domingo, 27 de marzo de 2011

Alvar Núñez Cabeza de Vaca, por Amanda Paltrinieri*




*En busca de información para escribir una minificción sobre una vaquita culta que tacha de ignorante a una yegua  (pueden reír, pero es cierto) me encontré con este excelente texto de Amanda Paltrinieri, que de inmediato me remontó a la película Cabeza de Vaca (1990) de Nicolás Echevarría. Se los dejo, a mí me parece excelente.

 
Álvar Núñez Cabeza de Vaca
INDIANA JONES ERA UN POROTO...
Si no naufragaba, lo apresaban los indios o lo perseguían corsarios... Ésta es la historia de un conquistador que no conquistó nada, del más exitoso de los fracasados, de un invasor que supo respetar a los invadidos.

Imagine cinco minutos de una película de aventuras. Después de pasar las mil y una -naufragios y cautiverios varios, muchas muertes, hambre y enfermedades- el protagonista llega a la "civilización", apenas un pueblo perdido en tierra extraña. Las autoridades lo reciben como un héroe, pero él sólo quiere volver a su país. Consigue embarcar, con tanta mala suerte que por enésima vez su nave se va a pique y debe volver a tierra firme. Nuevamente en el mar, lo atacan corsarios franceses... y ya está a punto de caer prisionero cuando una flota amiga lo rescata.
A esta altura del filme, seguramente usted habrá disfrutado a lo loco con tanta acción, pero creerá que simplemente se trata de otra exageración hollywoodense: ¿Cómo aceptar, si no, que la película va apenas por la mitad y que esos cinco minutos reflejan sólo un año -y no el más movido- de los diez que el protagonista pasó en su primer viaje aventurero?
Sin embargo el personaje existió. Era Álvar Núñez Cabeza de Vaca, un conquistador que no se llenó de oro como Hernán Cortés (Nueva 316) o Francisco Pizarro (Nueva 277); según se lo mire, fue un experto en fracasos o un hombre íntegro que supo aprender de cada experiencia y convivir con diferentes culturas, y que sólo perdió a la hora de enfrentarse con la ambición de sus compatriotas.
Por si fuera poco, dejó escritas valiosísimas páginas que -aunque con la visión parcial de su época- cuentan la vida cotidiana de muchos de los pueblos que habitaban América cuando llegaron los españoles.

El inclasificable
En el primero y más valioso de sus relatos, conocido como Naufragios, Cabeza de Vaca destacó que era nieto de Pedro de Vera, conquistador de las islas Canarias. Lástima que no se preocupó por dar otro tipo de datos como la fecha de su nacimiento: se cree que ocurrió entre 1490 y 1507, probablemente en Jerez de la Frontera, Andalucía. Provenía de una familia noble y rica.
Es imposible clasificarlo: aunque como todos los conquistadores esperaba ganar dinero en el "nuevo continente", a diferencia de la mayoría era hombre de letras. Pero tampoco era lo que se dice un intelectual ni un "señorito" como podría haberlo sido por su cuna: cuando las circunstancias lo obligaron demostró que podía arreglárselas para sobrevivir.
En 1527 embarcó como alguacil mayor en la expedición de Pánfilo de Narváez, quien ya había estado en las "Indias". Ninguno de los dos imaginaba qué les esperaba.
A poco de llegar al Caribe, los viajeros fueron recibidos por un ciclón que les costó dos barcos, sesenta personas y veinte caballos. Cuando pudieron reorganizarse, cuatrocientos hombres pusieron rumbo al norte en cinco barcos: la idea era explorar la península de la Florida, adonde llegaron en abril de 1528. Desde allí irían hacia el norte, al "Apalache" según dedujeron de lo que algunos indios les murmuraban cuando les preguntaban por las fuentes del oro y el maíz.
Pero la cosa pintaba fea: las costas estaban llenas de islotes y el continente no era precisamente tierra firme sino pantanosa.

