Una brizna fría y grisácea salpica la tarde parisina. Al otro lado del río, tras un manto de bruma, el contorno de la catedral de Notre Dame con sus gárgolas y quimeras al acecho. Antonieta apresura el paso; falta poco para que comience la celebración vespertina y el lugar se llene de visitantes que, sin la convicción del verdadero creyente, anden por ahí al acecho del mejor souvenir. Lejos de su patria, de su hijo y de aquellos que la quieren, no puede arrancar de su pecho el sentimiento de vacío que la invade. Como siempre le sucede con los hombres de quienes se enamora, otra vez será ella la que cargue con un amor que la desborde. Pero no más, no más, murmura.
Arrodillada en el reclinatorio, Antonieta acaricia el revólver propiedad de su amante. Incapaz de sentir nada por nadie que no sea él mismo, esta noche, cuando el comisario de Policía se presente en su casa, José Vasconcelos echará de menos el arma, y pensará en ella.
4 comentarios:
Me encanta!
Bravo, José Manuel!!!
Muy buena! Vasconcelos traía un trauma con su madre que hasta cierto punto no podía dejarle amar plenamente a otras mujeres...a veces así es el amor...nos orilla a hacer muchas locuras...
Dí con tu blog. Saludos desde Barcelona. Un saludo. Pásate por el mío si te apetece.
http://isabel-hoyvoyaescribir.blogspot.com/
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