viernes, 28 de diciembre de 2018

Cena familiar de Navidad


Autorretrato, Altamira, dic. 2018

Los tiempos van cambiando y con ellos las costumbres, así pues, para la cena familiar de navidad recibimos formal invitación por parte de la tía Pepa, -hermana menor de mi padre. La tarjeta específicamente mencionaba la hora de recepción, nueve y treinta de la noche, y que también, la cena sería servida a las once y veinte. Y se describía el menú de cinco tiempos.

Primer tiempo, entrantes calientes, a escoger: gambas al ajillo o almejas a la marinera

Segundo tiempo, crema de calabacín orgánico con pistachos.

Tercer tiempo, arroz con bogavante y salsa de almendras.

Cuarto tiempo, plato fuerte, a escoger: paletilla de cordero al horno, con patatas panaderas o lenguado meunière dorado al horno con patatas.

Quinto tiempo, postre, a escoger: tarta de turrón espolvoreado con semillas de Chía o panettone casero.

Se servirá vino de ocasión para maridaje según tiempo de menú.

-Dónde chingadamente se ha visto tanta deferencia en una cena de familia, le dije a mi mujer, mientras a regañadientes me ponía el traje gris que tanto odio. La tía Pepa, en corto, nos había pedido ir de traje oscuro a los parientes varones y de preferencia, así lo dijo, las mujeres de vestido negro.

-¿Y quiénes vamos? Abrí mi bocota preguntando.

 Tus hermanos, los hijos del tío Manuel, los de la tía Mary y los de la tía Diana. De los demás ninguno.

Seguro por jodidos y desmadrosos, pensé entre mí.

¡Llegamos con la puntualidad de un inglés!

Y justo a las nueve y veintinueve minutos, levanté mi puño y suavemente con los nudillos de los dedos, índice y medio, toque la puerta.

Personalmente salió a recibirnos la tía Pepa. Saludó primero a mi papá, su hermano, y así se siguió con mi madre y mis hermanos. Nos habíamos puesto de acuerdo para llegar juntos.

Enseguida la seriedad de la tía señalando la sala.

-Manuel y su familia están aquí desde las siete y media, les dijo a mis padres.

-Que no leyeron la invitación, agregó.

En cuanto entramos la sonrisa de tío Manuel.

-Ya no aguanto las nalgas, hermano, de tanto estar sentado y la cabeza, con esa música pendeja, le dijo a mi papá, pero a modo de que escucháramos todos.

Es clásica, respondió papá.

-Pero dónde quedaron aquellos sonidos de chico che, la Santanera, Mike laure.

Algarabía a medio pelo en lo que nos fuimos saludando.

Conociendo a la tía Pepa, a las nueve con treinta y siete minutos estábamos ya todos los invitados. Toda la familia. Bueno excepto las familias que no fueron requeridas.

Nos ofreció primero agua fresca y no les miento, una pequeña copa de vino blanco dulce. Después de nuevo agua fresca. Allí fue que uno de los primos, deplanamente preguntó.

-¿puede ser una cuba tía?

Y allí también, fue la primera vez que a la tía Pepa, por poco se le caen los calzones.

-Podemos ofrecer un güisqui o una ginebra, dijo la tía. Sin dar respuesta a lo de la cuba.

Y de nuevo otra prima. -Para mi está bien güisqui con coca de dieta. Segunda vez de la tía y caída de calzones.

A las diez y quince minutos llegó la prima Violeta, hija de tía Pepa, y su galán, motivo de toda esta parafernalia de cena familiar Navideña.

Uno por uno, presentándonos

-El tío Antonio, refiriéndose a mi papá, hermano mayor de mamá, decía Violeta. Y enseguida -el señor licenciado y diputado federal de la República, por el estado libre y soberano de Puebla, Virgilio Eugenio Estrada Quintana. Y casi en un susurro, agregaba, mi novio.

Cuando terminó de presentar al novio ya casi era hora de la cena.

Virgilio Eugenio, el novio, era un viejo que, seguro, rondaba los setenta, olía a loción fuerte, brut o algo así, tenía la mirada medio perdida y a leguas, el buqué de varios tragos dentro.

-¿esto es el novio? Me dijo mi mujer muy discreta.

Así se le dice ahora, respondí.

Todos los que estábamos allí seguramente con las mismas dos preguntas. Qué sigue ahora y, qué chingados hago aquí.

Para la cena, Violeta había relevado a tía Pepa en el papel de anfitriona y lo primero que ordenó fue la manera en que seríamos sentados a la mesa.

Tío Antonio allí, tío Manuel allá, tía Mary acullá y así con cada uno de nosotros. Cuando por fin estuvimos todos sentados a la mesa, eran ya las once de la noche y veinte minutos, tal y como decía en la invitación que sería la hora de servir la cena.