De desastre en desastre
Cabeza de Vaca comenzaba a mostrar su fibra. Aunque discrepaba con Narváez (partidario de dividir la expedición enviando trescientas personas por tierra y cien por mar), decidió seguirlo para que no lo acusaran de cobarde: si algo tenía en estima era su honra.
Los cálculos de Cabeza de Vaca no estaban errados: los caballos servían de poco en aquel suelo; escaseaban alimentos; algunos poblados con los que se cruzaban los recibían a flechazos y los expedicionarios comenzaban a caer por culpa de fiebres extrañas.
En tres meses murieron casi sesenta hombres por hambre, enfermedad o en combate. Un tercio de los sobrevivientes languidecía, semipostrado; hubo intentos de fuga y algunos oficiales se odiaban entre sí. Para colmo, no había noticias del grupo que navegaba.
Como pudieron, los que estaban en condiciones construyeron cinco naves (la mejor para Narváez, otra para Cabeza de Vaca y una tercera al mando de Alonso Castillo y Andrés Dorantes). El 20 de septiembre se largaron al mar, con la idea de llegar a la desembocadura del Mississippi, a la que llegaron el 5 de noviembre. Sin embargo seguían muriendo uno tras otro.
Finalmente, el ansiado Mississippi fue el desastre final: sus aguas desembocaban con tanta fuerza que era imposible remontarlas para ganar la costa. A pesar del pedido de Cabeza de Vaca para que la flota intentara mantenerse unida, Narváez ordenó el "sálvese quien pueda". Una nave zozobró, la de Dorantes y Castillo desapareció; la de Narváez se perdió en el mar con él a bordo (sus tripulantes habían desembarcado en un islote y terminaron comiéndose unos a otros).

Aprendiz de brujo
Cabeza de Vaca alcanzó la costa con un puñado de sobrevivientes extenuados, a los que se unieron días después Dorantes, Castillo y otros náufragos. Lo que Núñez no sabía era que llegar a un poblado español le iba a demandar todavía siete años. Durante ese tiempo, intuitivamente, usó las mismas técnicas que cualquier antropólogo moderno aplicaría en circunstancias parecidas: observó a la gente que fue conociendo, se adaptó a las costumbres de cada pueblo y -sobre todo- guardó en su memoria cada una de las experiencias vividas.
Lo tomaron por hechicero: de hecho logró sanar gente y aprendió bastante medicina americana. Fue comprado y vendido como esclavo varias veces y estuvo a punto de ser asesinado otras tantas. Tuvo períodos de libertad y gracias al prestigio ganado como sanador pudo sobrevivir comerciando de pueblo en pueblo. Algunos de sus compatriotas lograron fugarse de un cautiverio, pero él se negó a abandonar a un enfermo. En una de sus idas y venidas reencontró a Dorantes, Castillo y un moro, el negro Esteban, que habían sobrevivido de milagro.
Esas aventuras fueron narradas en Naufragios de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, publicados hacia 1542, cuando él ya estaba en su segundo viaje americano. En el texto también describió las costumbres de diversos pueblos. Contó por ejemplo que los coaques y los haneses eran culturas matriarcales cuyas mujeres gozaban de una posición privilegiada; que repartían todas sus posesiones y que amaban y trataban muy bien a sus niños. En cambio otros, como los mariames y los iguaces, despreciaban a las mujeres y las obligaban a hacer los trabajos más pesados.
Naufragios relata los episodios más sorprendentes: desde la aceptación de la homosexualidad en algunas tribus hasta los diferentes métodos ejercitados por los pueblos de la costa y los de tierra adentro para ahuyentar mosquitos.

