lunes, 30 de mayo de 2011

Una historia psiquiátrica (VI)


El closet era una casa más de las típicas de la zona, sin anuncios ni señalamientos que hicieran pensar en el giro negro que era. Sólo el valet parking que recibió el coche y la fama que precedía al lugar levantaban suspicacias entre los vecinos.
            ―Tenemos cita ―anunció Alberto.
            ―Déjalos pasar, son los doctores ―dijo una voz de mujer desde adentro.
            Pasamos a una sala de estar amplia y acogedora; nada que ver con la idea que teníamos de un prostíbulo de película mexicana. Quizás la pequeña cantina en un costado y el barman que la atendía eran lo más cercano. La mujer de la voz, materializada en la escalera, vino al encuentro de Alberto, que la recibió con un abrazo y un beso en la mejilla.
―Como te había dicho, son los doctores que vienen de la Secretaría ―comenzó Alberto en ese tono circunspecto que le conocíamos también; uno a unos nos fue presentando por nuestro nombre y grado médico recientemente adquirido.
            ―Tomen asiento y pidan una copa, doctores, ahoritita bajan las muchachas.

Tras el éxito médico obtenido en El closet, no cabíamos de admiración por Alberto. Como especialistas, cada quien realizó el interrogatorio y exploración de su área. Cardiólogo prematuro, puse en práctica las enseñanzas del doctor Ventrículo: semiología inquisitiva, exploración visual y táctil indagatoria, percusión precisa del área ―marcando externamente la silueta cardiaca con la ayuda de un plumín azul― y auscultación a fondo de los ruidos cardiacos de la hermosa y sonriente joven, a quien mis dedos causaban cosquillas. Jesús, otorrinolaringólogo-oftalmólogo, se abocó a la cabeza y el cuello; Alejandro, gastroenterólogo, hizo del abdomen su vasto campo de estudio; Eric, ortopedista, realizó un análisis concienzudo de las cuatro extremidades, haciendo hincapié en la perfección de las dos inferiores; y finalmente Alberto, que había sido el cerebro detrás de aquel fraudulento montaje, desempeñó digna y profesionalmente su papel de ginecólogo, pidiendo intimidad para su paciente.

Imagen tomada de la red.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Todavía me estoy riendo de solo imaginarme el montaje... un abrazo

josé manuel ortiz soto dijo...

Mis cuates de la prepa (todos mayores que yo) un día me "secuestraron" y me llevaron a un antro en el Callejón de la Libertad. Era un sitio terrible y deprimente, que me inspiró para escribir mi obra de teatro "El retorno de Ulises o El cajón". Mi segunda visita a un prostíbulo, fue el Closet, que estaba en la colonia Roma y era un sitio de lujo. Nunca supe si nos creyeron lo de ser médicos, pero muy profesionalmente hicimos nuestra historia clínica. Desconozco si Alberto debió pagar la entrevista, pero fue una de las muchas locuras que hice con mis cuates durante la carrera.

Un abrazo.