miércoles, 17 de octubre de 2018

Llantos, gemidos y pujidos


Autorretrato Berriozábal 2018


A las once y media de la noche asumí que, la guardia en aquel pabellón de obstetricia del hospital general, lo único que podía seguir trayendo, serían niños, muchos de ellos, y cansancio, también mucho.  Habíamos recibido la guardia a las ocho de la noche, yo y dos internos más, una residente de medicina familiar y una doctora residente de ginecología, y aquello no sonaba nada halagüeño, en proceso de expulsión tres parturientas, en espera de expulsión en cualquier momento, ocho más y de agregado, todo lo que fuese llegando, de tal modo que a estas horas, el asunto pintaba para muy caótico. Abandoné aquel griterío confuso, de primerizas y primerizos, las unas desgañitadas por los dolores y los otros azuzándolas para expulsar a los niños. Inimaginable e inexplicable el olor a sangre, mezclado con líquido amniótico y salpicado de meconio y orines. Abandoné aquella sala cansado y sudoroso de haber atendido mis dos primeros partos.  Tomé mi taza de café en la que, por lo menos, había tres o cuatro cargas para expresso, y en aquellos gloriosos ayeres, el infaltable cigarro Marlboro, caminé por los pasillos del hospital, jamás lo había negado, ni lo negué después, ese asunto de atender parturientas no era ni lo fue nunca, lo mío. Me senté en cualquier banco que hallé en aquel pasillo, lejos de aquellos gritos y en particular de aquellos olores, ingratos. Daba largas aspiradas al cigarro entre trago y trago de café. Apenas entrecerré los ojos para poder disfrutar la gloria del silencio, y de pronto llegó hasta mi el lamento quedo y el llanto sutil. Recuerdo haber dado una larga aspirada al cigarro, y un largo trago al café, como para aguzar aún más el oído. Entonces llegó a mí con nitidez y claridad el quejido. Venía desde la puerta del baño al público. Empuje la puerta y al hacerlo golpee contra alguien, encendí las luces y allí estaba ella. Una joven primeriza en trabajo de parto, recostada en el suelo. No sé qué se diga en estos casos pero seguro lo que yo exclamé fue un ¡coño que carajos pasa! Lo que pasó enseguida fue una desenfrenada serie de sucesos. Me arrodillé para saber primero cómo iba la cosa, y resultó que la cosa iba de la chingada, los muslos abiertos de aquella mujer me dejaron ver una cabeza prácticamente fuera, un charco de líquido amniótico, mojando mis zapatos. Dejé a un lado el cigarro y a mano limpia trataba de detener la continuación de la expulsión sosteniendo con cuidado la cabeza del niño. La mujer gritaba y pujaba haciendo caso omiso a mi petición de que ya no pujara. Comencé entonces a gritar pidiendo auxilio. ¡Aquí, aquí! ¡Vengan, vengan! ¡Ayuda coño! La soledad entre gritos y pujidos. La mujer siguió haciendo caso omiso a mi pedido. Déjeme hacerlo dije entonces y cogí con una mano la cabeza del niño, y con la otra mano, fui poco a poco sosteniendo y al mismo tiempo jalando hasta lograr la plenitud del alumbramiento. Esperé algunos momentos y obtuve la placenta. Abracé contra mi pecho niño y placenta y como Dios me dio a entender me incorporé, no sin antes decirle a la madre que enseguida volveríamos por ella. Debió haber sido espectacular mi reingreso a la sala de obstetricia porque se detuvo toda actividad habida en esos momentos, las parturientas dejaron de gritar, por suerte, también de pujar. Los médicos y las enfermeras dejaron de hacer lo que estuvieran haciendo. Alguien tomó al niño que tenía yo en brazos y que, para entonces, se convirtió en el único que gritaba y lloraba. Otros más corrieron hacía la puerta por la que había yo entrado. Detrás de ellos alguien con una camilla siguiéndolos.

Volví a la sala alrededor de las dos de la mañana, después de un baño y del obligado cambio de ropa. Me hallé frente al subdirector médico de la noche que había asumido el control de daño, la madre y el niño del evento se hallaban cuidadosamente atendidas en un cubículo aislado. Me ofrecieron una taza de café y rechacé algún bocadillo, en vez de eso acepté gustoso otro cigarro.

-querrás descansar después de todo esto. Dijo el Subdirector.

Igual y rotar mejor por cirugía general o por cardiología. Respondí

Dos o tres días después, en la guardia, me hallaba literalmente, rodeado de fumadores y tomadores de café a las dos de la mañana, haciendo ingresos y descifrando electrocardiogramas.

¡Sólo por no dejar! me asomaba de vez en vez a escuchar llantos, gemidos y pujidos en la sala de obstetricia.

© 2018 By Oscar Mtz. Molina       

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