Probablemente a estas alturas del año mi gato favorito ya ha
muerto víctima del hambre o devorado por sus terribles pulgas. O quizás haya corrido con mejor suerte y tras sortear la muerte en este momento deambule por las casas de su obligada comunidad mendigando ya
no posada, sino un trozo de carne corrompida o un tazón de leche bronca. O en
el peor de los casos, hurgue a escondidas en las sucias cocinas y lama los
platos o cualquier superficie con olor a comida. Cualquiera que haya sido su
destino, le deseo a mi gato desde aquí lo mejor, y quiero decirle con el
corazón palpitando todavía entre mis costillas que no he olvidado la antigua
promesa de volver un día por él. Es cierto que en un momento de emocional
arranque prometí que sería al término de uno, dos, tres o cuatro meses, y que,
llegada la oportunidad, de ninguna manera le reprocharía su vicio de infestarse
de pulgas. Que le aceptaría con todas sus desfachateces: su mal hábito de
cagarse dentro de las habitaciones, subirse a la mesa y devorar los restos de
comida como si yo no le sirviera la suya. Y desde luego, para remarcar el dicho
de que “sucede hasta en las mejores familias” sería bienvenida con su posible
embarazo (porque Azul es hembra, y a
pesar de su corta edad, es algo despierta...).
A pesar de la distancia que nos separa —y lo ingrato de nuestros destinos—,
retomo la añeja promesa que le hice, y purificado por el espíritu navideño, y
el deseo de ser aliviado de los pecados viejos, y anhelando la contrición a que
nos obliga el año nuevo o las pascuas, ya no me acuerdo, me propongo de todo
corazón volver a la polvorosa y fría comunidad de Donicá, del municipio de
Amealco, Querétaro a buscar el rastro de la única e inconfundible Azul. Es más, echando mano de mis
credenciales religiosas y mi espíritu infantil, será el punto número uno a tocar
en mi próxima carta a los Reyes Magos, ¡lo juro!
Primer deseo
Queridos Reyes Magos:
Como su fiel seguidor desde que tengo
uso de razón, me considero con la confianza suficiente para pedirles deseos que
quizás nada tengan que ver con aquellos que año con año solicitan las multitudes
de chiquillos terrenales. Pero no se sorprendan ni se angustien, que no se
trata de perversiones o deseos exóticos. No tengo el mínimo interés en viajar
por el espacio exterior en un medio diferente a los convencionales, tampoco quiero
que me presten sus monturas para apantallar a mis cuates.
Por eso, si el conflicto del Golfo
Pérsico les permite guiarse en el desierto a través de únicamente una estrella
(y no extraviarse con la penetrante luz de los misiles norteamericanos o
iraquíes), me gustaría que se dieran una vuelta por los lugares por donde
deambulé el año pasado; que vayan una noche a la casa de doña Mary y, sin hacer
ruido para no despertar el cansado sueño de Lobo,
pasen a la cocina o busquen sobre el tapanco del portal a mi querida gata Azul. No se alarmen, hasta hace un año
no había más gato en esa casa que el mío. Por otro lado, sus señas particulares
son inconfundibles (aunque dudo que ustedes lleguen a necesitar de peritos
dibujantes de la Procuraduría): es negra, ojos amarillos; al caminar posee el
garbo de los gatos de buena clase (su madre era una siamesa caída en
desgracia); su rabo es tres cuartos el normal, gracias a una tara genética que
las generaciones no han sido capaces de diluir. Pero... creo que a ustedes no
hay por qué darles tantas explicaciones, pues por algo son reyes y además,
magos. Sin hablar de la gracia divina a la que sirven desde hace siglos. Así
pues, queridos Reyes Magos, quiero que me traigan a Azul, o que de menos le lleven un ramo de flores a su alma,
independientemente del antro de vicio en que se encuentre, si ya murió, y que
le hagan saber que continúa en mi mente la promesa de volver por ella algún
día. Sigue vigente su recuerdo. Gracias.
Segundo deseo
Queridos Reyes Magos:
Después de portarme bien durante todo
el año, considero que no es abuso de confianza pedir un segundo deseo. Por lo
demás, reconozco que ustedes son tres y que mi actuación durante el año que
termina fue buena, por tanto bien merece un triple obsequio. Por lo que me
concretaré a pedir los deseos y para no provocar conflicto en la relación de
amistad entre ustedes, que han durado 1990 años, dejo a su buena democracia la
elección de quién me trae qué cosa. Así no muestro preferencia o partidismo por
ninguno.
