viernes, 25 de enero de 2019

Amantes


Fotografía Oscar Mtz. Molina. Cervecería Hércules, Querétaro 2018



Ha sido una tarde de perros con la lluvia cayendo a cantaros. Mi padre nos había ordenado mover el ganado.

-Los pastizales de bajuras, están inundados, había dicho.
-Qué chinga llevarlos al otro rancho, pensé para mis adentros

Cabalgamos por casi cinco horas. Primero fue la tarea de juntarlos. Contar y volver a contar. Después, ya todo el hato completo, la tarea de conducirlos. Una vaca y su becerro que se desperdigan, después una novillona rejega, un torete mañoso y así a cada tanto. La espera bajo la humedad y el calor. Retomar el camino una y otra vez ¡Gritos y sombrerazos! Azuzarlos con sogas y reatas. Los ladridos de nuestros perros, los mordiscos en las patas del ganado. Las coces y los amagues de embistes. Cabalgar con la cintura rotada o con media pierna en la montura y el otro pie enganchado en el estribo o con el culo de lado para no perder de vista la larga peregrinación. El calor y los bochornos. Las nubes de mosquitos, moscas, tábanos.

¡Sin duda llueve! Y llovió por supuesto.

Empapado de los pies a la cabeza. La bestia, la montura, las botas, el culo, el alma.
Volví solo. Mis ojos inundados en lágrimas.

-Ha sido una tarde de perros, fue lo primero que se me ocurrió decirle al volver a casa y verla.
No me esperaba por supuesto. Había sido una dura joda la faena. La vi a los ojos y sabía que la traición era cierta.

-Tu padre había dicho que pasarías allá la noche, dijo temerosa.

No contesté nada. Bajé del caballo. Escurríamos agua. La bestia se sacudió una vez librada de mi peso. Resoplo. Un temblor recorrió mi cuerpo.
Detrás de ella mi padre salió al encuentro. En la mano derecha el pote de peltre con café caliente, humeando en aquella noche húmeda. Envalentonado como pocas veces le había visto.
Vio mis ojos humedecidos, mi mirada fija.

No hagas pendejadas, dijo. -ésta no vale la pena, añadió señalando con un gesto a mi mujer y llevándose después el pote de café a la boca.

Saqué la Pistola. Soy bueno con ella. Muy bueno.

Entonces usted decida, le grité desesperado, pero a la vez seguro de lo que estaba pensando.
-¿Usted o ella? Dije.

Eran las once y media de aquella noche, cuando llegué a mi casa. Había sido una tarde de perros.

Los dos estaban solos. Ella muy asustada y el, muy echado para adelante.
-Usted decida. había yo dicho.

Hice un sólo disparo que pegó donde yo había apuntado.

Después me remonté de nuevo al rancho. Con la bestia agotada y ambos muy empapados por la lluvia que seguía y seguía. En mi mente, el tintineo del pote de peltre rebotando en el piso.


© 2014 By Oscar Mtz. Molina

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