Todos llegan por el
mismo camino. El frío oscuro de lo desconocido fue la señal para que se levantara
precipitadamente del asiento, corriera trastabillando por el pasillo congestionado
del autobús y, sin aplastar ni un pollo, alcanzara la puerta justo en la parada
del pueblo.
¾¡Bajan
en Donicá! ¾grita un
joven flaco, a pesar de que tres pasajeros descendían tranquilamente.
Allí estaba a media
mañana, detenido en el tiempo a orillas de una carretera, sin saber para dónde
caminar, buscando desesperadamente las siglas salvadoras: “S.S.A.” Secretaría
de Salubridad y Asistencia.
¾Perdone... ¾se dirige a una de
las mujeres que acababan de descender del autobús. La mujer señala un camino de
tierra roja; luego le ofreció una sonrisa de topo tímido.
―Allí
donde se ven aquellos árboles y la antena. Ahí está la clínica que busca.
El mapa
del Estado de Querétaro que consultó debió estar equivocado. Según aquel, la
clínica se encontraba al pie de la carretera Temascalcingo-Amealco. Se sintió
decepcionado.
A sus
recién cumplidos veinticuatro años, el médico pasante en servicio social de
Donicá, se echó a caminar cuesta bajo por la carretera roja. No está convencido
que ese camino lo lleve al que será su hogar por el próximo año. Camina
arrastrando los pies, la mochila le pesa, siente bajo los tenis las piedras
granulosas de la recién mantenida carretera. Se llamaba José Manuel y es
originario de Jerécuaro, Gto., pero en esta historia prefiere no ser nadie. Apenas
ha caminado cien metros y la angustia lo invade, se decepciona sin saber por
qué. Quizá porque el camino rojo parece no terminar, perdido entre curvas y
arboledas. A pesar de ser mediodía, un frío intransigente cala, maltrata. La
distancia se prolonga más allá del río, entre otra curva y más árboles.
¾Perdone... ¿la
clínica? ¾la mujer,
indiscutiblemente otomí, por su indumentaria, apenas si presta atención al
estúpido joven que se cruza en su camino. Y sigue su marcha precipitadamente.
¾¡Chinga tu madre! ¾musita casi en
silencio, invadido por una oleada de furor. Quisiera gritarle que ¿acaso no
sabía que él era el nuevo médico pasante de la comunidad?, que ya tendría
necesidad de consultarlo y entonces vería, hija de su pinche madre. Pero no fue
solo el furor lo que le invadió: éste llegó y desapareció como si no nunca
hubiera existido, como una simple oleada intempestiva que invade, pero que se disipa
al poco tiempo. Y nuevamente, en su reciente llegada, se sintió solo y vacío;
incomprendido. Solo y su alma; desahuciado, con la necesidad de abrir aún más
los ojos y comprender el medio que lo rodea. Con ganas de despertar del sueño
apenas iniciado y saber que no era este el sitio al que lo habían asignado por
un año.
Al salir
de la curva, ochocientos metros adelante, apareció el cono rojo característico
de las bodegas Conasupo, supo que ahí, por todos los demonios, estaba la
clínica, entre pinos temblorosos, agitados tempestuosamente por la brisa emanada
de la presa Santiago Mexquititlán.
Y por
primera vez, en los diez minutos que llevaba en la comunidad de Donicá, tuvo un
instante de calma.
Imagen tomada de la
red.
1 comentario:
El inicio, la puerta, ese limite que nos ayudará a mirar al pueblo con intimidad... te sigo... un abrazo
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