martes, 9 de noviembre de 2010

Todos somos Gulliver. La minificción, parte o todo.


Ahí está la obra de arte, producto no de generación espontánea sino de un ente creativo. Las circunstancias que la originaron son propias de cada artista y nada tienen que ver con un público que accede o no a ella. Sin embargo, vasto o precario, el sustento cultural e intelectual del receptor jugará un papel preponderante en su comprensión o interpretación, asimilación o rechazo.
Para quienes carecemos de formación musical resulta irrelevante si Beethoven fue el último clásico o el primer romántico, o si la primera sinfonía de Brahms es la décima del Gran Sordo de Bonn. Si, por el contrario, somos de aquellos que a los primeros acordes caen rendidos por el sueño… ¿nuestros bostezos demeritan su genio creativo? Tal vez sí en nuestra realidad, pero no en la del artista y su obra (y mucho menos en la de sus fervientes seguidores).

Insomnio de Ludwing van Beethoven*

Despierto soy un genio, dormido sólo un sordo.

El tedio que quizás nos provoque al escuchar a un par de eruditos de Vincent van Gogh discernir sobre por qué sus obras han sido valuadas en millones de dólares, nada tiene que ver con el rostro adusto de ese hombre pelirrojo y desorejado capaz de exaltar nuestras emociones, convocar en sus espectadores sensaciones que, aunque técnicamente inexplicables, nos conmueven. Nada sabemos de óleos, técnicas mixtas, trazos, perspectiva, combinación de colores o proyección de luz… y menos nos preocupa si la obra fue el resultado de los brochazos disparatados de un tipo con problemas visuales o psiquiátricos, o de un genio al que no alcanzamos a vislumbrar.

Insomnio de Vincent van Gogh*

―Gauguin, puta, mal amigo: aún me sobra completa la otra oreja.

Desde luego, seguro habrá quien prefiera a Rafael, Botticelli, El Greco… “porque se ven más bonitos”, y estará en todo su derecho de satisfacerse en ellos.
Podría tratar de recurrir a mi formación como médico para hallar explicación a mi insomnio y medicarme, y si no resulta ya habrá oportunidad de sacar cita con el psicólogo o el psiquiatra (Insomnio de Sigmund Freud: Sólo duermo intranquilo en el lecho de mi madre.*). Sin embargo, como cualquier mortal hijo de vecino –culto o inculto, salvaje o domesticado- todos en algún momento hemos sabido lo que es batallar con el sueño, dar vueltas en la cama y no tener ni la maldita de lo que pasa. Aquellos que nos gusta escribir, nos levantamos, tomamos papel y lápiz e intentamos redactar nerdades:

Insomnio del escritor*

Si me duermo, nunca escribo… y entonces ya no existo.

(O como dijera mi querida amiga Ángelica Moreno, médico anestesiólogo, mujer de vastos conocimientos: “El insomnio se disfruta con luna llena, vodka y un buen libro”*).

Por eso, a la luz del insomnio, y jugueteando con el insomnio de algunos personajes que también debieron padecerlo, termino por decir que “No hay nada nuevo bajo el cielo”, que “La materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma”, según Antoine Lavoisier; que la obra artística –la minificción no tiene por qué ser la excepción- forma parte de un todo u obra mayor, como los humanos lo somos del gran reino animal. Pero ojo, así será porque las condiciones del lector (culturales, sociales, intelectuales, económicas y las que se le quieran agregar) se lo permiten; entre aquél más sepa, mayor será el universo en el que juegue su imaginación. Cuando por falta de conocimientos o preparación, o simplemente por falta de interés, la obra no pueda crecer, será apenas un satélite –pero un todo en pequeño-, un elemento que sirva para conformar su microcosmos. Bien dicen que “Nada teme el que nada sabe”. Por eso, dependiendo de las circunstancias en que nos encontremos como lectores de minificciones, todos somos Gulliver.

Pero no olvidemos que, a toda esta diatriba, el autor sólo se ríe… y sigue creando.

Insomnio de Milan Kundera*

La vida –que está en otra parte- sólo es una broma en la insoportable levedad del ser.

(*) Tomados de José Manuel Ortiz Soto, A veces hay otros caminos, Insomnios.

El presente texto participó en La Bitácora de la Marina de Ficticia en el mes de mayo, donde fue seleccionado por la escritora venezolana Violeta Roja. Fue publicado en la revista Ficción Mínima del mes de junio 2010.

Imagen tomada de la red.

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