El primer contacto con la patología de Alberto lo tuvimos una tarde en la zona de aulas del Hospital General de México. Mientras algunos nos sumergíamos en una plática de drogas y rock and roll, Alberto nos observaba como quien contempla a un grupo de principiantes estúpidos. Finalmente se decidió a hablar.
¾Un día en Acapulco me encontré medio kilo de marihuana. Me alcanzó para varios días. ¡Fueron los más pachecos de mi vida!
El comentario no sorprendió a nadie. A estas alturas del siglo el hallazgo de una virgen o de un joven no adicto, sí eran hechos publicables. Ser pacheco era algo que a nadie le importaba; sí te arponeabas, eras chemo o le entraras al ácido, podías considerarte la persona más normal de la creación. El comentario habría pasado desapercibido si no hubiera sido porque Alberto se empeñó en volver a la historia. Así fue que ante nosotros desfilaron personajes de telenovela y judiciales de carne y hueso; narcotraficantes insospechados y cachondas prostitutas. Refirió también un gusto inusitado por la piromanía, la caza mayor de sirvientas desnudas con rifles de diábolos. Ejemplificó su narración xenofóbica con insultos a un anciano enfermo, al que acusó de ser un abuelo desnaturalizado y debió dar ejemplar castigo arrancando el último mechón de pelo de su calva.
¾¡Para que se purifique el hijo de la chingada! ¾y arrojó al piso el ficticio crespón de pelo inerte.
Compadecidos por su mitomanía, decidimos jugarle una broma.
¾Ya que estamos en confianza ¾comentó Alejandro, bajando la voz¾. ¿Por qué no nos damos un toque? En el coche traigo un cigarro. Acapulco Golden; pelirroja pura, cabrón.
Alberto sonrió complacido ante la invitación.
¾Lástima que no traes un guato ¾Agregó, Eric ¾. Un churro apenas alcanza para él.
Eric y Alejandro se dirigieron al estacionamiento del Hospital.
¾Nos vemos en el baño de las aulas ¾propusieron―. Para hacerlo con más discreción.
Imagen de Raquela: En lo alto.
1 comentario:
Ya me quedé picado.
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