martes, 27 de noviembre de 2018

Respecto de las inconveniencias de escribir un diario (visión de un jubilado)


Autorretrato con sello, Noviembre, 2018. CdMx



El día quince del mes pasado finalmente firmaron mi boleta de jubilación. Agarré una buena borrachera, para celebrar.
Al día siguiente, con la cruda. Dijo mi mujer:
-No era para menos, ya te lo merecías, viejo.
Al paso de los días me fui acomodando a mi nuevo estatus. Prolongaba mi estar en cama hasta las nueve de la mañana, veía tele hasta altas horas de la noche, platicaba con los vecinos, por las noches acompañaba a mi mujer al súper. Tres semanas me duró el gusto, de repente volví a abrir los ojos puntual, a las cinco de la mañana, tal y como lo había hecho toda mi vida. Vueltas y vueltas daba yo, dentro de casa. Para esas horas mi mujer ya se había ido a su trabajo. Después de cinco o seis días con tales angustias, me animé.
-Vieja, por más que quiero, no me hallo.
Era sábado, día de su descanso.
Mi mujer guardó prudente silencio y siguió tomando su café. No dijo nada.
Alrededor de las once de la mañana volvió a casa, le brillaban sus ojos. De entre las bolsas del mandado sacó una gruesa libreta de pasta dura y extendiéndomela dijo.
-Escribe tu diario. Y además de la libreta me dio un par de relucientes bolígrafos.
Pensé en esos momentos, uno escribe un diario cuando está en la primaria, o en la secundaria, pero a estas alturas. Y en diciendo esto me acordé de la vez que mi madre, para evitar tanto encierro en el baño, llegó también con libreta y pluma, y me dijo, - “mejor ocupa tu manita en otra cosa hijo, se te va a secar el cerebro, escribe un diario”
Nunca le hice caso, pero esta vez a mi mujer, sí. Considerando las largas horas del día que pasaba en soledad.

Querido diario… Tachado
Amigo diario… Tachado
Día uno…Desperté a las cinco, acompañé a mi mujer con su café, después salí a caminar por los alrededores… Tachado

6 de agosto
He ido caminando poco a poco más alejado de la casa, hasta ahora sé, por donde viven las personas con las que me topaba todos los días, rumbo a la chamba.

8 de agosto
Desayuné huevos revueltos, jugo de naranja, etc. etc.

11 de agosto
Hoy, y después de muchos años, en mis caminatas reconocí la casa de Otilia, aquella modista con la que, se enemistó mi mujer, por unos malos arreglos.

6 de septiembre
Siete de la mañana, el café con Gumaro, ya se arma la chorcha, el corredero de quienes van al trabajo.

8 de septiembre
Caminata, desayuno, encuentros, conocidos, etc. etc.

13 de octubre
Después del desayuno salí a dar una vuelta por la vecindad, saludé a dos o tres vecinos y platicamos. Andando en esas pasó junto a nosotros la señora Otilia y su hija, la güera. Una vez que se alejaron, murmuramos
-qué guapa la güera. Dijimos en coro
-embarneció con el matrimonio, dijo uno
-mejoró con el divorcio. Dijo otro
¿Divorciada? Pregunté

18 de noviembre.
La señora Otilia y la güera tienen muy bien armada su rutina, son muy puntuales para salir de casa y pasar entre los jardines, por donde casualmente, yo ando. Siempre tan amables. Saludan y enseguida corren para tomar su transporte. Yo sigo pensando que, a la güera, los pantalones le sientan mejor que las faldas.

26 de noviembre.
Dejé muchos días sin escribir nada, vueltas daba mi cabeza. Ya no tan sólo me hago presente por las mañanas para cruzar mi paso con la güera sino que también mis ansias, me llevaron a buscarlas por las tardes. Tan gentil Otilia, tan coqueta, la güera. Pura risa son, madre e hija.

11 de diciembre
Ya deplanamente me ofrecí para acercarlas al metro. Otilia por supuesto que se las huele, pero ni modo. La güera se sienta adelante. Ya trae más faldas que pantalones. Es un suplicio manejar así, con un ojo al gato y otro al garabato.

