Fotografía, Oscar Mtz. Molina. Querétaro Mex. 2018
¡Desperté en la madrugada! sudoroso y
con palpitaciones, la angustia atravesada en mi alma. Hacía tanto tiempo que no
llegaban esos sueños, tantos años sin recordarla. Seguro, ustedes también
habrán pasado por estos sueños, visitas de nuestros muertos. Amigos que
partieron dejando dentro de nosotros un inmenso vacío. Vi que el reloj marcaba
las tres con veinticuatro y enseguida dispuse que lo mejor, sería preparar un
café y lo hice. Leí ligeramente con la intención de alejar aquella imagen de mi
cabeza, era inútil, entre uno y otro cambio de página, de nuevo ella. Terminé
por darle fin a la lectura y encarar las reminiscencias de aquel sueño. Eran
los años de la prepa, el ir y venir en tren de Mérida al pueblo. Caminar bajo
el calor tropical a altas horas de la noche. Escuchar la música de Santana.
Cómo se llamaba aquel álbum. Abraxas. Qué maravilla de ritmo y guitarra. Las
lecturas que llenaban horas y horas ¿Te acuerdas de nuestras disertaciones en
torno al hombre y sus voluntades, Nietzsche? Que buenas eran tus peroratas, más
aún tus ansias con los cigarrillos. ¡Dios! Qué manera de hilar pitillo tras
pitillo. Llegaste muy temprano a la incandescencia de tu cuerpo. ¿Cuántos años
tenías? Dieciséis a lo mucho, los mismos que yo en ese entonces. Dieciséis y
mira de qué modo fumábamos y con qué ansias devoramos libro tras libro, poema
tras poema. Recuerdas aquel verso de Sabines que decía “Tu cuerpo está a mi lado / fácil, dulce, callado. / Tu cabeza en mi
pecho se arrepiente / con los ojos cerrados / y yo te miro y fumo / y acaricio
tu pelo enamorado”. Siempre terminábamos las lecturas con ese verso
mientras nos íbamos desnudando, y mientras ibas hundiéndote en ese silencio que
devoraba cualquier otro silencio de la noche. Adoraba verte desnuda, adoraba la
blancura de tu espalda y de tus muslos y de tu cara. Para ese momento, Santana
había dado paso a los acordes de Chet Baker y su trompeta. ¿Recuerdas la portada
del disco? Charlie con camisa negra y el rostro en extremo adelgazado, las
ojeras pronunciadas, el efecto de las drogas en aquella mirada. Lo adoro,
decías, mientras me abrazabas. Ya sabía bien que en esos breves instantes, tus
fantasías marchaban con Baker. Qué manía la nuestra de caminar, después del
amor, por las solitarias calles de Mérida. De recaer en los puestos de comida
del parque Santa Ana. El solo de Chet Baker aún resonando en nuestras
conciencias. Tu sonrisa apenas. La luz desprendiéndose de tus ojos. Tu voz
apagada. Toda tú, metida hasta el fondo de mi alma, enredada en mis huesos,
hundida en cada milésima de micra de cada una de mis células. Tus manos se
cocían de un modo distinto, eran las otras maneras de comunicarte con la vida,
exploraban y hablabas con ellas. Sabías golpear con todas tus fuerzas y sabías
también acariciar con maestría. Manos que tentaban induciendo al pecado. Manos
que enloquecían mi vida.
En éste sueño no vinieron tus manos, ni
tus cabellos, ni tu sonrisa, tan sólo vino a mí, tu rostro inerte, tu
silenciada boca y tus ojos cerrados. El gran vacío en mi corazón, al saberte
muerta. La creencia que todos tenemos es que, soñar con nuestros muertos, son
pequeñas alegrías que se dan las almas para dejar el cielo y hacernos una
visita. Para mí, son pequeñas torturas por seguir estando vivo ¿Recuerdas cómo
viniste a mí? Estábamos comenzando el segundo año de prepa, yo leía y tú sin
más quisiste saber qué libro era ¡Madame Bovary! Y venias a mi lado para ir
siguiendo mi lectura. Junto a mí, tu cuerpo maravillosamente apretujado, cómo
recordé en aquellos años tú barbilla sobre mi hombro, tu respiración acompasada
con la mía, tus risas ante algún chispazo en la novela o en alguna ocurrencia mía.
Tu abrazo a mi cuello y tus besos en esa cercanía entrambos. Siempre creí que
presentías tu muerte y por eso, quisiste beberte de un sorbo, la vida. En
aquellas andanzas la ciudad nos acogió escondiéndonos, alejando miradas, nos
hizo incógnitos. Y la caminamos cada tarde y cada madrugada, haciendo de
nosotros, jóvenes amantes. Nos embriagamos con los libros y con los cigarros y
las cervezas, y enloquecimos amándonos. Tu despertar y mi despertar incendiaron
cuerpo y alma, rayando en la locura. Vivimos cada instante como si fuera el
último. Y repasé tu cuerpo con toda la novatez de la que fui posible, y
enredaste mi corazón y mi alma con todas las ansias, que quisiste. Y ahora,
después de tantos años, en el ocaso de mi vida, te asomas en este sueño. Aquel
día te esperaba como siempre en la prepa, la noticia del accidente, algunos
pormenores, el automóvil, tu hermano ileso y tu irremediablemente callada. El
silencio y el abismo de la muerte. Una daga partiendo mi corazón en mil pedazos.
Por qué tenías que ser tú y no tu hermano. Por qué se ensañó dios, eligiéndote.
Por qué. Por qué.
La escena revivió dentro de mí durante
mucho tiempo. El camposanto colorido de flores, decenas de amigos. Los de tu
escuela primaria y secundaria, y por supuesto los de la prepa. Yo hasta
adelante, siguiendo cada vuelta que daba el féretro. Allí dentro va ella, me
repetí muchas veces. Tendrá miedo al encierro, ella tan libre. Tendrá pavor al
silencio, ella tan amante de la música. Chet Baker tendría que seguir tocando
para ella, su trompeta. Las plegarias y los rezos, el llanto y la tristeza. La
última petición de adiós. Yo de pie junto al féretro, y justa la indicación de
mostrar tu rostro a través de la ventanilla. Por eso en mi sueño no vi tus
manos, ni tus hombros, ni tus pechos, sólo tu rostro. Parecía que estabas
dormida, los ojos cerrados, la nariz cuidadosamente arreglada, los labios ligeramente
entreabiertos. Parecía que estabas dormida igual que en mi sueño.
Alma eras de mi alma, enredada en cada
paso que di, en cada libro y en cada cigarrillo y en cada entrega apasionada,
después cadáver que con los años, te volviste ilusión, pesar, dolor,
resignación, polvo ¡nada! Tal vez al final de todo esto, soñar con quienes han
partido sea justo, como dice la gente, una visita de las ánimas, la alegría que
el cielo da a nuestros muertos, un día, una noche, un sueño, un ¿cómo estás? Y
un ¿aún me recuerdas?
Y cierro los ojos, y bebo otra taza de
café, y doy una aspirada profunda a mi cigarro, y de nuevo veo tu sonrisa y tus
labios, y tu cuerpo desnudo y tus manos, y repito tu nombre en silencio.
©2018 by
Oscar Mtz. Molina
1 comentario:
Mi querido Oscar,una remembranza dolorosa hecha arte.
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