Estampa taurina
Un pasodoble previo a la salida de los
tercios, las trompetas y particularmente el golpeteo sobre los cueros de la
tarola.
Cómo me acuerdo ahora de tu rostro, la
sonrisa pero sobre todo la expectativa en tu mirada.
Era la primera vez que asistíamos a una
corrida de toros.
Para no desentonar dispusiste para mí de
una boina a cuadros, y mi regalo mayor, la bota para el vino, y el vino, claro.
También tú te apañaste con una linda
pañoleta de encajes y un sombrero tipo sevillano.
Aquel ambiente tan peculiar, entre
mexicano y español.
No pudiste soportar el humo de los
puros, tampoco era para tanto, pero bueno.
¿Te acuerdas? habíamos convenido corear
los oles, solamente cuando el distinguido lo hiciera, para no parecer
villamelones.
Reíste un poco por los trajes de luces,
mallones dijiste, ternos repliqué, trajes de luces apretados y abultando la
entrepierna.
Y de repente el matador a la espera del
bravo, de rodillas.
El primer astado, un toro ensabanado,
había dicho el anunciador de la plaza.
Enorme y de pelaje blanco, de allí que
sea ensabanado.
Los pitones enganchando la chaquetilla
tabaco y oro, penetrando chaleco, camisa y corbatín.
Deslizándose después entre las costillas
y las débiles carnes, pleura, pulmones, aorta y corazón.
¡Silencio! Mudo y sepulcral asombro.
De aquella mirada expectante, ahora
lágrimas y espanto. Abrazada a mí, igual en un pasmo.
Calló la orquesta y el pasodoble, en la
plaza, silencio y asombro.
Ni una sola gota del vino de la bota. Ni
un sólo ole de nuestras gargantas.
Así fue lo de la plaza y lo de los
toros, recuerdas.
Así también la tarde en casa, con el
asombro, el temor, el llanto en tu mirada.
La bota de vino vaciada en un santiamén
de boca a boca, la lectura de Federico García Lorca.
¡Que no quiero verla!
Dile a la luna que venga,
que no quiero ver la sangre
de Ignacio sobre la arena.
©2019 by Oscar Mtz. Molina
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