22 de diciembre
Mi mujer me preguntó que cómo va mi diario.
-Va, le respondí con un dejo de desgano.
Qué chinga si lo lee, pensé entre mí. Justo hasta ese instante me cayó el pinche veinte.

7 de enero
Resultó su cumple de la güera ¡Puta! Y ahora qué haré… Tachado

23 de enero
A Otilia no se lo pude ocultar más, la güera y yo nos hicimos amantes, le dije. El beneficio de la pensión ayudará en algo a sus condiciones. Mi mujer todo el día fuera, trabajando.

14 de febrero
Esta mañana le comenté a mi mujer que había perdido la libreta que me regaló y al decirle eso, agaché triste la cabeza.
-Me dio tanta pena, le dije.
Y procedí a enseñarle lo que iba escribiendo, en una nueva.

Día uno de mi diario (14 de febrero)
En punto de las cinco de la mañana mi gorda y yo nos despertamos dejando luego, luego la cama. Mientras ella se bañaba, yo le preparé su café y su pan tostado con mermelada…y mantequilla.
¡Qué lindo! dijo ella. Escribes con mucha sencillez e inocencia. Poco a poco irás soltando la mano. Agregó. 



©2018 by Oscar Mtz. Molina

sábado, 24 de noviembre de 2018

Eterno circulo, sueño, oscuridad, muerte


Fotografía, Oscar Mtz. Molina. Querétaro Mex. 2018



¡Desperté en la madrugada! sudoroso y con palpitaciones, la angustia atravesada en mi alma. Hacía tanto tiempo que no llegaban esos sueños, tantos años sin recordarla. Seguro, ustedes también habrán pasado por estos sueños, visitas de nuestros muertos. Amigos que partieron dejando dentro de nosotros un inmenso vacío. Vi que el reloj marcaba las tres con veinticuatro y enseguida dispuse que lo mejor, sería preparar un café y lo hice. Leí ligeramente con la intención de alejar aquella imagen de mi cabeza, era inútil, entre uno y otro cambio de página, de nuevo ella. Terminé por darle fin a la lectura y encarar las reminiscencias de aquel sueño. Eran los años de la prepa, el ir y venir en tren de Mérida al pueblo. Caminar bajo el calor tropical a altas horas de la noche. Escuchar la música de Santana. Cómo se llamaba aquel álbum. Abraxas. Qué maravilla de ritmo y guitarra. Las lecturas que llenaban horas y horas ¿Te acuerdas de nuestras disertaciones en torno al hombre y sus voluntades, Nietzsche? Que buenas eran tus peroratas, más aún tus ansias con los cigarrillos. ¡Dios! Qué manera de hilar pitillo tras pitillo. Llegaste muy temprano a la incandescencia de tu cuerpo. ¿Cuántos años tenías? Dieciséis a lo mucho, los mismos que yo en ese entonces. Dieciséis y mira de qué modo fumábamos y con qué ansias devoramos libro tras libro, poema tras poema. Recuerdas aquel verso de Sabines que decía “Tu cuerpo está a mi lado / fácil, dulce, callado. / Tu cabeza en mi pecho se arrepiente / con los ojos cerrados / y yo te miro y fumo / y acaricio tu pelo enamorado”. Siempre terminábamos las lecturas con ese verso mientras nos íbamos desnudando, y mientras ibas hundiéndote en ese silencio que devoraba cualquier otro silencio de la noche. Adoraba verte desnuda, adoraba la blancura de tu espalda y de tus muslos y de tu cara. Para ese momento, Santana había dado paso a los acordes de Chet Baker y su trompeta. ¿Recuerdas la portada del disco? Charlie con camisa negra y el rostro en extremo adelgazado, las ojeras pronunciadas, el efecto de las drogas en aquella mirada. Lo adoro, decías, mientras me abrazabas. Ya sabía bien que en esos breves instantes, tus fantasías marchaban con Baker. Qué manía la nuestra de caminar, después del amor, por las solitarias calles de Mérida. De recaer en los puestos de comida del parque Santa Ana. El solo de Chet Baker aún resonando en nuestras conciencias. Tu sonrisa apenas. La luz desprendiéndose de tus ojos. Tu voz apagada. Toda tú, metida hasta el fondo de mi alma, enredada en mis huesos, hundida en cada milésima de micra de cada una de mis células. Tus manos se cocían de un modo distinto, eran las otras maneras de comunicarte con la vida, exploraban y hablabas con ellas. Sabías golpear con todas tus fuerzas y sabías también acariciar con maestría. Manos que tentaban induciendo al pecado. Manos que enloquecían mi vida.

