Minutos antes de que
abra la noche hay un catálogo de sepias. Las nubes obesas y lentas procuran
inminencia. El sol aún hierve, tiembla y deja en el aire una respiración
comatosa. A los lados del río hay un mantel de piedras. El perfil de los montes
se oculta y es que el añil de la tierra se amontona cubriendo sus ramas.
El río corre dando
golpes y revuelca remolinos. Bajo el chapoteo del agua, anima el canto
intermitente de las ranas. La noche se da por instantes al silencio y al sopor
le crecen olores de flores trituradas. Nada perturba, los gusanos dejan de roer
y el sopor, el silencio y las sepias se tensan cuando el monte pare el silbido
profundo de la serpiente. El sol ha muerto.
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