Para Vianey Rangel
¾¡Auxilio me ahogo! ¾se oyó un grito desgarrador en medio
del torrencial diluvio que se abatía sobre la pequeña población de Donicá, quizá
intentando borrarla de la faz de la Tierra. La energía eléctrica, para hacer
más dramático el cuadro, aprovechando el pretexto de la lluvia, cerró los ojos
y se fue al demonio de una vez por todas, dejando en total penumbra el universo
circundante. “Al fin y al cabo ahí están los relámpagos de Dios. Que Él se haga
cargo; yo me largo a la chingada” pensó, mientras recogía su entelerido cuerpo
de entre los cables húmedos y chirriantes, y regresaba a Amealco a
resguardarse.
Mientras tanto, al interior del Centro
de Salud Rural para Población Dispersa de Donicá, el médico pasante en turno
veía con temor cómo sus gritos de auxilio se extraviaban en el mare magnum,
mientras hacía denodados esfuerzos por mantenerse a flotando sobre las agitadas
aguas que habían terminado por convertido a la clínica en un océano tempestuoso.
Con temor humano y creciente asombro, veía cómo a cada segundo miles de litros
entraban al través del tamiz que tenía por techo, llevando a su cuerpo a una
segura muerte por asfixia. Trató de respirar por uno de los cráteres abiertos
en el techo, pero sus pulmones protestaron con un acceso de tos al ser golpeados
por la marejada. “Solo será cuestión de unos segundos para que llegue la muerte”,
pensó y trató de nadar y santiguarse al mismo tiempo. Sin embargo, en un
esfuerzo suprahumano, guiado por la lucidez que produce la cercanía de la
muerte, se sumergió en las profundas y lodosas aguas de su habitación; con
manos temblorosas consiguió abrir la puerta y de tres brazadas cruzar el trecho
que lo separaba de su consultorio y nadar hasta el cono que sobrepasaba el techo
de la clínica. Fuera del agua, pudo respirar tranquilamente el viciado oxígeno
que aún se conservaba intacto bajo el vértice del cono. Por un momento dio
gracias a los arquitectos que diseñaron las clínicas IMSS-CONASUPO por haber
diseñado aquel cono salvador. Y entre bocanada y bocanada, mientras el agua
continuaba su ascenso irremediable y el oxígeno se volvía a cada segundo más
escaso, buscó una sola fisura en la arista de cemento que se elevaba a centímetros
sobre su cabeza; un agujero cualquiera que permitiera la entrada del vital
elemento. Pero el destino había sido cruel esta vez: era precisamente ese sitio
del techo el único que no tenía una sola gotera. ¡Un solo agujero para poder
respirar!
26 julio 1989
Imagen tomada de la red.
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