-Señor licenciado usted a la cabeza de la mesa dijo la prima. Y de inmediato corrigió. Perdón tu aquí mi amor, y yo a tu lado. Y ante tal situación todos reímos con soltura. De hecho, ese momento fue el único en que todos reímos con soltura.

La tía Diana propuso un brindis.

-Antonio, le dijo la tía a mi papá, te toca el brindis, como mayor en la mesa. Por la familia, hermano.

Al final, el brindis lo ofreció el señor licenciado y diputado federal de la República, por el estado libre y soberano de Puebla, Virgilio Eugenio Estrada Quintana porque, en una pequeña ecuación de sumas y restas, resultó mayor que mi padre. El angelito tenía la friolera de setenta y seis años. Y seguramente todos hicimos cuentas mentales porque a cual más apuró un trago de agua. Mi mujer, sentada justo al extremo opuesto mío y esta vez indiscreta, abrió desmesuradamente los ojos.

El brindis fue una larga perorata sobre la familia, los valores, la tradición, el cristianismo y aquí, el primo Virgilio, aprovechó también y enlazó una breve introducción a la nueva República y a las bondades de ella.

Levantó su copa y antes de que, a alguno de nosotros se le ocurriera algún aplauso, se escuchó la voz de mi padre.

-¡Salud!

Y salud, dijimos todos.

Lo de la cena fue memorable.

Para empezar ya teníamos un mesero.

-De primer tiempo ¿gambas al ajillo o almejas a la marinera?

Y por allí el murmullo ¿gambas? Ah camarones. Si camarones.

Almejas

Almejas

Camarones

El primer plato y aunque estaba en plural, resultó ser un camarón o una almeja, nada más.

El segundo plato fue la crema de calabacín y enseguida el arroz con bogavante. Al menos en mi plato de arroz, el bogavante puso pies en polvorosa. Nunca lo vi.

Los calzones de la tía Pepa volvieron a verse amenazados de nueva cuenta, con el plato fuerte.

Todos nos íbamos inclinando por la paletilla de cordero. Bien fuera porque no teníamos una idea clara del sabor, o porque no pudiéramos pronunciar lo impronunciable el lenguado meunière fue quedándose relegado.

Lo del postre lo tuvimos también enredado y entre la tarta de turrón espolvoreado con semillas de Chía o panettone casero. Todos nos fuimos por el dulce que tenía Chía, y a cual más pidió, dulce de chía.

La cena familiar de navidad duró, quitando el brindis, treinta y ocho minutos y dieciséis segundos, según yo. Y treinta y siete minutos y cuarenta segundos, según Lau, mi mujer. Tampoco quiero ser tan preciso.

Enseguida todos pasamos a despedirnos. El señor licenciado y diputado federal de la República, por el estado libre y soberano de Puebla, Virgilio Eugenio Estrada Quintana, el único que, durante la cena se reventó cinco cubas al hilo, según yo, y siete según mi mujer (Yo sigo alegando que no consideré las que se tomó al llegar) terminó bien pedo, embrocado sobre la mesa.

-Está tan cansadito el pobre, justificó tía Pepa. Toda la responsabilidad que carga sobre los hombros, agregó.

A las doce con siete minutos nos hallábamos todos en la calle.

-Yo tengo hambre dijo el tío Manuel y de inmediato todos al unísono, haciendo segunda.

Una opción son los tacos de doña Rosa, nunca cierra, la otra caerle al tío Jesús, uno de los no requeridos.

Cabeza de res horneada, tamales colados, pavo relleno, tragos, cervezas, ponche con ron o tequila, cubas como dios manda y mistela de curtidos como el niño dios recomienda.

-Chingona música hermano, dice tío Manuel a tío Jesús. Mientras se contonea con su mujer al mismo tiempo que cantan -de quen chon, esos ojos que miran bonito…

A que tu tía Pepa y tu prima Violeta, me dice el tío Jesús, así que ese cabrón es el novio, ni la burla perdonan, sólo se la anda comiendo.

Y Lau con los ojos que casi se le chispan, y sus precisiones

-por eso no lo invitaron, por pelado. Clarito oí que tu tío dijo, se la anda comiendo.

No mujer cómo crees, lo que tío Jesús dijo, es que, al licenciado y diputado federal de la República, por el estado libre y soberano de Puebla, Virgilio Eugenio Estrada Quintana, lo dejamos en casa de Violeta y la tía Pepa, comiendo.

