Realizó sus estudios en un seminario franciscano en la ciudad de Celaya y Querétaro. Siendo apenas un chiquillo dirigía ya la revista del colegio, donde escribía artículos y poemas; y en ausencia del director del coro, no dudaba en tomar la batuta y guiar a sus compañeros. Allí aprendió latín, francés e inglés, así como a ejecutar un poco el piano y el acordeón. Dada su capacidad intelectual y académica, en el ámbito monástico se hacían planes para que, en el futuro, continuara su preparación en el Vaticano. Pero Carmelo ―como era conocido― tenía sus propios proyectos y antes del término del noviciado anunció a sus superiores su intención de no renovar sus votos y decir adiós a la vida eclesiástica. En represalia, fue “degradado” a realizar trabajos “indignos” hasta el término del año académico. Sin embargo, lo más terrible fue volver al mundo sin certificado de estudios de secundaria y preparatoria. Se inscribió como alumno en la única escuela secundaria del pueblo, pero impartía clases de inglés. Trabajó un tiempo como agente del ministerio público, pero no estaba dispuesto a pasar el resto de su vida en una oficina como burócrata; se armó de valor y, en compañía de algunos amigos y del poco dinero ahorrado, se vino a la Ciudad de México a continuar su preparación. Sin cartas de recomendación, sin conocer a nadie, traspasó la seguridad del Banco Nacional de México y se metió hasta las oficinas de un alto ejecutivos quien, tras comprobar que el joven ante él no buscaba otra cosa que un empleo, llamó severamente la atención a su jefe de vigilancia y ofreció al desconocido un puesto en el departamento de contabilidad. (Aún sonríe al recordar la anécdota.) Como si trabajar y estudiar no fuera suficiente, se dio espacio para comandar a un grupo de jóvenes aventureros (Estudiantes Jerecuarenses Unidos, EJU) para crear un periódico cultural que repartían anónimamente en su pueblo natal. Ingresó a la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México, donde obtuvo uno de los promedios más altos de su generación. Durante este tiempo y por muchos años, conformó con varios miembros de la familia Soto Carrillo un grupo (“El clan”) encargado de becar a los mejores estudiantes dentro de la familia para que siguieran sus estudios en la Capital. Al terminar la licenciatura se casó con Clemencia Hernández ―su novia de siempre―, y se especializó en Gastroenterología en el Centro Médico Nacional del IMSS. Le fue ofrecida una beca para seguir su especialización en Estados Unidos, pero el amor por sus dos hijas, entonces muy pequeñas, y sus “becarios”, lo hicieron rechazarla. Decidió regresar a Jerécuaro, Guanajuato y dedicarse a la práctica médica privada. Desde entonces han pasado aproximadamente 32 años…
Tío: échale ganas, tu esposa Clemencia; tus hijos Pat, Aidi, Gabriel, Citlali y Alejandra; tus nietos; tus hijos adoptivos (sobrinos) y hermanos, esperamos tu recuperación. Yo no puedo dejar pasar la oportunidad de agradecerte los dos poemas que me dedicaste, luego de más de cuarenta años de haber abandonado la poesía; te esperamos, aún hay muchas cosas por platicar,
Manolo.
5 comentarios:
El siempre aportando algo a los demás.
El que se nos adelante, es quitarle esperanzas de vida a mucha gente.
Tiene más cosas por hacer aquí, que aya arriba.
Se que mi tío es fuerte y se va a recuperar.
Un beso tío Manuel!
Manuel, que decir, cualquier cosa es poco.
Abrazo
Excelente semblanza, y mucho más grande su vida, que es un ejemplo de perseverancia y de amor a la cultura y el arte y la bondad... Adelante... un abrazo Rub
Ale, Rosío, Dr. García: gracias por sus comentarios. Si debiera dar un calificativo para mi tío sería: una persona buena.
Un abrazo para él y para ustedes.
Una persona notable, sobre todo le agradezco que me dió un buen amigo en su hijo.
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