridad más negra que te mira las entrañas con risa sardónica, con ojos de estupidez y salada venganza; que te mira desde su inusitado enanismo que la hace superior a sus fuerzas, siempre fiera, dispuesta a herir por la espalda, a dejar caer su fuerza de pluma atómica sobre un número decisivo, como si fuera la espada de Damocles. Porque le gusta perseguirte en el silencio, mandarte mensajes telepáticos de por vida para saciar su miserable insignificancia; porque se siente poderoso, porque le das la oportunidad obligada de perseguirte imaginariamente por el recinto cuadrado de tu cuerpo. La infección entra por los ojos y muchas veces se esconde debajo de la lengua, martiriza las espaldas y te restriega el pelo con la perversidad de acariciar una muñeca.

Sin embargo, si una bofetada, un trancazo, una patada han buscado abrigo en nuestro cuerpo... que no importe; si te han puesto morada ya la otra mejilla... aplícale fomentos de agua tibia; si se ha abierto en tu cuerpo una gran solución de continuidad... cúbrela con tus manos y llévate a un servicio de Urgencias, ya que con una buena restregada de isodine la limpiarás de bichos; si tienes un ojo de cotorra... no importa; una 4-30-8 para Ofatalmología... que te duele el vientre... 4-30-8 para Gastroenterologìa... que te duele más abajo... 4-30-8 para Urología...

Compañeros, compañeras, inválidos, tísicos, cancerosos: aprendamos a olvidar y demos a estos seres llamados profesores (de este hospital) un cordial abrazo de despedida, esperando no volver a verlos jamás.



Carta leída el 29 de diciembre de 1988 en la despedida de los médicos internos de pregrado del H.G.Z. no. 27, Tlatelolco.

sábado, 30 de junio de 2012

El internado: (XV) Manolo’s Bar


La cabeza comenzaba a darme vueltas. Levanté el tarro y apuré la cerveza antes de que la primera náusea me indicara que tenía que parar. A través del líquido claro volví a descubrir la figura del hombre, temblorosamente distorsionado, que se había unido al grupo hacía unas cuatro rondas. Por extraño que parezca, fue la distorsión de su imagen la que me hizo reconocerlo, finalmente.

            ¾Ya sé quien es ese hijo de la chingada ¾susurré a Tanamazte, empeñado en romper su quinto caballito tequilero.

            ¾Ya olvídate de él; nunca lo hemos visto ¾restó importancia al hecho y soltó un grito de triunfo cuando el cristal quedó pulverizado entre sus dedos¾. ¡Uno más, pinche Cocús! ¡Uno más!

Levantamos nuestra copa, festejándolo.

Después del brindis me volví hacia Osiris ¾que así se llamaba el hombre de la imagen distorsionada¾. Fastidiarlo un rato sería un acto de justicia.

            ¾Usted es músico, ¿verdad?

            Osiris se me quedó viendo con ojos vacunos. Los asiduos al Manolo’s lo conocía: el antro daba servicio de bar durante el día y de centro nocturno por las noches. Por alguna extraña razón, los médicos tenían cierta predilección por aquel lugar.

            ¾¿Y usted cómo lo sabe, joven?

            ¾Luego luego se le nota. Además, lo he oído tocar, aunque en este momento no recuerdo dónde. A lo mejor fue en la televisión.

            Osiris movió la cabeza afirmativamente, satisfecho. Y para elevarse más sobre este grupo de simples médicos mortales, desplegó su curriculum vitae mencionando locales, tríos, bares, estaciones de radio y televisión.

¾Le faltó mencionan el Salón Bach —recordé de pronto.

            La sonrisa de éxito que tenía se desvaneció de su rostro y sus ojos se hicieron más inquisitivos, expectantes, como si quisieran penetrar las profundidades de mi cerebro. A continuación hizo una disertación con la que trató de explicarme que podía tocar en cualquier lado menos, por circunstancias que no venían al caso, en el sitio dónde fue asesinado muchos años antes —y en otra ubicación— Guty Cárdenas, el Ruiseñor Yucateco.

¾Tú debes comprender que eso de asesinatos y cantantes baleados, pues no es muy agradable para alguien que vive de la tocada, ¿no? ¾y apuró su copa, para limpiar su garganta de palabras.

            ¾A parte de ratero, es usted un pinche puto miedoso ¾le espeté, levantándome y dispuesto a partirle la madre y cobrarle todo lo que nos habían estafado él y los meseros, en una noche de parranda. Además del susto que nos dieron, pensé, recordando aquella noche, previa a un examen bimestral de la universidad.

El doctor S. M. no estaba muy contento.

            ¾Miren, chavitos. Mañana tienen un examen. A esta hora deberían estar en sus casas durmiendo o dando una última repasada al examen.

            El Rompecorazones Bazae soltó la carcajada.

            ¾Hoy tengo ganas de seguir la parranda ¿o qué? ¿Te agüitas?

            S. M. apuró su copa. A pesar de haber bebido a la par de todos parecía no embriagarse nunca.

            ¾Perfecto, escuincles pendejos. Seguiremos la parranda. Pero la van a seguir a mi ritmo. Vamos a ver que tan cabroncitos son.

            Y a continuación pidió tres rondas más y la cuenta. Y nos dedicamos a visitar dos o tres antros hasta terminar en el Salón Bach. Como buen cantante que era, Bazae llamó a un músico que iba de mesa en mesa. Antes de media hora, Bazae, Tanamazte y Podrosoa descansaban la cabeza sobre la mesa.

            ¾No aguantan nada. Tienen salida de caballo y llegada de burro —comentó S. M.

            Aproveché un receso del músico para ir a orinar. Ya volvía, cuando, llevado por un impulso cleptómano, tomé un par de chicles de una mesita que estaba allí. Al terminar la última canción, los bellos durmientes despertaron; había llegado el momento de hacer cuentas y pagar. Como era la costumbre S. M., recibió la nota. La sorpresa al verla fue mayúscula: nos cobraban el doble de canciones que se habían tocado y el doble de bebidas ingeridas. La discusión comenzó y nuestra mesa fue rodeada por Osiris que instaba a los meseros a que nos partieran la madre si no pagábamos. Ante tal injusticia, nosotros estábamos dispuestos a ir a la batalla y arreglar las diferencias a puños. Pero el doctor S.M., que siempre era quien pagaba, sacó la tarjeta de crédito y solucionó el asunto. Estábamos por salir de allí cuando un mesero se acercó.

            ¾Ah... y los dos chicles de menta que agarró este buey, son de gratis.



Osiris ya no contestó. En su cara se reflejaba el temor; en la mía, el placer que da hacer justicia. Disfrutaba como nada aquel momento. Seguramente —cinta café de karate como era—, el tipo no me duraría tres golpes.

            ¾Será mejor que te vayas, Osiris ¾lo instó el doctor X, Jefe de Urgencias—. Y  no te preocupes por la cuenta.

Imagen tomada de la red: Guty Cárdenas (1905-1932), trovero yucateco asesinado en la Ciudad de México en el antiguo Salón Bach.