Inesita me gustó desde que tuve conciencia de su existencia.
¡Hembra hecha y derecha! Redondito caí ante sus curvas y su menuda cintura, el rítmico vaivén de sus caderas. La propuse matrimonio y ella, sin chistar ni una jota, aceptó mi pedido.
Nos casamos y la noche de bodas me reveló su secreto, la aventura previa de varones.
Nos casamos y la noche de bodas me reveló su secreto, la aventura previa de varones.
Yo, sin haber consumado el acto la aparté de mi vida.
Llegué a la casa paterna aguantando el dolor y el llanto.
-Porfirito, hijo, sólo tú no lo sabías, dijo mi abuela. No te angusties criatura, amante ha sido de medio pueblo, pero ten en cuenta que nuestro pueblo es muy pequeño y por lo tanto, no habrá sido hembra de muchos, agregó, entornando la mirada.
-Porfirito, hijo, sólo tú no lo sabías, dijo mi abuela. No te angusties criatura, amante ha sido de medio pueblo, pero ten en cuenta que nuestro pueblo es muy pequeño y por lo tanto, no habrá sido hembra de muchos, agregó, entornando la mirada.
Treinta años después volví al pueblo, muchos habían muerto, otros lo habían olvidado.
Inesita esperó paciente mi regreso, la soledad la había vuelto santa de nuevo.
Inesita esperó paciente mi regreso, la soledad la había vuelto santa de nuevo.
En aquella habitación, marido y mujer acallamos hasta entonces los recuerdos.
© 2018 By Oscar Mtz. Molina
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