Un gesto y un ¡Ay!, fue lo que el diablo
obtuvo de Juvenal Baylón al puncionarle una vena del antebrazo derecho; también
le extrajo diez mililitros de sangre, los cuales vació de inmediato en un
bolígrafo especial con el que se firmó el contrato por el cual Juvenal cambiaba
su alma por inmortalidad, riquezas y eterna juventud.
Ese día, el sol brillaba con intensidad en
Cancún y la temperatura era de treinta y nueve grados a la sombra; por ello,
Juvenal se dirigió a unos de los cubículos que en el interior tenían un cajero
automático y una agradable temperatura. Frente al cajero, Juvenal pensó en una
cifra: Diez mil, veinte mil; sin embargo, al recordar que el cajero sólo podía
darle tres mil pesos por día, fue que tecleó esa cifra. Ya con el dinero en sus
manos y la pantalla del cajero preguntando si haría otra operación, Juvenal,
pidió que le fuera impreso su saldo. Cuando Juvenal salió del cajero, sonreía y
llevaba un papel en la mano izquierda en el que estaba impresa una cifra de más
de diez ceros a la derecha.
Con el sudor en la frente, Juvenal, pensó
en la playa y en el agua, así que fue a comprar un traje de baño, unos
huaraches, un bronceador y se dirigió al club de playa más exclusivo del
puerto. Ahí pidió y tomó dos, tres, varios cocos con ginebra, los cuales
hicieron estragos en su comportamiento, pues el capitán de meseros, parado
frente a él, le pidió amablemente: “Por favor, señor, le agradecería que dejará
de molestar a los demás clientes”. Juvenal, asintió con la cabeza y,
trastabillando, se dirigió a darse un chapuzón en la playa.
El grado de embriaguez de Juvenal, era
tal, que a los pocos minutos de ser llevado de un lado a otro por las olas,
gritó en demanda de auxilio. El salvavidas del club de playa corrió en su
ayuda, y de no ser un joven sano y fuerte, hubiese muerto en el intento de
rescate de Juvenal. Los ciento veinte kilos de peso de Juvenal impidieron que
fuera rescatado, y se hundió...
Cuatro horas después, en la arena de
otra playa, el voluminoso cuerpo de Juvenal, era apenas movido por las olas.
Media hora paso antes de que Juvenal recuperara la conciencia; misma que le
hizo recordar el contrato que firmó con sangre: “Vaya, en un sólo día he
comprobado que soy rico e inmortal. Ahora sólo falta saber si en verdad seré
eternamente joven”. Después de mucho meditarlo, llegó a la conclusión de que
únicamente el paso del tiempo le permitiría confirmar su eterna juventud.
Con la tranquilidad que da el dinero,
Juvenal, se dedicó a gastarlo en viajes, francachelas, mujeres y
vicios; y la confianza que da el saberse inmortal, le llevó a la práctica de
los deportes extremos, el manejo de motocicletas y automóviles de lujo a
grandes velocidades y al sexo sin protección...
Los días, los meses, los años y cualquier
otra forma de compactar el tiempo, llegaron y se fueron, y el vaivén de la vida
puso a Juvenal en deslucido hospital, en donde ciego, desnutrido e inmóvil, oye
a los médicos, que sin prudencia comentaban frente a él: “Lo conocí cuando yo
era estudiante y ya estaba en fase terminal”; “Tiene sarcoma de Kaposi,
citomegalovirus y tuberculosis”; “Ochenta y cinco años con sida, ¿puedes
creerlo?”.
Juvenal
se siente como un conejillo de indias; un conejillo de indias inmortal...
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