sábado, 15 de noviembre de 2014

La residencia (XXIII): Lavado bronquial


A la memoria del Dr. Francisco Fernando Girón Solórzano, expresidente de la Asociación de Médicos Escritores de Guatemala, amigo que gustaba de darse una vuelta por esta página.


El recién nacido nada sabía del Marqués de Sade o de Dante y La Divina Comedia, pues a pesar de hablarse de libertad de expresión y otras estupideces, éstas eran lecturas prohibidas en las bibliotecas celestiales. Pero, como buen humano y poseedor de ese instinto previsor de los malos tratos y los infortunios, si aquellos no hubieran existido, seguramente él los habría creado. "Desde luego, de contar con unos cuantos días más de vida", se decía al ver que el pediatra agregaba otro centímetro de solución fisiológica a su cánula endotraqueal y la pesada mano de la enfermera, armada con un monstruoso ambú, impulsaba el líquido dentro de sus pulmones. Las oleadas descendían furiosamente, arrastrando a su paso peñascos de moco. Una sensación de ahogo y explosión inevitables se apoderaban del neonato a cada segundo.
Ahora hay que aspirar escuchaba decir a una voz lejana, como la de la misma muerte, y cuando el agua amenazaba con terminar su ahogamiento, el mar se iba alejando, aspirado por una fuerza suprema. La vida volvía lastimosamente al convulso cuerpo, para principiar nuevamente dos, tres, cuatro veces... cuantas veces fuera necesario.
Los cantos de Maldoror de Lautréamont habrían sido un buen principio...