Al personal académico del H.G.Z. no.
27, Tlatelolco.
A QUIEN CORRESPONDA,
A QUIEN QUIERA CORRESPONDER:
Quizás sólo sea el sentimiento de un
año más que se acumula junto al número de años que lo precedieron; es tal vez el
simbolismo que caracteriza a la fecha en que esto se escribe, que me dejo
arrastrar por el sentimentalismo televisivo que las posadas, la Navidad y otras colaciones
se encargan anualmente de meter entre los ojos, haciendo brotar de cada ser la melancolía, los buenos deseos, el
intercambio de regalos y la más sublime y sincera de las hipocresías. O es
quizás, simplemente, que se apodera de mí un cercano y remoto deseo de que un
ventrudo, barbado y blanquirrojo Santaclaus o tres desempleados Reyes Magos se
acuerden de mi existencia al momento de cruzar por una de las muchas tardes
citadinas, frente a un atractivo y sonriente escaparate de alguna conocida
tienda de autoservicio. Aunque me apene decirlo: aprovecho este momento para
volver al camino de los arrepentidos.
Es así,
compañeros, compañeras, que me atrevo a contrariarlos ¾después de haberlo hecho cotidianamente
durante doce meses¾ y pedir en esta hora... que todos los sentimientos hostiles
que la barbarie citadina y los impulsos hospitalarios hicieron brotar del
laberinto de sus silenciosas cuerdas bucales, se congelen en su origen
ficticio; en una de esas tantas mañanas, tardes, noches frigoríficas que la
ciudad nos brinda en ocasiones. Y si acaso las intenciones fueran un mustio
silencio adormilado y se hallaran enclavadas, arraigadas dolorosamente en la
fragilidad más dolorosa de nuestras susceptibilidades: como una astilla
infecta, como un fragmento de vidrio puntiagudo, como una rebaba de oxidado
acero, y teniendo aún de nuestro lado la conocida disculpa: “No contamos con técnico de rayos X”...
¡Compañeros... qué no importe! Seamos valientes: soportemos la hinchazón
aplicando un pedazo de hielo y demos a nuestro herido espíritu una carga de
antibióticos (“peni-genta”) y dejemos
que un día cualquiera el absceso arroje fuera de nosotros la infección que nos
carcome.
Compañeros:
¡Que nada importe! A final de cuentas, para cerrar heridas de cara o manos
siempre contaremos con una seda del número 0 (negra, resistente, dispuesta a
aprisionar en su limbo a esta carne). Aunque sabemos que la infección puede
encontrarse en el alma, en un laberinto psiquiátrico, en otra oscuridad más negra
que te mira las entrañas con risa sardónica, con ojos de estupidez y salada
venganza; que te mira desde su inusitado enanismo que la hace superior a sus
fuerzas, siempre fiera, dispuesta a herir por la espalda, a dejar caer su
fuerza de pluma atómica sobre un número decisivo, como si fuera la espada de
Damocles. Porque le gusta perseguirte en el silencio, mandarte mensajes
telepáticos de por vida para saciar su miserable insignificancia; porque se
siente poderoso, porque le das la oportunidad obligada de perseguirte
imaginariamente por el recinto cuadrado de tu cuerpo. La infección entra por
los ojos y muchas veces se esconde debajo de la lengua, martiriza las espaldas
y te restriega el pelo con la perversidad de acariciar una muñeca.
Sin embargo, si una bofetada, un
trancazo, una patada han buscado abrigo en nuestro cuerpo... que no importe; si
te han puesto morada ya la otra mejilla... aplícale fomentos de agua tibia; si
se ha abierto en tu cuerpo una gran solución de continuidad... cúbrela con tus
manos y llévate a un servicio de Urgencias, ya que con una buena restregada de isodine la limpiarás de bichos; si
tienes un ojo de cotorra... no importa; una 4-30-8
para Ofatalmología... que te duele el vientre... 4-30-8 para Gastroenterologìa... que te duele más abajo... 4-30-8 para Urología...
Compañeros, compañeras, inválidos,
tísicos, cancerosos: aprendamos a olvidar y demos a estos seres llamados profesores
(de este hospital) un cordial abrazo de despedida, esperando no volver a verlos
jamás.
Carta leída el 29 de diciembre de 1988
en la despedida de los médicos internos de pregrado del H.G.Z. no. 27,
Tlatelolco.
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