Fotografía Oscar Mtz. Molina. Cervecería Hércules, Querétaro 2018
Ha sido una tarde de perros con la lluvia
cayendo a cantaros. Mi padre nos había ordenado mover el ganado.
-Los
pastizales de bajuras, están inundados, había dicho.
-Qué chinga llevarlos
al otro rancho, pensé para mis adentros
Cabalgamos por casi cinco horas. Primero fue la
tarea de juntarlos. Contar y volver a contar. Después, ya todo el hato
completo, la tarea de conducirlos. Una vaca y su becerro que se desperdigan,
después una novillona rejega, un torete mañoso y así a cada tanto. La espera
bajo la humedad y el calor. Retomar el camino una y otra vez ¡Gritos y
sombrerazos! Azuzarlos con sogas y reatas. Los ladridos de nuestros perros, los
mordiscos en las patas del ganado. Las coces y los amagues de embistes.
Cabalgar con la cintura rotada o con media pierna en la montura y el otro pie
enganchado en el estribo o con el culo de lado para no perder de vista la larga
peregrinación. El calor y los bochornos. Las nubes de mosquitos, moscas,
tábanos.
¡Sin duda llueve! Y llovió por supuesto.
Empapado de los pies a la cabeza. La bestia, la
montura, las botas, el culo, el alma.
Volví solo. Mis ojos inundados en lágrimas.
-Ha sido una tarde de perros, fue lo primero que se me ocurrió decirle al
volver a casa y verla.
No me esperaba por supuesto. Había sido una
dura joda la faena. La vi a los ojos y sabía que la traición era cierta.
-Tu padre había dicho que pasarías allá la noche, dijo temerosa.
No contesté nada. Bajé del caballo. Escurríamos
agua. La bestia se sacudió una vez librada de mi peso. Resoplo. Un temblor
recorrió mi cuerpo.
Detrás de ella mi padre salió al encuentro. En
la mano derecha el pote de peltre con café caliente, humeando en aquella noche
húmeda. Envalentonado como pocas veces le había visto.
Vio mis ojos humedecidos, mi mirada fija.
No hagas pendejadas, dijo. -ésta
no vale la pena, añadió señalando con un gesto a mi mujer y llevándose después el pote de café a la boca.
Saqué la Pistola. Soy bueno con ella. Muy
bueno.
Entonces usted decida, le grité desesperado, pero a la vez seguro de
lo que estaba pensando.
-¿Usted o
ella? Dije.
Eran las once y media de aquella noche, cuando
llegué a mi casa. Había sido una tarde de perros.
Los dos estaban solos. Ella muy asustada y el,
muy echado para adelante.
-Usted
decida. había yo dicho.
Hice un sólo disparo que pegó donde yo había
apuntado.
Después me remonté de nuevo al rancho. Con la
bestia agotada y ambos muy empapados por la lluvia que seguía y seguía. En mi
mente, el tintineo del pote de peltre rebotando en el piso.
© 2014 By Oscar Mtz. Molina
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