Siempre va a paso rápido, de mañana o tarde, mirando al suelo. Con ropas ligeras a pesar del invierno. Se acerca y dice:
—‘ta nojao, `ta nojao.
Cachera su nombre. Que no es su nombre, pero lo es. En su cara seria se asoma una mueca, casi sonrisa.
—Dime Cacherita —suplica con voz gruesa de ignorada adultez.
—Dime Cacherita —repite hasta el cansancio.
Volteo a diestra y siniestra. La solitaria calle, cómplice, me incrusta la ternura.
—Cacherita —repito en un susurro, casi en silencio.
Su cara se ilumina y se aleja. El ladrón de alegrías me deja. Gritando entre risotadas:
—¡No estoy looooco!
—‘ta nojao, `ta nojao.
Cachera su nombre. Que no es su nombre, pero lo es. En su cara seria se asoma una mueca, casi sonrisa.
—Dime Cacherita —suplica con voz gruesa de ignorada adultez.
—Dime Cacherita —repite hasta el cansancio.
Volteo a diestra y siniestra. La solitaria calle, cómplice, me incrusta la ternura.
—Cacherita —repito en un susurro, casi en silencio.
Su cara se ilumina y se aleja. El ladrón de alegrías me deja. Gritando entre risotadas:
—¡No estoy looooco!
2 comentarios:
Doctor Pedraza, me parece que la felicidad por sí misma es un estado de locura.
Saludos.
Así es Manolo. Gracias por tu comentario
Publicar un comentario