Regreso y nostalgia
Después de haberse internado por lo que hoy es el estado de Texas, Cabeza de Vaca, Dorantes, Castillo y Esteban se toparon, en 1536, con los primeros españoles. Éstos no podían creen lo que veían: los cuatro, extrañamente vestidos, encabezaban una muchedumbre que los seguía con adoración.
Fueron escoltados a México, donde los recibieron el virrey Antonio de Mendoza y el propio Hernán Cortés. Poco tiempo después Álvar Núñez emprendía su accidentado regreso a España.
No iba a permanecer allí demasiado tiempo; sólo el suficiente para escribir su Naufragios... Las noticias de la desastrosa expedición de Pedro de Mendoza por las tierras del Plata le sirvieron de excusa para ofrecerse como candidato a los cargos de Adelantado, Gobernador y Capitán General de la Provincia del Río de la Plata en el caso de que el sucesor de Mendoza, Juan de Ayolas, hubiera fallecido como se sospechaba.
En diciembre de 1540 embarcó nuevamente hacia América.

Segundas partes nunca fueron buenas
Aunque en muchísimo menor escala que las del primer viaje, el camino hasta Asunción también tuvo sus peripecias: para variar, naufragó en costas brasileñas y demoró casi un año en alcanzar su destino. En el trayecto -que incluyó sus dosis de combates y de negociaciones con los indígenas- tuvo la confirmación de la muerte de Ayolas y se topó con una maravilla: las cataratas del Iguazú, donde "da el agua en lo bajo de la tierra tan grande golpe que de muy lejos se oye, y la espuma del agua, como cae con tanta fuerza, sube en lo alto dos lanzas y más", según escribió.
Llegó a Asunción en marzo de 1542. Allí lo recibió Domingo Martínez de Irala, hombre taimado y ambicioso cuyo único objetivo era alzarse con las riquezas de las "Sierras del Plata" en la región andina y ser confirmado como Gobernador (precisamente, el puesto de Cabeza de Vaca).
Mientras organizaban las expediciones a las sierras, Irala y sus seguidores habían establecido lo que ellos mismos llamaban "el paraíso de Mahoma", en el que disponían de cuantas mujeres les viniera en gana para su diversión y de los parientes de ellas como fuerza de trabajo.
Cabeza de Vaca quiso poner fin a esa situación. Prohibió a los blancos el trato con los indios y estableció una serie de normas destinadas a impedir su explotación. Para probar que hablaba en serio, hizo dar cien azotes al primer español que violó a una mujer guaraní después de promulgadas las ordenanzas.
Podría decirse que Cabeza de Vaca era un intelectual bienintencionado, pero -así como había logrado vencer mil obstáculos naturales- no supo actuar políticamente. Lo único que consiguió fue ganarse el odio de la gente de Irala y de parte de la propia.
En algún momento tuvo noticias de la conjura que Irala organizaba solapadamente, pero no hizo nada. Fue riguroso cuando no hubiera debido serlo, y cuando la situación se hizo insostenible se dejó ganar por la inacción. Lo cierto es que en abril de 1544 un grupo de colonos lo apresó en su casa y lo mantuvo casi un año encerrado hasta que lo mandaron engrillado a España, acusado de cargos como el de querer convertirse en rey.
El pleito duró ocho años, durante los cuales escribió una Relación General para informar sobre su actuación en la región del Plata. Finalmente lo absolvieron e incluso, en 1552, fue nombrado juez del Tribunal Supremo en Sevilla.
Esa designación fue lo último que se supo de él. También se desconoce la fecha de su muerte. Por suerte quedaron sus textos, esos graciosos relatos de aventuras que recuerdan a uno de los más exitosos chambones de la Historia, un Robinson del siglo dieciséis, un conquistador que no conquistó nada.
© 1998

3 comentarios:

Oscar mtz dijo...

saludos. muy buena historia.

sendero dijo...

desapareció mi comentario. decia que viajo mucho más que nosotros, vivió intensamente. excelente rub

josé manuel ortiz soto dijo...

Oscar, a mí también me pareció interesante, por eso la traje para acá. Un abrazo.

Rubén, a lo mejor pusiste tu comentario mientras le estaba dando forma al texto de la entrada. Y sí, todo un aventurero. Saludos.