 

©2018 by Oscar Mtz. Molina

viernes, 21 de diciembre de 2018

Santa Claus, de noche buena


Fotografía tomada de Internet. The dirthiest Santa´s



Bajé los escalones que me separaban de la banqueta y sin prisa, tomé el bolso de lona, echándomelo al hombro. Caminé por aquella solitaria callejuela, soportando el viento helado que, a esas altas horas de la noche, calaba hondo.
La necesidad me había hecho aceptar la tarea. Tenía que ir vestido de Santa Claus, así iba, y debía llevar en el enorme bolso de lona, los juguetes que me entregaron. Así estaba todo, bolso y regalos.
El tren me dejó en la estación y ahora caminaba al caserío. Seis casas en total, perfectamente identificadas, así lo estaban también los regalos en la bolsa.
Casa uno, farol amarillo, tres niños, regalos amarillos. Casa dos, farol azul, dos niñas, regalos azules, y así el resto.
La regla era deslizarse por la ventana, que estaría abierta, una vez dentro de la casa, emitir desde el fondo del pecho, dos o tres risas santaclosteñas ¡Jo jo jo! dejarse entrever fugazmente y enseguida, una vez colocados los regalos a pie de árbol, poner pies en polvorosa.
-yo te voy a pedir nada más un beso Santa. Y allí, en aquella habitación estaba ella.
¿Y los niños?  Pregunté con toda inocencia…
A las diez y media de la mañana dejé al fin, la última casa. De los regalos, ni uno sólo fuera del bolso. Seis casas, seis ventanas abiertas, seis fantasmas a la espera, seis angustias mitigadas.
Una vez llegar a casa con el alma hecha trizas, el cuerpo sacrificado y el corazón estrujado, la voz de mi mujer.
-Cariño otro milagro, ahora te quieren allá mismo, la noche del cinco de enero, de rey mago.

©2018 by Oscar Mtz. Molina

lunes, 10 de diciembre de 2018

Navidad en Salto de agua


Fotografía de Salto de agua, 2014, de Oscar Mtz. Molina



Navidad en Salto de agua

I
Abrí los ojos justo cuando el tren bajó su velocidad. El silbato anunciaba que, en breve, se detendría. Tenosique a las seis o seis y media de la mañana. El chirrido de las llantas de metal, frenando. El penetrante olor a fierro y grasa, a fierro y mugre, a fierro y herrumbre. Los aislados gritos anunciando comida. Empanadas, café, pan, tacos de arroz y de huevo. La modorra apoderada de mí. Aún faltaban tres o cuatro horas para llegar a Salto de agua. Compré cuatro empanadas y un café. Regresé a mi asiento y dispuse en un santiamén de aquella comida. Suspiré pensando en la novia que esperaba por mí. En dos o tres tragos apuré el café. Mi lejanía del pueblo. Las tardes de soledad y hastío. La vida dando dolores de cabeza. Ocho meses fuera. Ocho largos meses fuera. Dormité en el trayecto. Alrededor de las diez de la mañana el tren cruzaba el puente del río Tulijá, algunos minutos después, descendí en la solitaria estación.
Diciembre y la pasmosa sensación de que todo está bien, de que todo está bendecido y que no hay nada que pueda hacer mal. Las casas y sus arreglos navideños, árboles cuajados de adornos. Nacimientos y pesebres. Olores y sabores a ponche y dulces, a pastel de frutos secos. A pavo horneado y a cerdo y a sándwiches salteños. Pan Wonder, pollo, mayonesa hecha en casa. El trago de güisqui que me ofrece mi hermano. El baño inmediato y el meticuloso arreglo, vestido de pantalones de mezclilla, camisa de algodón.
-¿A dónde con tanta prisa, hijo? La vocecita de mi madre.
A darle la sorpresa a la novia. Nunca le dije que vendría este año. Mamacita.
-Coño hijo ni duda cabe que pa’ pendejo no se estudia. Respondió mi mamá.
-La Carmenza, tu novia, se escapó a los dos meses de tu ausencia. Ahorita anda ya esperando cría. Agregó mi mamá.
Así es este asunto de las ausencias y las sorpresas, de los viajes en tren y las fiestas de diciembre, de los sándwiches salteños y los ponches, de los desvelos y los tacos de caviloso, y en particular así son los recuerdos y las nostalgias por el pueblo.

II
-Duerme tranquilo hijo, dice ahora mi mamá, (treinta o cuarenta años después de aquella mi tragedia) me encontré a la Carmenza hijo, bien jodida, enferma y muy vieja.
Hay mamacita, sólo lo dice usted para darme ánimos. Así son todas las madres.
-No hijo, bien que te lo digo ahora, esa no valía la pena.
Agacho la cabeza mientras le doy otra chupada al cigarro.
Y entonces mamacita, dígame usted cómo chingados le hago para dejar de sentir este dolor que, tengo atravesado en el pecho, desde aquel año y desde aquel día.


©2018 by Oscar Mtz. Molina

jueves, 6 de diciembre de 2018

Sirenas de río



Arnaldo, el angelito de doña Chepa, no pidió ser atado a una pequeña caja de madera y menos que lo soltaran río abajo. Sólo queríamos que oyera el canto de las sirenas, dijo el cabecilla de aquel grupo de adolescentes al ver pasar la camilla con el niño ahogado.

Imagen: "Ofrenda", JMOS.