Fotografía de Salto de agua, 2014, de Oscar Mtz. Molina
Navidad
en Salto de agua
I
Abrí
los ojos justo cuando el tren bajó su velocidad. El silbato anunciaba que, en
breve, se detendría. Tenosique a las seis o seis y media de la mañana. El
chirrido de las llantas de metal, frenando. El penetrante olor a fierro y
grasa, a fierro y mugre, a fierro y herrumbre. Los aislados gritos anunciando
comida. Empanadas, café, pan, tacos de arroz y de huevo. La modorra apoderada
de mí. Aún faltaban tres o cuatro horas para llegar a Salto de agua. Compré
cuatro empanadas y un café. Regresé a mi asiento y dispuse en un santiamén de
aquella comida. Suspiré pensando en la novia que esperaba por mí. En dos o tres
tragos apuré el café. Mi lejanía del pueblo. Las tardes de soledad y hastío. La
vida dando dolores de cabeza. Ocho meses fuera. Ocho largos meses fuera.
Dormité en el trayecto. Alrededor de las diez de la mañana el tren cruzaba el
puente del río Tulijá, algunos minutos después, descendí en la solitaria
estación.
Diciembre
y la pasmosa sensación de que todo está bien, de que todo está bendecido y que
no hay nada que pueda hacer mal. Las casas y sus arreglos navideños, árboles
cuajados de adornos. Nacimientos y pesebres. Olores y sabores a ponche y
dulces, a pastel de frutos secos. A pavo horneado y a cerdo y a sándwiches
salteños. Pan Wonder, pollo, mayonesa hecha en casa. El trago de güisqui que me
ofrece mi hermano. El baño inmediato y el meticuloso arreglo, vestido de
pantalones de mezclilla, camisa de algodón.
-¿A
dónde con tanta prisa, hijo? La vocecita de mi madre.
A
darle la sorpresa a la novia. Nunca le dije que vendría este año. Mamacita.
-Coño
hijo ni duda cabe que pa’ pendejo no se estudia. Respondió mi mamá.
-La
Carmenza, tu novia, se escapó a los dos meses de tu ausencia. Ahorita anda ya
esperando cría. Agregó mi mamá.
Así
es este asunto de las ausencias y las sorpresas, de los viajes en tren y las
fiestas de diciembre, de los sándwiches salteños y los ponches, de los desvelos
y los tacos de caviloso, y en particular así son los recuerdos y las nostalgias
por el pueblo.
II
-Duerme
tranquilo hijo, dice ahora mi mamá, (treinta o cuarenta años después de aquella
mi tragedia) me encontré a la Carmenza hijo, bien jodida, enferma y muy vieja.
Hay
mamacita, sólo lo dice usted para darme ánimos. Así son todas las madres.
-No
hijo, bien que te lo digo ahora, esa no valía la pena.
Agacho
la cabeza mientras le doy otra chupada al cigarro.
Y entonces
mamacita, dígame usted cómo chingados le hago para dejar de sentir este dolor
que, tengo atravesado en el pecho, desde aquel año y desde aquel día.
©2018
by Oscar Mtz. Molina
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