Fotografía en quirófano, de Verónica Robles G.
¡Hijo! Levántate que se te hace tarde. Decía
mamá.
Quién apagara el fuego de mi alma, quien
apagara el sonido de mi voz, el taconeo de mis pasos ¡Quién podrá apagar las
ansias de volar, volar, volar!
A las cinco de la mañana y a ponerse los
pantalones y la camisa a toda prisa. Lavar la amodorrada cara, tomar el café con
algún tazón de avena. Cepillar a toda prisa los dientes y el alma. La mañana
fresca en Salto de agua. La única hora en que Salto, se ponía fresco, y después
de esta hora, los calores rayando los vapores infaustos del infierno. Mis pasos
rapiditos para llegar a tiempo a la escuela secundaria. El taconeo en aquel
silencio y en aquellos solitarios senderos ¡Alguna anima en pena con rumbo al
mercado! Mientras yo, en solitario andando, rumbo a la pequeña escuela. Mi padre
apenas metiéndose a la regadera para ir también a su trabajo. Pescar en el Tulijá,
aprender a nadar, refrescarme en sus aguas, dejar pasar el tiempo, el eterno sol
al cenit. Voltear hacia el firmamento y descubrir la estrella fugaz, el lucero
matutino, la cauda del cometa Kohoutek. Dentro de mi cabeza un mundo que gira y
gira, voces con las que acompaño mi andar, conversaciones eternas. Sueños y
sueños por andar. Risas al encontrarme hablando a solas, de nuevo. Historias
que, he arrastrado, de tiempo en tiempo; eternas y puntuales como la vida
misma. Saberme extraño y ajeno al resto. Historia que, me platico, como si mi
otro yo viviese en paralelo. Salto de agua, el pueblo aquel en el valle del Tulijá,
quedó prendido de alfileres en el corazón, y en la memoria.
Hey,
Thats No Way To Say Goobye. Guitarra, voz y pensamiento Leonard Cohen
Quién apagara el fuego de mi alma, quien
apagara el sonido de mi voz, el taconeo de mis pasos ¡Quién podrá apagar las
ansias de volar, volar, volar!
Devoro libros, me cuento historias al
paso y, en búsqueda constante, infinita, eterna, me acerco a la orilla de la
madurez. Cirujano de las mil y las cinco mil, de los guantes manchados en
sangre, de los largos y profundos silencios dentro de un quirófano, de la
introspección y la vuelta al pasado. Las largas charlas conmigo mismo. La sonrisa,
o la franca carcajada. Locuras a mi andar. Las madrugadas que se siguen
colgando a mis espaldas. La música, mi música. El caminar por este mundo. La ciudad
de México encristalada y de hierros retorcidos, polvo en las ventanas y en el
quicio de las puertas. Olores a meados, y a suadero, a caño y, a cantinas de pueblo,
a carnitas y a tamales, sabores varios, cerveza, champurrado, paletas de
chongos zamoranos, agua de Jamaica y horchata ¡café! Eternamente mío.
Quién apagara el fuego de mi alma, quien
apagara el sonido de mi voz, el taconeo de mis pasos ¡Quién podrá apagar las
ansias de volar, volar, volar!
Madrugadas pariendo al unísono,
sinsabores y letanías de angustia y dolor, y pariendo también alegrías sin ton
ni son, explosivas, radiantes, meticulosamente paridas desde el otro yo. Desde
aquel otro yo que se burla de mí y que, deja caer, gotas ácidas en mi camino ¡sólo!
y sólo, por joderme la agonía y el llanto. Por arruinar mis penas, por dejar al
paso el arrastre de cobijas y el arrastre de mis pies. Y repito, sólo por joder
mi dolor. Sólo para no dejar que caigan lagrimas desde las cuencas de mis ojos,
sólo para decirme, una y otra vez, que la vida, lo quiera o no, me ha sonreído quizás,
sin yo saber. Sólo por joder.
Quién apagara el fuego de mi alma, quien
apagara el sonido de mi voz, el taconeo de mis pasos ¡Quién podrá apagar las
ansias de volar, volar, volar!
¡Puta y reputa madre! Silencio y
soledad. En este caminar, en este rodar y rodar, acumulé amigos, parientes,
conocidos, personas que, en un parpadeo, cruzaron un segundo sus pasos a los
míos, a veces en una sola mirada que se cruzó con la mía, como diciéndome ansiosa
el adiós, así sin más. La urgencia de alejarse de mí, de mis sueños, de mis
insomnios, de mis eternas preguntas al universo. Porqué yo, porqué a mí,
porqué, porqué, porqué. Las voces que siguen martillando mi cabeza desde
dentro, ansiando salir y tomar el mando de mis asuntos. Mi mujer y su mirada
tratando siempre de saber qué pasa dentro de este universo interno, mi hija y
mi hijo siempre también, riendo de todas las locuras que, están siempre, a
punto de pasar. Preguntándose sin duda lo que pueda venir enseguida. La ocurrencia,
la inevitable explosión de mi risa. ¡Qué descompondrá ahora mi papá!
Quién apagara el fuego de mi alma, quien
apagara el sonido de mi voz, el taconeo de mis pasos ¡Quién podrá apagar las
ansias de volar, volar, volar!
Sesenta años y sin poder sentar cabeza
¡puta y reputa madre! Me miro al espejo y el cabello aún oscuro y negro, con
apenas unas cuantas canas en mi haber. Un largo camino por recorrer ¡Las dudas!
Eternas dudas sin respuestas, desde que tengo razón.
Sesenta años y aún me atrevo a darle un
vuelta de tuerca a mi camino.
Sesenta años y muchos libros por leer,
muchas tardes por delante para amar a mi mujer, muchos cuentos por escribir,
muchas alegrías para arrebatarle al tiempo, muchos caminos por ir conociendo, muchos
sabores y olores nuevos por descubrir, muchas sonrisas en mis hijos por
provocar. Muchos silencios y soledades por disfrutar.
¡Hijo! Levántate que se te hace tarde. Decía
mamá.
Sesenta años y sigo levantándome de
madrugada a hurgar en el universo, y muy en particular, en este universo dentro
de mi cabeza para saber si ya tengo las respuestas, y no, todavía no están.
Quién apagara el fuego de mi alma, quien
apagara el sonido de mi voz, el taconeo de mis pasos ¡Quién podrá apagar las
ansias de volar, volar, volar!
Sesenta años y aún no he aprendido a
dejar de soñar.
En breve comenzaré a escribir un tratado
sobre mi otro yo o sobre el otro yo de todos los amigos, y conocidos, o sobre
el otro yo de todo el universo, el universo paralelo donde habito. Que, a esta
cabeza y a este cerebro, hay que darle tareas para que este quieto, para que no
reviente, para que no haga pendejadas o no se meta en chingaderas.
Sesenta años y apenas me conozco.
¡A penas!
© 6 de marzo de 1958/2018
By Oscar Mtz. Molina
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