—Oye bien borrico: es tiempo de que asistas a la escuela, ya que un animal que no sabe leer ni escribir es bestia sin provecho.
El pollino rebuznó contrariado, pues veía en el comienzo de las clases el final de sus largas correrías por los campos, donde comandaba una manada de inquietos y flojos borricos como él. Trató de convencer a su progenitor de lo inadecuado del estudio para un asno, asegurando que ni el mejor maestro normalista sería capaz de recortar con enseñanzas un sólo milímetro a sus enormes orejas, símbolo indiscutible de la pesadez de cerebro que caracteriza a su raza.
—¡Jijo, jijoooooooo! —estalló el padre furioso, consciente de que no existe réplica que valga cuando se trata algo tan serio como el porvenir de un hijo—. Las orejas no las despuntará maestro alguno, desdichado animal, pero no es lo mismo ser burro de recua que va por la vida con el lomo pelado, que burro respetable de un bufete jurídico.
Y a punta de coces condujo al chiquillo hasta el colegio.
Con el devenir de los años, aquel joven borrico que no quería estudiar llegó a ser magistrado de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Imagen de Francisco de Goya: Asta su abuelo.
3 comentarios:
Y para continuar con un tema relacionado con los tocados por gremlin y Pedraza -en este caso la educación-, aquí dejo esta fábula, que espero no hiera susceptibilidades.
Jejejeje... sin comentarios alusivos a nadie. Buena mini, José Manuel.
Gremlin, nada es personal. Pobres de los burros tan señalados.
Un abrazo.
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