viernes, 4 de octubre de 2013

La residencia: (IV) Historia de la misma vaca


Algunas fábulas hacen mención de la famosa piara de Epicuro, exaltándola como ejemplo al ocio y a la buena vida. Hace no muchos años, el escritor Augusto Monterroso tuvo a bien llevar más lejos su historia: o sea, hasta la casi inmortalidad del maldito puerco, que para desdicha de sus detractores, nunca fue sacrificado y terminó sus días en una cama de hospital, víctima de un infarto al miocardio, aterosclerótico e hipertenso es más, hay quien afirma que también era diabético.
Pero esta historia (la que yo cuento) no sucedió en la piara de Epicuro (según Esopo o Monterroso), sino en los corrales de un conocido hospital de la ciudad de León, Guanajuato, cuyo nombre no pronuncio por recatado temor a represalias. La vaca, culta como todas las de su especie, no teniendo en qué ocupar su tiempo libre, aprovechaba la sobremesa para repasar lecturas grecolatinas. Pero su temor no era menos cada mañana al ver aparecer al maestro de cocina (sonrisa pícara y descuidada, como todos los engendros de su especie), que vertía en su comedero verde y fresca alfalfa, empapada de rocío. “Llegará el día en que este maldito...” filosofaba la bestia, y veía como su cabeza (ojos pelones, lengua de fuera) rodaba por el piso, inmersa en un mar de sangre. Pero luego, pasado el susto, sumergida en la despreocupación y el valemadrismo burocráticos, prendía el televisión, escuchaba música pop y visitaba con regularidad la alhacena: “Sólo como entremés, en lo que llega la hora de la comida...”.
En otras ocasiones en el colmo de la pedantería o la familiaridad, la vaca gustaba de asomarse al comedor a disfrutar del espectáculo de médicos y enfermeras solazándose en un alimento más propio de sus congéneres rumiantes que de la peor ralea humana.
¿No es desagradable? vociferaban, rumiaban, eructaban, tragaban las papas, los chayotes, las calabazas, los chiles, los ejotes, las cebollas, los ...

Finalmente, para no hacer más larga esta historia, considerando que la vaca había venido a formar parte del servicio de dietología (como mascota intocable), ésta nunca fue sacrificada: falleció en un accidente automovilístico en la carretera León - Lagos de Moreno, un noche lluviosa, mientras se corría una parranda con sus cuates de Archivo Clínico. Según los periódicos de la región, el automóvil en que viajaba el personal del ISSSTE perdió el control y volcó al alcanzar en un cuadril a un buey que cruzaba la carretera en estado de ebriedad.

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