Queridos Reyes Magos: no deseo que me
traigan juguetes, porque la verdad, no dispongo de mucho tiempo para jugar, y
en segundo lugar, porque mis primos y sobrinos pueden aprovecharse de mi
ausencia para hacer uso indiscriminado de ellos. ¡Los conozco desde niños a los
cabrones! Esto en verdad no me molesta, pero me enfurezco cuando alguien daña
lo que es mío. Pero, sobre todo, me encabrona que después, queriendo saber qué
fue lo que ocurrió, pregunte: ¿Quién hijos de la chingada agarró mis cosas?
Silencio; el puto silencio que en lugar de tranquilizar lo pone a uno más de
malas. Luego vienen los trancazos, las mentadas de madre, los desgreños y las
enemistades que tanto daño hacen a la gente. Luego, lo que fuera un regalo
celestial se convierte en el pretexto o la justificación para que caiga un veto
a los deseos (o el incumplimiento de ellos) para el próximo año. Pero por si
acaso traen entre sus curiosidades algo de fayuca, les encargo unos buenos
cassettes, o si no es un atentado a sus posibilidades, acepto de buena manera
un stereo con compat disc. Y prometo prestárselo a mis primos y hasta a mis vecinos
(para que vean que no soy díscolo; prometo subir el volumen hasta el 7 para que
la música se escuche dos pisos arriba y dos pisos abajo, y en los dos pisos de
enfrente y en los de al lado). Gracias. Me portaré bien los tres días que
sobran del año, para que no haya quejas o pretextos para que ustedes, como es
su costumbre, incumplan.
Tercer deseo
Queridos y amados Reyes Magos:
Quizá la petición de tres deseos les
parezca un chiste de mala madre (como los que se le piden siempre a los genios:
tres deseos...), pero les aseguro que en mi mente no hay ninguna idea oscura.
¡Todo surgió entre la inocencia y el ambiente decembrino! ¿Les confío un
secreto? Por más reacio que yo sea, siempre hay algo de este mes y de
principios del próximo año que se cuela entre mis poros... pero no es
precisamente el ponche, los aguinaldos, las piñatas ni los regalos de Navidad,
el fin de año, los reyes o un cumpleños. No, es el espíritu de la Navidad que
anda flotando en todas partes; que sale tanto de la radio después de anunciar
muebles, ropa, vinos, comida; que te grita desde el lado opuesto de la acera:
ven, cabrón, ven aquí adentro todo está de poca madre, ya no sigas caminando,
no te canses inútilmente, no hagas andar más cuadras a tu abuela, no desgastes
los zapatos que con tanto trabajo te compró tu santa madre. Y por la noche,
cuando el tedio te abruma y el cansancio te corrompe, te ofrece una deliciosa
bebida, invitándote a refrescarte...y a reflexionar...
Este es el espíritu que me envuelve,
queridos Reyes Magos... y es precisamente esta reflexión la que me hace
solicitar otro deseo. Pero lo hago en voz baja, casi en silencio.... ¿acaso
porque que el frío de estos días me ha provocado laringitis? No, no es el caso.
¿O es que alguna vez fui esclavo y mi amo me cortó la lengua? No, nada de eso.
Ni jamás delaté a nadie, puedo asegurarlo, ustedes mejor que nadie lo saben, Reyes
Magos. ¿Acaso miento? No, tampoco.
Pero mi deseo será en voz baja, ¿está
bien?
(Bajo la voz —del
pensamiento—, veo a todos lados: nadie me espía.
Estoy solo y mi alma.)
Reyes Magos: deseo que a algunos hijos
de la chingada (cuyos nombres no menciono por razones políticas) no les traigan
nada. Porque, simplemente, y a pesar de lo que ellos puedan escribir en sus
cartas, no se han portado bien, y eso ustedes lo saben mejor que nadie. ¿Cómo
podría yo engañarlos? ¿Qué buscaría con eso? Nada, pues ya externé dos deseos,
y además desaprovecharía un tercero, que podría ser transformado materialmente
(claro, previa decisión de ustedes), ¡en fin!, sólo deseo que ustedes hagan
conciencia y por un instante se liberen de su espíritu benefactor y se vuelvan
críticos, que sean estrictos. Quien merece, merece; los demás, a la chingada.
No pido que les vaya mal, pero si los atropella un carro, o se les cae un bote
de pintura en la cabeza, o les dicen que se ha extraviado su quincena, no me
disgustaría en absoluto. Sabría que ustedes se embarcaron en una causa noble, y
esto provocaría en mí una admiración todavía mayor hacia sus personas. ¡Reyes
échenle ganas; tengo puestas en ustedes todas mis esperanzas! Gracias. Nos
vemos el día 6 de enero.
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