sábado, 3 de marzo de 2018

Sesenta años


Fotografía en quirófano, de Verónica Robles G.


¡Hijo! Levántate que se te hace tarde. Decía mamá.

Quién apagara el fuego de mi alma, quien apagara el sonido de mi voz, el taconeo de mis pasos ¡Quién podrá apagar las ansias de volar, volar, volar!

A las cinco de la mañana y a ponerse los pantalones y la camisa a toda prisa. Lavar la amodorrada cara, tomar el café con algún tazón de avena. Cepillar a toda prisa los dientes y el alma. La mañana fresca en Salto de agua. La única hora en que Salto, se ponía fresco, y después de esta hora, los calores rayando los vapores infaustos del infierno. Mis pasos rapiditos para llegar a tiempo a la escuela secundaria. El taconeo en aquel silencio y en aquellos solitarios senderos ¡Alguna anima en pena con rumbo al mercado! Mientras yo, en solitario andando, rumbo a la pequeña escuela. Mi padre apenas metiéndose a la regadera para ir también a su trabajo. Pescar en el Tulijá, aprender a nadar, refrescarme en sus aguas, dejar pasar el tiempo, el eterno sol al cenit. Voltear hacia el firmamento y descubrir la estrella fugaz, el lucero matutino, la cauda del cometa Kohoutek. Dentro de mi cabeza un mundo que gira y gira, voces con las que acompaño mi andar, conversaciones eternas. Sueños y sueños por andar. Risas al encontrarme hablando a solas, de nuevo. Historias que, he arrastrado, de tiempo en tiempo; eternas y puntuales como la vida misma. Saberme extraño y ajeno al resto. Historia que, me platico, como si mi otro yo viviese en paralelo. Salto de agua, el pueblo aquel en el valle del Tulijá, quedó prendido de alfileres en el corazón, y en la memoria.

Hey, Thats No Way To Say Goobye. Guitarra, voz y pensamiento Leonard Cohen

Quién apagara el fuego de mi alma, quien apagara el sonido de mi voz, el taconeo de mis pasos ¡Quién podrá apagar las ansias de volar, volar, volar!

Devoro libros, me cuento historias al paso y, en búsqueda constante, infinita, eterna, me acerco a la orilla de la madurez. Cirujano de las mil y las cinco mil, de los guantes manchados en sangre, de los largos y profundos silencios dentro de un quirófano, de la introspección y la vuelta al pasado. Las largas charlas conmigo mismo. La sonrisa, o la franca carcajada. Locuras a mi andar. Las madrugadas que se siguen colgando a mis espaldas. La música, mi música. El caminar por este mundo. La ciudad de México encristalada y de hierros retorcidos, polvo en las ventanas y en el quicio de las puertas. Olores a meados, y a suadero, a caño y, a cantinas de pueblo, a carnitas y a tamales, sabores varios, cerveza, champurrado, paletas de chongos zamoranos, agua de Jamaica y horchata ¡café! Eternamente mío.

Quién apagara el fuego de mi alma, quien apagara el sonido de mi voz, el taconeo de mis pasos ¡Quién podrá apagar las ansias de volar, volar, volar!

Madrugadas pariendo al unísono, sinsabores y letanías de angustia y dolor, y pariendo también alegrías sin ton ni son, explosivas, radiantes, meticulosamente paridas desde el otro yo. Desde aquel otro yo que se burla de mí y que, deja caer, gotas ácidas en mi camino ¡sólo! y sólo, por joderme la agonía y el llanto. Por arruinar mis penas, por dejar al paso el arrastre de cobijas y el arrastre de mis pies. Y repito, sólo por joder mi dolor. Sólo para no dejar que caigan lagrimas desde las cuencas de mis ojos, sólo para decirme, una y otra vez, que la vida, lo quiera o no, me ha sonreído quizás, sin yo saber. Sólo por joder.

Quién apagara el fuego de mi alma, quien apagara el sonido de mi voz, el taconeo de mis pasos ¡Quién podrá apagar las ansias de volar, volar, volar!

¡Puta y reputa madre! Silencio y soledad. En este caminar, en este rodar y rodar, acumulé amigos, parientes, conocidos, personas que, en un parpadeo, cruzaron un segundo sus pasos a los míos, a veces en una sola mirada que se cruzó con la mía, como diciéndome ansiosa el adiós, así sin más. La urgencia de alejarse de mí, de mis sueños, de mis insomnios, de mis eternas preguntas al universo. Porqué yo, porqué a mí, porqué, porqué, porqué. Las voces que siguen martillando mi cabeza desde dentro, ansiando salir y tomar el mando de mis asuntos. Mi mujer y su mirada tratando siempre de saber qué pasa dentro de este universo interno, mi hija y mi hijo siempre también, riendo de todas las locuras que, están siempre, a punto de pasar. Preguntándose sin duda lo que pueda venir enseguida. La ocurrencia, la inevitable explosión de mi risa. ¡Qué descompondrá ahora mi papá!  

Quién apagara el fuego de mi alma, quien apagara el sonido de mi voz, el taconeo de mis pasos ¡Quién podrá apagar las ansias de volar, volar, volar!

Sesenta años y sin poder sentar cabeza ¡puta y reputa madre! Me miro al espejo y el cabello aún oscuro y negro, con apenas unas cuantas canas en mi haber. Un largo camino por recorrer ¡Las dudas! Eternas dudas sin respuestas, desde que tengo razón.
Sesenta años y aún me atrevo a darle un vuelta de tuerca a mi camino.

Sesenta años y muchos libros por leer, muchas tardes por delante para amar a mi mujer, muchos cuentos por escribir, muchas alegrías para arrebatarle al tiempo, muchos caminos por ir conociendo, muchos sabores y olores nuevos por descubrir, muchas sonrisas en mis hijos por provocar. Muchos silencios y soledades por disfrutar.

¡Hijo! Levántate que se te hace tarde. Decía mamá.

Sesenta años y sigo levantándome de madrugada a hurgar en el universo, y muy en particular, en este universo dentro de mi cabeza para saber si ya tengo las respuestas, y no, todavía no están.

Quién apagara el fuego de mi alma, quien apagara el sonido de mi voz, el taconeo de mis pasos ¡Quién podrá apagar las ansias de volar, volar, volar!

Sesenta años y aún no he aprendido a dejar de soñar.

En breve comenzaré a escribir un tratado sobre mi otro yo o sobre el otro yo de todos los amigos, y conocidos, o sobre el otro yo de todo el universo, el universo paralelo donde habito. Que, a esta cabeza y a este cerebro, hay que darle tareas para que este quieto, para que no reviente, para que no haga pendejadas o no se meta en chingaderas.  

Sesenta años y apenas me conozco.
¡A penas!  

© 6 de marzo de 1958/2018 By Oscar Mtz. Molina