martes, 30 de julio de 2019

¡Que no quiero ver la sangre!

Estampa taurina




Un pasodoble previo a la salida de los tercios, las trompetas y particularmente el golpeteo sobre los cueros de la tarola.

Cómo me acuerdo ahora de tu rostro, la sonrisa pero sobre todo la expectativa en tu mirada.

Era la primera vez que asistíamos a una corrida de toros.

Para no desentonar dispusiste para mí de una boina a cuadros, y mi regalo mayor, la bota para el vino, y el vino, claro.

También tú te apañaste con una linda pañoleta de encajes y un sombrero tipo sevillano.
Aquel ambiente tan peculiar, entre mexicano y español.

No pudiste soportar el humo de los puros, tampoco era para tanto, pero bueno.

¿Te acuerdas? habíamos convenido corear los oles, solamente cuando el distinguido lo hiciera, para no parecer villamelones.

Reíste un poco por los trajes de luces, mallones dijiste, ternos repliqué, trajes de luces apretados y abultando la entrepierna.

Y de repente el matador a la espera del bravo, de rodillas.

El primer astado, un toro ensabanado, había dicho el anunciador de la plaza.
Enorme y de pelaje blanco, de allí que sea ensabanado.

Los pitones enganchando la chaquetilla tabaco y oro, penetrando chaleco, camisa y corbatín.

Deslizándose después entre las costillas y las débiles carnes, pleura, pulmones, aorta y corazón.

¡Silencio! Mudo y sepulcral asombro.

De aquella mirada expectante, ahora lágrimas y espanto. Abrazada a mí, igual en un pasmo.

Calló la orquesta y el pasodoble, en la plaza, silencio y asombro.

Ni una sola gota del vino de la bota. Ni un sólo ole de nuestras gargantas.

Así fue lo de la plaza y lo de los toros, recuerdas.

Así también la tarde en casa, con el asombro, el temor, el llanto en tu mirada.

La bota de vino vaciada en un santiamén de boca a boca, la lectura de Federico García Lorca.


¡Que no quiero verla!
Dile a la luna que venga,
que no quiero ver la sangre
de Ignacio sobre la arena.

©2019 by Oscar Mtz. Molina

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