En éste sueño no vinieron tus manos, ni tus cabellos, ni tu sonrisa, tan sólo vino a mí, tu rostro inerte, tu silenciada boca y tus ojos cerrados. El gran vacío en mi corazón, al saberte muerta. La creencia que todos tenemos es que, soñar con nuestros muertos, son pequeñas alegrías que se dan las almas para dejar el cielo y hacernos una visita. Para mí, son pequeñas torturas por seguir estando vivo ¿Recuerdas cómo viniste a mí? Estábamos comenzando el segundo año de prepa, yo leía y tú sin más quisiste saber qué libro era ¡Madame Bovary! Y venias a mi lado para ir siguiendo mi lectura. Junto a mí, tu cuerpo maravillosamente apretujado, cómo recordé en aquellos años tú barbilla sobre mi hombro, tu respiración acompasada con la mía, tus risas ante algún chispazo en la novela o en alguna ocurrencia mía. Tu abrazo a mi cuello y tus besos en esa cercanía entrambos. Siempre creí que presentías tu muerte y por eso, quisiste beberte de un sorbo, la vida. En aquellas andanzas la ciudad nos acogió escondiéndonos, alejando miradas, nos hizo incógnitos. Y la caminamos cada tarde y cada madrugada, haciendo de nosotros, jóvenes amantes. Nos embriagamos con los libros y con los cigarros y las cervezas, y enloquecimos amándonos. Tu despertar y mi despertar incendiaron cuerpo y alma, rayando en la locura. Vivimos cada instante como si fuera el último. Y repasé tu cuerpo con toda la novatez de la que fui posible, y enredaste mi corazón y mi alma con todas las ansias, que quisiste. Y ahora, después de tantos años, en el ocaso de mi vida, te asomas en este sueño. Aquel día te esperaba como siempre en la prepa, la noticia del accidente, algunos pormenores, el automóvil, tu hermano ileso y tu irremediablemente callada. El silencio y el abismo de la muerte. Una daga partiendo mi corazón en mil pedazos. Por qué tenías que ser tú y no tu hermano. Por qué se ensañó dios, eligiéndote. Por qué. Por qué. 
La escena revivió dentro de mí durante mucho tiempo. El camposanto colorido de flores, decenas de amigos. Los de tu escuela primaria y secundaria, y por supuesto los de la prepa. Yo hasta adelante, siguiendo cada vuelta que daba el féretro. Allí dentro va ella, me repetí muchas veces. Tendrá miedo al encierro, ella tan libre. Tendrá pavor al silencio, ella tan amante de la música. Chet Baker tendría que seguir tocando para ella, su trompeta. Las plegarias y los rezos, el llanto y la tristeza. La última petición de adiós. Yo de pie junto al féretro, y justa la indicación de mostrar tu rostro a través de la ventanilla. Por eso en mi sueño no vi tus manos, ni tus hombros, ni tus pechos, sólo tu rostro. Parecía que estabas dormida, los ojos cerrados, la nariz cuidadosamente arreglada, los labios ligeramente entreabiertos. Parecía que estabas dormida igual que en mi sueño.

Alma eras de mi alma, enredada en cada paso que di, en cada libro y en cada cigarrillo y en cada entrega apasionada, después cadáver que con los años, te volviste ilusión, pesar, dolor, resignación, polvo ¡nada! Tal vez al final de todo esto, soñar con quienes han partido sea justo, como dice la gente, una visita de las ánimas, la alegría que el cielo da a nuestros muertos, un día, una noche, un sueño, un ¿cómo estás? Y un ¿aún me recuerdas?
Y cierro los ojos, y bebo otra taza de café, y doy una aspirada profunda a mi cigarro, y de nuevo veo tu sonrisa y tus labios, y tu cuerpo desnudo y tus manos, y repito tu nombre en silencio.

©2018 by Oscar Mtz. Molina