viernes, 22 de febrero de 2013

Abuso de confianza






Le ofrecí la mano y me tomó el sexo.




Imagen: Anaïs Nin (Francia, 21 de febrero de 1903 - Los Ángeles, 14 de enero 1977)



domingo, 10 de febrero de 2013

Servicio social: (6) Paráfrasis del diluvio



Para Vianey Rangel


¾¡Auxilio me ahogo! ¾se oyó un grito desgarrador en medio del torrencial diluvio que se abatía sobre la pequeña población de Donicá, quizá intentando borrarla de la faz de la Tierra. La energía eléctrica, para hacer más dramático el cuadro, aprovechando el pretexto de la lluvia, cerró los ojos y se fue al demonio de una vez por todas, dejando en total penumbra el universo circundante. “Al fin y al cabo ahí están los relámpagos de Dios. Que Él se haga cargo; yo me largo a la chingada” pensó, mientras recogía su entelerido cuerpo de entre los cables húmedos y chirriantes, y regresaba a Amealco a resguardarse.
Mientras tanto, al interior del Centro de Salud Rural para Población Dispersa de Donicá, el médico pasante en turno veía con temor cómo sus gritos de auxilio se extraviaban en el mare magnum, mientras hacía denodados esfuerzos por mantenerse a flotando sobre las agitadas aguas que habían terminado por convertido a la clínica en un océano tempestuoso. Con temor humano y creciente asombro, veía cómo a cada segundo miles de litros entraban al través del tamiz que tenía por techo, llevando a su cuerpo a una segura muerte por asfixia. Trató de respirar por uno de los cráteres abiertos en el techo, pero sus pulmones protestaron con un acceso de tos al ser golpeados por la marejada. “Solo será cuestión de unos segundos para que llegue la muerte”, pensó y trató de nadar y santiguarse al mismo tiempo. Sin embargo, en un esfuerzo suprahumano, guiado por la lucidez que produce la cercanía de la muerte, se sumergió en las profundas y lodosas aguas de su habitación; con manos temblorosas consiguió abrir la puerta y de tres brazadas cruzar el trecho que lo separaba de su consultorio y nadar hasta el cono que sobrepasaba el techo de la clínica. Fuera del agua, pudo respirar tranquilamente el viciado oxígeno que aún se conservaba intacto bajo el vértice del cono. Por un momento dio gracias a los arquitectos que diseñaron las clínicas IMSS-CONASUPO por haber diseñado aquel cono salvador. Y entre bocanada y bocanada, mientras el agua continuaba su ascenso irremediable y el oxígeno se volvía a cada segundo más escaso, buscó una sola fisura en la arista de cemento que se elevaba a centímetros sobre su cabeza; un agujero cualquiera que permitiera la entrada del vital elemento. Pero el destino había sido cruel esta vez: era precisamente ese sitio del techo el único que no tenía una sola gotera. ¡Un solo agujero para poder respirar!

26 julio 1989

Imagen tomada de la red.