Fotografía tomada de Internet. The dirthiest Santa´s
Bajé
los escalones que me separaban de la banqueta y sin prisa, tomé el bolso de
lona, echándomelo al hombro. Caminé por aquella solitaria callejuela,
soportando el viento helado que, a esas altas horas de la noche, calaba hondo.
La
necesidad me había hecho aceptar la tarea. Tenía que ir vestido de Santa Claus,
así iba, y debía llevar en el enorme bolso de lona, los juguetes que me
entregaron. Así estaba todo, bolso y regalos.
El
tren me dejó en la estación y ahora caminaba al caserío. Seis casas en total,
perfectamente identificadas, así lo estaban también los regalos en la bolsa.
Casa
uno, farol amarillo, tres niños, regalos amarillos. Casa dos, farol azul, dos
niñas, regalos azules, y así el resto.
La
regla era deslizarse por la ventana, que estaría abierta, una vez dentro de la
casa, emitir desde el fondo del pecho, dos o tres risas santaclosteñas ¡Jo jo
jo! dejarse entrever fugazmente y enseguida, una vez colocados los regalos a
pie de árbol, poner pies en polvorosa.
-yo
te voy a pedir nada más un beso Santa. Y allí, en aquella habitación estaba
ella.
¿Y
los niños? Pregunté con toda inocencia…
A
las diez y media de la mañana dejé al fin, la última casa. De los regalos, ni
uno sólo fuera del bolso. Seis casas, seis ventanas abiertas, seis fantasmas a
la espera, seis angustias mitigadas.
Una
vez llegar a casa con el alma hecha trizas, el cuerpo sacrificado y el corazón
estrujado, la voz de mi mujer.
-Cariño
otro milagro, ahora te quieren allá mismo, la noche del cinco de enero, de rey
mago.
©2018 by Oscar Mtz. Molina
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