sábado, 24 de noviembre de 2018

Eterno circulo, sueño, oscuridad, muerte


Fotografía, Oscar Mtz. Molina. Querétaro Mex. 2018



¡Desperté en la madrugada! sudoroso y con palpitaciones, la angustia atravesada en mi alma. Hacía tanto tiempo que no llegaban esos sueños, tantos años sin recordarla. Seguro, ustedes también habrán pasado por estos sueños, visitas de nuestros muertos. Amigos que partieron dejando dentro de nosotros un inmenso vacío. Vi que el reloj marcaba las tres con veinticuatro y enseguida dispuse que lo mejor, sería preparar un café y lo hice. Leí ligeramente con la intención de alejar aquella imagen de mi cabeza, era inútil, entre uno y otro cambio de página, de nuevo ella. Terminé por darle fin a la lectura y encarar las reminiscencias de aquel sueño. Eran los años de la prepa, el ir y venir en tren de Mérida al pueblo. Caminar bajo el calor tropical a altas horas de la noche. Escuchar la música de Santana. Cómo se llamaba aquel álbum. Abraxas. Qué maravilla de ritmo y guitarra. Las lecturas que llenaban horas y horas ¿Te acuerdas de nuestras disertaciones en torno al hombre y sus voluntades, Nietzsche? Que buenas eran tus peroratas, más aún tus ansias con los cigarrillos. ¡Dios! Qué manera de hilar pitillo tras pitillo. Llegaste muy temprano a la incandescencia de tu cuerpo. ¿Cuántos años tenías? Dieciséis a lo mucho, los mismos que yo en ese entonces. Dieciséis y mira de qué modo fumábamos y con qué ansias devoramos libro tras libro, poema tras poema. Recuerdas aquel verso de Sabines que decía “Tu cuerpo está a mi lado / fácil, dulce, callado. / Tu cabeza en mi pecho se arrepiente / con los ojos cerrados / y yo te miro y fumo / y acaricio tu pelo enamorado”. Siempre terminábamos las lecturas con ese verso mientras nos íbamos desnudando, y mientras ibas hundiéndote en ese silencio que devoraba cualquier otro silencio de la noche. Adoraba verte desnuda, adoraba la blancura de tu espalda y de tus muslos y de tu cara. Para ese momento, Santana había dado paso a los acordes de Chet Baker y su trompeta. ¿Recuerdas la portada del disco? Charlie con camisa negra y el rostro en extremo adelgazado, las ojeras pronunciadas, el efecto de las drogas en aquella mirada. Lo adoro, decías, mientras me abrazabas. Ya sabía bien que en esos breves instantes, tus fantasías marchaban con Baker. Qué manía la nuestra de caminar, después del amor, por las solitarias calles de Mérida. De recaer en los puestos de comida del parque Santa Ana. El solo de Chet Baker aún resonando en nuestras conciencias. Tu sonrisa apenas. La luz desprendiéndose de tus ojos. Tu voz apagada. Toda tú, metida hasta el fondo de mi alma, enredada en mis huesos, hundida en cada milésima de micra de cada una de mis células. Tus manos se cocían de un modo distinto, eran las otras maneras de comunicarte con la vida, exploraban y hablabas con ellas. Sabías golpear con todas tus fuerzas y sabías también acariciar con maestría. Manos que tentaban induciendo al pecado. Manos que enloquecían mi vida.

En éste sueño no vinieron tus manos, ni tus cabellos, ni tu sonrisa, tan sólo vino a mí, tu rostro inerte, tu silenciada boca y tus ojos cerrados. El gran vacío en mi corazón, al saberte muerta. La creencia que todos tenemos es que, soñar con nuestros muertos, son pequeñas alegrías que se dan las almas para dejar el cielo y hacernos una visita. Para mí, son pequeñas torturas por seguir estando vivo ¿Recuerdas cómo viniste a mí? Estábamos comenzando el segundo año de prepa, yo leía y tú sin más quisiste saber qué libro era ¡Madame Bovary! Y venias a mi lado para ir siguiendo mi lectura. Junto a mí, tu cuerpo maravillosamente apretujado, cómo recordé en aquellos años tú barbilla sobre mi hombro, tu respiración acompasada con la mía, tus risas ante algún chispazo en la novela o en alguna ocurrencia mía. Tu abrazo a mi cuello y tus besos en esa cercanía entrambos. Siempre creí que presentías tu muerte y por eso, quisiste beberte de un sorbo, la vida. En aquellas andanzas la ciudad nos acogió escondiéndonos, alejando miradas, nos hizo incógnitos. Y la caminamos cada tarde y cada madrugada, haciendo de nosotros, jóvenes amantes. Nos embriagamos con los libros y con los cigarros y las cervezas, y enloquecimos amándonos. Tu despertar y mi despertar incendiaron cuerpo y alma, rayando en la locura. Vivimos cada instante como si fuera el último. Y repasé tu cuerpo con toda la novatez de la que fui posible, y enredaste mi corazón y mi alma con todas las ansias, que quisiste. Y ahora, después de tantos años, en el ocaso de mi vida, te asomas en este sueño. Aquel día te esperaba como siempre en la prepa, la noticia del accidente, algunos pormenores, el automóvil, tu hermano ileso y tu irremediablemente callada. El silencio y el abismo de la muerte. Una daga partiendo mi corazón en mil pedazos. Por qué tenías que ser tú y no tu hermano. Por qué se ensañó dios, eligiéndote. Por qué. Por qué. 
La escena revivió dentro de mí durante mucho tiempo. El camposanto colorido de flores, decenas de amigos. Los de tu escuela primaria y secundaria, y por supuesto los de la prepa. Yo hasta adelante, siguiendo cada vuelta que daba el féretro. Allí dentro va ella, me repetí muchas veces. Tendrá miedo al encierro, ella tan libre. Tendrá pavor al silencio, ella tan amante de la música. Chet Baker tendría que seguir tocando para ella, su trompeta. Las plegarias y los rezos, el llanto y la tristeza. La última petición de adiós. Yo de pie junto al féretro, y justa la indicación de mostrar tu rostro a través de la ventanilla. Por eso en mi sueño no vi tus manos, ni tus hombros, ni tus pechos, sólo tu rostro. Parecía que estabas dormida, los ojos cerrados, la nariz cuidadosamente arreglada, los labios ligeramente entreabiertos. Parecía que estabas dormida igual que en mi sueño.

Alma eras de mi alma, enredada en cada paso que di, en cada libro y en cada cigarrillo y en cada entrega apasionada, después cadáver que con los años, te volviste ilusión, pesar, dolor, resignación, polvo ¡nada! Tal vez al final de todo esto, soñar con quienes han partido sea justo, como dice la gente, una visita de las ánimas, la alegría que el cielo da a nuestros muertos, un día, una noche, un sueño, un ¿cómo estás? Y un ¿aún me recuerdas?
Y cierro los ojos, y bebo otra taza de café, y doy una aspirada profunda a mi cigarro, y de nuevo veo tu sonrisa y tus labios, y tu cuerpo desnudo y tus manos, y repito tu nombre en silencio.

©2018 by Oscar Mtz. Molina

1 comentario:

Paco Zambrano dijo...

Mi querido Oscar,una remembranza dolorosa hecha arte.