—Viera que güena me ha salido la Juanita, casi nunca se enferma y con nuestros cinco chamacos, tan sanos y brincones como ella —esto me decía Lencho, en una noche de lampareada buscando tlacuaches y liebres en el monte cercano del pueblo—. Mira esa luna, me recuerda a la Juana cuando era joven, blanca, redondita y pícara la mocosa; se tapaba la cara con el rebozo a lo mesmo que las nubes le tapan la luminosidá a ratos.
Ni un ojo brillaba entre las matas; sólo los grillos en su monótono chirriar y algún ladrido lejano nos hacían notar el profundo silencio que imperaba.
—Una noche de luna como esta fue que había ido a buscarla a su casita, una de sus hermanas que sale y me comenta: "Lencho la Juanita se jué con el Tomás, quesque la iba a llevar a la capital, que ya tenía trabajo seguro". Alueguito sentí que se la llevaba a la mala pues siempre le había tenido ganas a la chamaca y ésta, tan ligera como sus pies. Asì que me apresuré, fui por el caballo para alcanzarlos no fuera que llegara demasiado tarde.
Su cara enrojeció al encender un nuevo cigarrillo y un ligero temblor en su voz me impidió a mí preguntar lo obvio.
—Los encontré tiempo después, no me preguntes cuándo ni como jué que me la traje compadre. El caso es que ya con el tiempo comprendí que, para un corazón sencillo y enamorado como era el mío, sea la hora que juera, nunca iba a ser demasiado tarde.
3 comentarios:
Ha sido un gusto leerte Alfonso
saludos, una estampa absolutamente del campo. donde se mezcla la sencillez y la espontaneidad de los sentidos
Cólega esta mini, huele a tierra a camino. Que, quien los ha caminado solo espera encontrar la llorona.. un abrazo Rub
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